Con nuestros viejos, ¡no!
Luego de diferentes censos realizados tanto por el Gobierno como por organizaciones sociales los resultados han arrojado que el número de personas en situación de calle ha aumentado un veinte por ciento. Por eso, tanto los hogares como paradores están colapsados y las listas de esperar para ingresar son cada vez mayores. No es menor recordar que estos espacios tienen un límite de edad de admisión que es hasta 60 años, por lo que los adultos mayores quedan desamparados siendo uno de los grupos de más alta vulnerabilidad.
En la actualidad la cantidad de adultos mayores crece censo a censo. Más del quince por ciento de la población de nuestro país tiene más de 60 años, eso implica más de 6 millones de sujetos. Muchos de ellos padecen enfermedades crónicas severas o muy graves y tienen serias dificultades para acceder al sistema de salud y también a la posibilidad de alimentarse cotidianamente.
¿Qué oportunidad, qué valor, qué alojo le damos como sociedad, como Estado a esta población? ¿Qué sucede con un Estado que parece querer quitar del diccionario la palabra viejo/a? Parece ser un término que incomoda, que molesta, que inquieta.
El grupo más longevo, mayor a 70 años, se ubica en primer lugar la ciudad Autónoma de Buenos Aires, 13,1 por ciento; Santa Fe 10,3 por ciento; San Juan 9,6 por ciento y Córdoba 8,9 por ciento. Sólo se aproximan a ese rango otras dos provincias: Mendoza y Buenos Aires.
¿Qué ocurre con los viejos en nuestra sociedad? Se mueren o en el mejor de los casos sobreviven un tiempo en la calle o en las entradas y pasillos de algún hospital. Otros, más afortunados, tienen una familia que los puede sostener tanto emocional como económicamente ya que con la jubilación poco es lo que pueden hacer y mucho menos con la mínima (10.400 pesos) que es la que cobran más del 65 por ciento de los ancianos.
Falta de prestaciones, hospitales que no dan abasto, entidades sin insumos, sin personal, instrumentos que no funcionan, medicamentos que dejaron de ser gratuitos hacen que la vida para estos seres sea una odisea. Horas parados haciendo colas para sacar turnos, para conseguir descuentos en los servicios, para el certificado de supervivencia (sí, ir a demostrar que aún están vivos), el cese del reintegro del IVA y otras medidas hacen de su cotidianidad un calvario porque con 10.400 pesos no pueden afrontar los gastos para vivir; menos en la vejez. Claramente la gran mayoría de los jubilados en nuestro país está bajo la línea de pobreza
Si ponemos atención en la etimología de la palabra “anciano” nos indica que es “lo que va delante de” o “que es anterior a”. Entonces, cómo pensar nuestro presente y futuro sin tener en cuenta nuestras raíces, a los que estuvieron ahí para poder construir a partir de sus crónicas, de sus vivencias que son parte de nuestra historia y nuestro devenir.
¿Qué oportunidad, qué valor, qué alojo le damos como sociedad, como Estado a esta población? ¿Qué sucede con un Estado que parece querer quitar del diccionario la palabra viejo/a? Parece ser un término que incomoda, que molesta, que inquieta.
¿Por qué como seres sociales y subjetivos no dejarnos inquietar, interpelar por la historia vivida, transitada de nuestros mayores? ¿Por qué no permitir que sus relatos y narraciones formen parte de nuestro crecimiento como sociedad y sujetos críticos? ¿Por qué no mirarlos como cimientos de una grupalidad que con el transcurrir de los años se va modificando, deconstruyendo y en ese movimiento incluirlos como protagonistas?
Si ponemos atención en la etimología de la palabra “anciano” nos indica que es “lo que va delante de” o “que es anterior a”. Entonces, cómo pensar nuestro presente y futuro sin tener en cuenta nuestras raíces, a los que estuvieron ahí para poder construir a partir de sus crónicas, de sus vivencias que son parte de nuestra historia y nuestro devenir.
Es muy triste y doloroso ver a nuestros viejos padecer, sentirlos angustiados cuando a esta altura de su vida deberían disponer de su tiempo y disfrutarlo luego de haber trabajado tantos años. Nuestros ancianos tendrían que pensar en vivir y no en sobrevivir en esta cotidianidad.
¡Qué desactualizados han quedado los dichos de Rousseau¡: “La juventud es el momento de estudiar; la vejez el de practicarla”. Ojalá en esta sociedad hubiera tiempo para gozar y ejercer la sabiduría adquirida a lo largo de los años.
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Carla Elena. Psicóloga Social, miembro del Forum Infancias. Docente.