Gatica por Ulises Barrera: “Era de físico muy fuerte y de mente muy débil”
Por Ulises Barrera*
Gatica era un muchacho que provino de la miseria y el abandono más absoluto. Daba una impresión asombrosa, ya que no era nada técnico, todo lo suyo radicaba en la fuerza y su espíritu combativo. A tal punto que por muchos años jamás se sentó en el minuto de descanso. De pie, hasta parecía que recuperaba la fuerza y en cada round aumentaba su caudal ofensivo. Era de físico muy fuerte y de mente muy débil porque era analfabeto.
A veces lo veía venir caminando, porque vivía cerca de la casa de Nicolás Preziosa, su último entrenador, y cuando no lo encontraba con “el viento dado vuelta” me ponía a dialogar con él. Hablaba poco, soltaba expresiones de asombro o de certeza, sin inquietud de saber nada de nada. Era un hombre muy fogoso, muy abierto. Visto de perfil, Gatica no se paraba como el boxeador clásico. No era recto, se inclinaba hacia adelante, no como los que manejan bien la escuela europea, que saben que hace falta tener asentada la fuerza del cuerpo sobre el eje. Gatica iba avanzando con los guantes hacia adelante, y bastaba que sacara una mano para que quedara totalmente desguarnecido. Jamás se le vio hacer un cruce o una parada, como decía él “yo voy a los bifes”, y en este negocio los bifes se dan o se reciben, y él recibió muchos.
Ricardo Pino, compañero de andanzas de Gatica, me contaba que algunas noches aparecía en la casa, lo sacaba de la cama y lo llevaba a dar vueltas por todos lados. Subía a un taxi y le preguntaba al chofer: “¿Cuánto ganás en el turno?”, y le daba cinco veces más de lo que le decía. “Ahora sos mi chofer, bajá la banderita”, y salían a recorrer la noche. Había que seguirle el ritmo a José, empezaba a las diez de la noche en una cantina comiendo y tomando mucho vino y después al cabaret. Bailaba muy bien, lo cual hacía que cuando llegaba, todas las chicas sabían que iban a llover billetes y lo vivaban y aplaudían. A veces se sacaba el sombrero y lo tiraba en la mitad de la pista para que no baile nadie y la gente se retiraba, y él bailaba, y lo aplaudían mucho y a rabiar porque bailaba bien. En el cabaret era muy común que se bajara una botella de cognac entera. Sin embargo, cuando peleaba, parecía que lo hubieran armado en un astillero, por su consistencia ósea y muscular.
Dos anécdotas reflejan parte de lo que significó. Una noche, junto a Pino, en Plaza Constitución, entraron a un viejo despacho de bebidas. Gatica lo enfrenta al dueño que no lo reconoce y le dice: “Preparame sanguches de queso y salame. Hacé toda la panera”. El dueño mira el canasto y tenía como ochenta panes. Los empieza a preparar y Gatica se los hace poner en fila. Cuando había unos diez en la mesa los tira de un manotazo en el medio del negocio. Lo mira al dueño y le dice: “Te acordás cuando yo era un pendejo y venía a pedirte un pedazo de pan y me lo negabas, ahora te puedo empapelar con billetes este boliche miserable y ahora… invitá a tomar a todos los presentes una copa”. Antes de retirarse tira una pila de billetes sobre el mostrador y le dice: “Conmigo ni una palabra, sos una porquería”. Cruza la plaza y había un pibe vendiendo diarios. Lo llama al chiquilín y le dice que cuente bien los diarios. El pibe le dice que tiene doce y Gatica se los quiere comprar todos. Le contesta que solo le puede vender uno. Entonces se los arrebata y los empieza a romper todos. El muchacho lo empieza a insultar y a gritarle que lo iban a matar. Gatica lo frena y le pregunta: “¿Cuántas veces podés ir a cenar con tu vieja?”, y el pibe responde: “Cuando vendo todos los diarios”. Gatica toma un puñado de plata del bosillo sin contar, se lo entrega y dice: “Con esto pagás los diarios que te rompí y llevale algo a la vieja, y decile que por mí vas a poder cenar con ella”.
El día de su muerte, todo el mundo pedía que lo velaran en Luna Park, pero en ese momento estaba ocupado. Finalmente lo llevaron a la Federación Argentina de Box. Antes que llegara el cuerpo, yo ya estaba en el lugar. Ví a unos muchachos muy pero muy pobres esperando, me conocieron y me dijeron: “Maestro, sabe que estamos en la ruina, y tenemos que juntar un manguito para comprar una flor y ponérsela en la mano al ‘Mono’, nosotros siempre fuimos de la tribuna”. Pusieron un ejemplar del diario Crónica abierto, y así fueron juntando monedas. Al rato se fueron con esa plata a comprar una ramito de flores. De pronto aparecieron todos juntos llevando el ramo, como si quisieran tocarlo, ser parte de eso que le ofrecían al ídolo.
Cuando lo trasladaron al cementerio de Avellaneda se produce un fenómeno en la ciudad. El féretro iba a paso de hombre, y cuando el tránsito se detenía, esos mismos muchachos se metían en los bares de paso a tomar unos vinos. Cuando llegaron al puente de Avellaneda, un montón de ellos estaban doblados por el alcohol. La gente de los negocios asombrada preguntaba “¿quién va ahí con todos esos reos? Ah, es Gatica”, y se daban vuelta sin el menor gesto. La ciudad le daba la espalda. Cuando el cortejo atraviesa el puente, ahí estaba la otra gente que lo esperaba, los de la villa donde vivía, que no lo fueron a recibir, sino que esperaron que él llegara, como si lo acogieran en el lugar propio. Fue una emoción tremenda. Cuando llegó la noche, todos llevaban en sus manos el diario Crónica con su foto en la tapa, inmediatamente hicieron unas especies de antorchas, e iban bailando alrededor del féretro, dando la sensación de una danza macabra. Iban cantando: “Gatica y Perón, un solo corazón”. Eso duró mucho tiempo, muchos lloraban, unos por sentimiento, otros por alcohol. Fue un final realmente dramático.
* Publicado en la edición gráfica de la Revista Sudestada N° 34/Noviembre de 2004.