Salud laboral. Peligro, gente trabajando
“No conocemos desgraciadamente todavía, debido a la forma social que rige, la máquina amiga;
sólo sabemos del monstruo de hierro, implacable, que aminora el esfuerzo muscular, es cierto,
pero que exige en cambio el esfuerzo de atención, que provoca el automatismo corporal,
haciendo que el ritmo orgánico se adapte al ritmo mecánico”.
Alfredo Palacios
Por Jorge Montero/El Furgón –
Según los datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), mueren 7.600 personas por día como consecuencia de accidentes de trabajo o enfermedades profesionales en el mundo. Más de 2.7 millones de muertes por año; en un cuadro de 319 millones de accidentes de trabajo anuales consecuencia, en su mayoría, del absentismo laboral que prima en el sistema capitalista.
En Argentina las últimas cifras oficiales, que sólo contemplan a la mitad de la población activa y no a quienes trabajan de manera informal y precarizada, nos indican que 733 trabajadores mueren por año en un país que alguna vez fue ejemplo de los derechos laborales. Dos personas que buscan ganarse la vida, la pierden todos los días. Hay 580.328 accidentes laborales por año, es decir, 1.590 por día, 66 por hora, más de un trabajador se accidenta por minuto en el país. Y los jóvenes de entre 20 y 35 años sufren 50 por ciento más de accidentes laborales que los adultos. Estamos hablando de un período caracterizado por la fuerte parálisis del aparato productivo, con el uso de la capacidad instalada que se ubicó en el 58,7 por ciento en julio de este año.
De todas formas, y según estiman organizaciones gremiales como la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), suman unos 7.000 los trabajadores que mueren anualmente en el país por accidentes o enfermedades adquiridas en el ámbito laboral;sistemáticamente omitidas por el sistema estadístico, los medios de comunicación o la agenda política y económica de las clases dominantes. Sólo cobran efímera relevancia cuando se produce la muerte de un trabajador y el accidente laboral es imposible de ocultar.
Si atendemos a la distribución sectorial por rama de actividad, la mayor cantidad de muertes laborales se produce en el transporte (20 por ciento), donde las extensas jornadas de trabajo, la falta de descanso y la ausencia de mantenimiento de los vehículos, causan estragos en calles y rutas. Le sigue la rama de la construcción, donde los derrumbes o el desplome de edificios y las caídas de altura son la causa principal del 18 por ciento de las muertes laborales registradas. Luego continúan la rama industrial con un 12 por ciento, la agropecuaria, con un 11 por ciento, y la administración pública que suma un 10 por ciento de los accidentes fatales.
Pero detrás de cada estadística hay cientos de historias, y detrás de cada historia un protagonista y una familia. El reciente caso del trabajador José Bulacio tras el desplome de la estructura tubular en la terminal aérea de Ezeiza. Un poco más atrás las muertes de Sandra Calamaro y Rubén Rodríguez en la escuela N° 49 de Moreno. O los ocho trabajadores petroleros muertos tras la firma de la ‘adenda’ flexibilizadora en Vaca Muerta, entre tantos otros, no fueron hechos aislados. Son el resultado del ahorro en salud y seguridad en el trabajo por parte de las patronales -desde las pymes a las multinacionales-, de la desidia del control estatal y de la complicidad de las burocracias sindicales. Por esta razón, porque pudieron evitarse, no son accidentes, son asesinatos laborales.
La Ley de Riesgos de Trabajo es una de las hijas dilectas del modelo capitalista, modificada por la dictadura militar en detrimento de los trabajadores; profundizados sus alcances más nefastos durante la década menemista, cuando de la mano de Domingo Cavallo se sancionó en 1995 la ley N° 24557 de Riesgos de Trabajo,“privatizando” la atención de la salud laboral que ha quedado desde entonces en manos de empresas ligadas habitualmente al capital financiero y las corporaciones médicas internacionales: las ART (Aseguradoras de Riesgo de Trabajo). Compañías que, como Galeno, Swiss Medical, Omint, y otras, tienen una política deliberada de no reconocimiento y subregistro de enfermedades y accidentes laborales.
Sería tedioso puntualizar los incontables incumplimientos de las aseguradoras. Baste decir que desde 1996 “se terminaron” las enfermedades profesionales en la Argentina; solo pasaron a sumar el 2 por ciento de las causas de muertes laborales reconocidas, contra un 75 por ciento a nivel mundial.
Posteriormente, la ley fue modificada en 2012 bajo la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner; que con el apoyo de la CGT y la UIA, aprobaba la anulación de la “doble vía” obligando al trabajador a optar entre la indemnización tarifada de las ART o el reclamo judicial ante el fuero civil. Así la llamada “Ley Mendiguren” (por el titular de la UIA), cumplía con un reclamo histórico de las patronales de terminar con la llamada “industria del juicio”, abaratando costos empresarios.
Con el mismo latiguillo, en 2017 el gobierno de Mauricio Macri logró, con el apoyo de la ‘oposición’ peronista, una nueva reforma. Se incorporaron nuevas instancias administrativas, que harían empalidecer a Kafka, para terminar de condicionar la instancia judicial, empujando a los trabajadores accidentados o a los familiares de los muertos, a caer en la red tendida por las ART y sus misérrimas tablas indemnizatorias.
Ahora, y a través del DNU (Decreto de Necesidad y Urgencia) 669/2019, el gobierno nacional estableció una nueva modificación que reduce aún más el cálculo de las indemnizaciones destinadas a quienes han sufrido incapacidad o muerte resultantes de accidentes de trabajo.
Por supuesto que los referentes del peronismo, embarcados en la campaña electoral, no han dicho una sola palabra al respecto, y probablemente tampoco lo vayan a hacer;cuando es una medida que favorece claramente a la pequeña y mediana empresa, donde el deterioro y retroceso de los derechos de los trabajadores producto de la precarización, es práctica común en estos ámbitos laborales. De paso, gobierno y oposición van imponiendo de hecho la “reforma laboral” demandada por las patronales y el FMI.
El debate central respecto a la salud laboral es uno solo y pasa por la opción entre la salud como negocio o la salud en función de las necesidades de los trabajadores.
Es imprescindible que tengamos en cuenta que ninguna modificación de la Ley de Riesgos de Trabajo puede cambiar el sentido de algo que fue elaborado a medida de las patronales. Poner las empresas, las ART, cuyo único objetivo es maximizar sus ganancias a “cuidar” la salud de los trabajadores, es un contrasentido insalvable. La inversión en salud y seguridad es vista por los empresarios como un costo injustificado, es más rentable reemplazar al trabajador enfermo o accidentado que gastar en prevención para evitar que este se enferme o accidente.
El incremento en flecha de la desocupación hace a los trabajadores más vulnerables a la extorsión empresaria de aceptar pésimas condiciones de trabajo. Para explicar los accidentes o enfermedades que padecen las y los trabajadores, es necesario analizar en forma integral como están organizados el trabajo y la producción. Las empresas diseñan procesos y ambientes de trabajo en función de la rentabilidad y la ofensiva patronal ha aumentado el número de accidentes, enfermedades y el sufrimiento en el trabajo, en especial a lo que hace a dolencias nuevas y no reconocidas, con implicancias sobre la calidad de vida, y las relaciones sociales y familiares de las y los trabajadores.
El actual es un momento de gran debilidad del movimiento obrero. En muchos lugares de trabajo cuando un activista o delegado quiere preparar la resistencia, mira para atrás y encuentra que tiene compañeros estables, contratados, monotributistas, en negro. Entonces la primer gran tarea no es sólo enfrentar a la patronal sino la construcción de un “nosotros”, cómo lograr la sensación de colectivo laboral cuando lo que hace la patronal es dividirnos.Mientras tanto, cada jornada que transcurre deja otro trabajador muerto en una fábrica, una obra en construcción, una ruta o una oficina estatal.
En última instancia no se trata tanto de dilucidar cómo es el ataque de la patronal, que tiene poco de novedoso, sino de ver cómo se arman las líneas de defensa de los trabajadores, que una vez más deberán recurrir a su imaginación, su fuerza y su historia para frenar el avance del capital.