miércoles, septiembre 18, 2024
Por el mundo

1º de mayo: Lucy González Parsons, la mujer olvidada

“No es posible dejar de notar que aumenta en las masas el culto por los anarquistas ahorcados en Chicago: a la sombra de la horca, en Chicago mismo, han ido en procesión los obreros a visitar las sepulturas, y llevaba la bandera roja la apasionada mestiza en cuyo corazón caen como puñales los dolores de la gente obrera, la viuda del americano Parsons”.

José Martí

 Por Jorge Montero/El Furgón –

El 21 de octubre de 1886 el diario La Nación de Buenos Aires publicó una crónica de su corresponsal, José Martí, en la que el escritor describía los sucesos que fue testigo en la ciudad de Nueva York cuando eran sentenciados los obreros de Chicago que reclamaban por la jornada laboral de ocho horas. En ella se lee: “Allí la mulata de Parsons, implacable e inteligente como él -se refiere a su esposo Albert Parsons-, que no pestañea en los mayores aprietos, que habla con feroz energía en las juntas públicas, que no se desmaya como las demás, que no mueve un músculo del rostro cuando oye la sentencia fiera. Los noticieros de los diarios se le acercan, más para tener qué decir que para consolarla. Ella aprieta el rostro contra su puño cerrado. No mira; no responde; se le nota en el puño un temblor creciente; se pone en pie de súbito, aparta con un ademán a los que la rodean, y va a hablar de la apelación con su cuñado (…)

Lucy González Parsons

“En la plaza, llena desde el alba de tantos policías como concurrentes, hubo gran conmoción cuando se vio salir del tribunal, como si fuera montado en un relámpago, al cronista de un diario, el primero de todos. Volaba. Pedía por merced que no lo detuviesen. Saltó al carruaje que lo estaba esperando. -¿Cuál es, cuál es el veredicto?, voceaban por todas partes. -¡Culpables!, dijo, ya en marcha. Un hurra, ¡triste hurra!, llenó la plaza. Y cuando salió el juez, lo saludaron”.

De los ocho sentenciados, cinco fueron condenados a muerte, y solo cuatro llevados a la horca el 11 de noviembre de 1887, ya que Louis Lingg fue hallado muerto en su celda, víctima de un crimen que se hizo pasar por suicidio. Parsons murió al grito de “¡Dejad que se oiga la voz del pueblo!”. Los inmigrantes alemanes August Spies, Adolf Fischer y George Engel, exclamando “¡Viva la anarquía!”, antes que el dogal los despojara del último aliento. “En todas las épocas, cuando la situación de un pueblo llega a un punto tal que gran parte se queja de las injusticias existentes, la clase poseedora responde que las demandas son infundadas y atribuye el descontento a las influencias de ambiciosos agitadores”, había declarado el periodista Adolf Fischer durante el amañado juicio.

Los ocho trabajadores condenados pasaron a ser conocidos en la historia de las luchas obreras como “Los Mártires de Chicago”. Como sucedió años más tarde con el conocido proceso a Sacco y Vanzetti, era evidente que no se trataba de condenar a los verdaderos culpables del atentado, sino de asestar un severo golpe al anarquismo y al naciente movimiento obrero estadounidense. Inmediatamente Lucy Parsons –“la mulata que no llora”, como la describió Martí- inició un recorrido por el país junto con sus pequeños hijos. En encendidos discursos se dirigió a más de 200 mil personas en 16 estados, hablando de noche y viajando de día. Escribió centenares de cartas a sindicatos y distintas autoridades, tanto de Estados Unidos como de todo el mundo. Generando una corriente de solidaridad internacional hacia las víctimas de Chicago que sumó a millones de trabajadores.

Movilización obrera por el 1º de mayo

Lucia Eldine González nació en Johnson County, Texas, en 1853. El Estado de Texas había obtenido su independencia de México en 1836 con apoyo de los Estados Unidos, y más tarde fue anexionado a la Unión Americana como resultado de la Guerra de Intervención Estadounidense y el Tratado de Guadalupe Hidalgo del 2 de septiembre de 1848, mediante el cual el gobierno mexicano cedió a los invasores la mitad norte de su territorio.

Lucy González siempre se consideró a sí misma como “mexicana”, era hispano-hablante y sus adversarios políticos se referían a ella, despectivamente, como “una mujer de color”. Se sabe poco acerca de sus primeros años, pero la mayoría de sus biógrafos coinciden en que era hija de una mexicana negra llamada María del Carmen Gather y de John Waller, un mestizo de nación indígena Creek. A los tres años quedó huérfana y fue criada por su tío materno Oliver Gathing en su rancho texano, donde vivió poco menos que esclavizada, y donde debió convivir con la ferocidad de los racistas blancos y los linchamientos del KuKluxKlan.

Lucy Parsons, presa

En 1870 Lucy conoció a Albert Richard Parsons, veterano de la Guerra de Secesión, con el que compartiría vida e ideales. El casamiento, un año después, fue secreto debido a las leyes vigentes contra el matrimonio interracial. A consecuencia de esto y de la militancia republicana-radical de Albert, favorable al voto de los negros, el matrimonio fue obligado bajo amenaza de muerte a abandonar Texas.

Con sus escasas pertenencias, Lucy y Albert se asentaron en la ciudad industrial de Chicago en 1873, donde ella abrió un pequeño taller de costura confeccionando vestidos por encargo -familiarizada, seguramente, por su experiencia como explotada en los campos de algodón- para ayudar a la economía del hogar, mientras su esposo desempeñaba su vocación en un taller tipográfico. En esa ciudad nacieron sus dos hijos: Lulú y Albert Jr.

Un visitante describió al Chicago de entonces como “Un manto abrumador de humo; calles llenas de gente ocupada, en rápido movimiento; un gran agregado de vías ferroviarias, barcos y tráfico de todo tipo; una dedicación primordial al Dólar Todopoderoso”. Chicago era tierra de “extranjeros”, arrastrados por el sistema mundial de acumulación capitalista a la periferia de una ciudad industrial donde ya habían comenzado a gestarse los sucesos de 1886. Durante el invierno de 1872, miles de personas hambrientas y sin hogar a causa del “gran incendio”, realizaban manifestaciones pidiendo ayuda. Muchos de ellos llevaban pancartas proclamando “pan o sangre”. Recibieron sangre: corridos por la policía, fueron tiroteados y apaleados.

Incendio en Chicago

En 1877, una ola de huelgas se extendió por las redes ferroviarias alcanzando a Chicago, y las asambleas obreras eran disueltas por los uniformados a balazos. El “Chicago Tribune”, vocero de la burguesía industrial de Chicago, expresaba: “Todos los postes de luz de Chicago serán decorados con el esqueleto de un socialista, si es necesario, para evitar que se propague el incendio y para prevenir cualquier intento subversivo”.

Los Parsons se convirtieron prontamente en figuras activas en este escenario del naciente movimiento obrero estadounidense. Lucy, que tenía cualidades de organizadora, lectora voraz,en 1878 comenzó a publicar artículos sobre los sin techo, los desocupados, los veteranos de guerra y la función de las mujeres en las organizaciones revolucionarias, para el periódico “The Socialist”. Más adelante ayudó a crear la Unión de Mujeres Trabajadoras de Chicago, organizando a las costureras de la industria maquilladora (sweat-shops), y que en 1882 fue reconocida por los Caballeros del Trabajo, que hasta ese momento no permitían la militancia de la mujer en las organizaciones. Y un año después fundó con su esposo y otros colaboradores el periódico “The Alarm”, que actuó como órgano de difusión de la Internacional Working People Asociation (IWPA) que promovía la acción directa contra los capitalistas, y en el que colaboró como redactora de prensa. Sus notas denunciaban como la población negra era víctima de la discriminación por el solo hecho de ser pobres, planteando que el racismo desaparecería inevitablemente con la destrucción del capitalismo.

El 1° de mayo de 1886 se realizó una Huelga General en Chicago para reclamar la Jornada Laboral de Ocho horas. En compañía de su esposo Albert, su hija Lulú de ocho años y su hijo Albert Jr. de siete, Lucy participó en el desfile en el que miles de obreras y obreros industriales cruzaron el Río Font y las calles de la ciudad coreando la consigna “¡No queremos trabajar más de ocho horas!”. Debió ser difícil contener el orgullo de saberse protagonista de aquella jornada. No podía imaginar que a partir de entonces, cada primero de mayo los trabajadores del mundo saldrían a las calles a reivindicar sus derechos y conquistas frente a la explotación de las patronales y sus gobiernos. Tampoco podía imaginar lo que sucedería tres días después.

Los mártires de Chicago, por Fucile

El“Chicago Mail” advertía en su editorial del 1° de mayo: “Hay dos rufianes peligrosos que andan en libertad en esta ciudad; dos cobardes que se ocultan y que están tratando de crear dificultades. Uno de ellos se llama Parsons, el otro Spies. Señálenlos hoy. Manténganlos a la vista. Indíquenlos como personalmente responsables de cualquier dificultad que ocurra. Hagan un escarmiento realmente ejemplar con ellos si en verdad se producen dificultades”. Albert Parsons y sus compañeros estaban condenados de antemano.

En Milwaukee nueve manifestantes eran asesinados por las fuerzas policiales. También hubo enfrentamientos callejeros que dejaron víctimas en las ciudades de Filadelfia, Louisville, Saint Louis, Baltimore y Chicago. En esta última las patronales castigaron a los huelguistas con un lock-out, lo que llevó a nuevas huelgas en los dos días posteriores con la movilización de más de 40 mil obreros. Los anarquistas realizaron un acto en apoyo de los trabajadores madereros de Chicago, que fue reprimid opor la policía y por matones al servicio de los burgueses, los pinkertons, dejando un saldo de seis muertos y más de 50 heridos.

El anarquista e inmigrante alemán Auguste Spies hizo un llamado a los trabajadores desde su periódico “Chicago er Arbeiter Zeitung” (Diario de los Trabajadores de Chicago): “Ellos asesinaron a los pobres desdichados porque, como ustedes, tuvieron el coraje de desobedecer la voluntad suprema de sus patrones. Ellos los asesinaron para mostrarles a ustedes ‘Ciudadanos Libres Americanos’ que deben estar satisfechos con aquello que los patrones les concedan, o los matarán. Si ustedes son hombres, si son hijos de sus antepasados, que han derramado su sangre para liberarlos, entonces levántense como Hércules, y destruyan a la Hidra que busca destruirlos a ustedes. A las armas los llamo, a las armas”.

Volante llamando a la movilización del 1º de mayo

 Se convocó a un multitudinario acto para el 4 de mayo en el Haymarket Square (Plaza del Mercado de Heno). Ese día, Albert Parsons llegó desde Cincinnati para ayudar a su esposa a organizar a las costureras, que se reunían en las oficinas del “Arbeiter Zeitung”. Por la tarde Auguste Spies se dirigió a Haymarket, no viendo ningún orador en inglés, comenzó a buscar a Parsons y, al no hallarlo, regresó a la Plaza para dar comienzo al mitin. Mientras tanto, en el local del periódico, se decidió dar por terminada la reunión de las costureras al tomarse conocimiento, gracias a dos obreros que acababan de llegar, de la falta de oradores en inglés. Albert y Lucy Parsons, junto con sus hijos, se dirigieron entonces a Haymarket donde él tomó la palabra.Tras el discurso que duró aproximadamente una hora, los Parsons se retiraron hacia un salón cercano, donde continuarían la reunión interrumpida. El tiempo amenazaba con lluvia, y el acto llegaba a su fin cuando una bomba de fabricación casera estalló cerca de la policía, causando la muerte de un oficial y dejando varios heridos. Los uniformados abrieron fuego sin contemplaciones contra los presentes dejando una cantidad de muertos que nunca se informó oficialmente.

En los días siguientes se ordenó el arresto de Samuel Fielden (inglés, 39 años, pastor metodista y obrero textil), Oscar Neebe (estadounidense, 36 años, vendedor), Michael Swabb (alemán, 33 años, tipógrafo), George Engel (alemán, 50 años, tipógrafo), Adolf Fischer (alemán, 30 años, periodista), Auguste Spies (alemán, 31 años, periodista), Louis Linng (alemán, 22 años, carpintero) y Albert Parsons (estadounidense, 39 años, tipógrafo y periodista). Como sucedió años más tarde con el conocido proceso a Sacco y Vanzetti, era evidente que no se trataba de condenar a los verdaderos culpables del atentado, sino de asestar un severo golpe al anarquismo y al naciente movimiento obrero estadounidense.

Años más tarde, Lucy Parsons recordaría la mañana en que llevó a sus dos pequeños hijos para darle el último adiós a su compañero: “encontré la cárcel acordonada por fuera con cables pesados. Los policías con sus pistolas caminaban por el recinto”. Lucy les pidió que por lo menos “dejen a estos niños dar a su padre el adiós, déjelos recibir su bendición. No pueden hacer ningún daño”. Pero los uniformados los detuvieron y “nos quedamos encerrados en la estación de policía, mientras que el infernal delito se consumaba”.

1° de Mayo. Trabajadores en huelga, 1886.

Tras la muerte de su esposo, Lucy González Parsons,retomó su recorrido por el país, organizando a los trabajadores, escribiendo artículos para periódicos obreros y realizando encendidos discursos en espacios públicos que provocaron la intervención policial en más de una oportunidad; mientras comenzaba a ser conocida internacionalmente como la “Viuda Mexicana de los Mártires de Chicago”.

En 1890 participó en las movilizaciones que conmemoraron por primera vez el Día Internacional de los Trabajadores. Ese mismo año publicó los “Principios del Anarquismo”, y dos años después “Libertad”, una publicación mensual revolucionaria.

También a fines del siglo XIX tuvo un arduo debate ideológico con la feminista Emma Goldman, debido a su convencimiento de que la opresión sufrida por las mujeres era resultado directo de la explotación capitalista, algo similar a lo que sostenía respecto a los afroamericanos. Por ende, la liberación de las mujeres debía venir de la mano de la emancipación de los trabajadores de la explotación capitalista mediante una revolución social. En cambio, Goldman tenía una concepción más abstracta de la liberación femenina, el amor y la sexualidad libre; no consideraba la problemática de las clases sociales y su pensamiento estaba dirigido fundamentalmente a “sectores medios” de la sociedad.

 El 27 de junio de 1905 Lucy González Parsons participa en Chicago de la fundación de la Industrial Workers of the World (IWW). Fue una de las doce mujeres delegadas del Congreso, y la única de ellas en tomar la palabra: “He tomado la palabra porque ninguna otra mujer ha respondido, y siento que no estoy fuera de lugar para decir a mi manera algunas pocas palabras sobre este movimiento. Nosotras, las mujeres de este país, no tenemos ningún voto -el voto femenino se aprobó en Estados Unidos en 1920, pero continuó excluyendo a las afroamericanas-, ni aunque deseáramos utilizarlo, y la única manera en que podemos estar representadas es tomar a un hombre para representarnos; y yo me sentiría rara al pedirle a un hombre que me represente. No tenemos ningún voto, solo nuestro trabajo (…) Somos las esclavas de los esclavos. Nos explotan más despiadadamente que a los hombres”. A continuación, hizo un llamado a quienes participaban del Congreso: “Dondequiera que los salarios deban ser reducidos, los capitalistas utilizan a las mujeres para reducirlos, y si hay cualquier cosa que ustedes los hombres deban hacer en el futuro, es organizar a las mujeres”.Continuó con un llamado a los trabajadores a seguir el ejemplo de la Revolución Rusa de 1905 que había estallado unos meses antes: “deben imbuirse del espíritu que ahora se despliega en la lejana Rusia y Siberia, donde nosotros pensábamos que la chispa de la hermandad se había apagado. Tomemos su ejemplo”.

Albert Parsons y Lucy Parsons

Sostuvo ante los delegados que los trabajadores no deberían “golpear y salir y morir de hambre, sino golpear y permanecer adentro de las fábricas y tomar posesión de los bienes de producción necesarios”. Finalizó su discurso pronosticando un futuro alentador para la clase obrera: “Vamos a sepultar las diferencias como la nacionalidad, la religión, la política, y poner los ojos eternamente y para siempre hacia la estrella más alta de la República Industrial de los Trabajadores, recordando que hemos dejado atrás lo viejo y hemos puesto la cara hacia el futuro. No hay poder humano que pueda detener a los hombres y mujeres que están decididos a ser libres a toda costa. No hay poder sobre la tierra tan grande como el poder del intelecto. Se mueve el mundo y se mueve la tierra”.

Sus encendidos discursos y sus escritos llamando a la lucha y la unidad de los trabajadores seguían siendo motivo de preocupación para las patronales, la policía y el gobierno. En 1912 publicó un artículo en donde reivindicaba la Huelga General del 1° de mayo de 1886 como “un acontecimiento histórico de gran importancia, puesto que era la primera vez que los propios trabajadores habían intentado conseguir una jornada laboral más corta por la unidad y la acción simultánea. Esta huelga fue la primera acción directa a gran escala”. En ese mismo artículo se adelantaba a su tiempo al sentenciar: “Por supuesto, la jornada de ocho horas es tan anticuado como las uniones mismas. Hoy debemos agitar por una jornada laboral de cinco horas”.A sus 60 años, Lucy, era catalogada por el Departamento de Policía de Chicago como “más peligrosa que mil insurrectos”.

Los mártires de Chicago

Pasó a integrar en 1927 el Comité Nacional de Defensa del Trabajo, una organización que tenía como objetivo defender la libertad de organización y reclamar por los trabajadores afroamericanos que habían sido acusados de crímenes que claramente no habían cometido, como el caso de los “Scottboroboys” -nueve jóvenes acusados injustamente de violar a dos mujeres blancas en el estado de Alabama en 1931- o de Ángelo Braxton Herndon – arrestado y convicto por insurrección después de intentar organizar trabajadores industriales blancos y negros en 1932 en Atlanta, Georgia-.

Seguía activa cuando la sorprendió la muerte el 7 de marzo de 1942 a los 89 años, ciega y debilitada, al incendiarse su hogar. George Markstall, su compañero en ese momento, murió al día siguiente como consecuencia de las quemaduras producidas cuando intentaba salvarla de las llamas.

Las autoridades federales y locales llegaron a la destruida casa de Lucy González Parsons, en la calle North Troy de Chicago, para asegurarse de que su legado muriera con ella. Revisaron los restos, confiscaron su vasta biblioteca con más de 1.500 ejemplares y sus escritos personales; nunca los devolvieron.

El decidido esfuerzo de Lucy Parsons por elevar e inspirar a los explotados y oprimidos a tomar el poder se mantuvo vivo entre quienes la conocieron, la escucharon y la amaron. Pero pocos hoy están conscientes de sus ideas, coraje y tenacidad. A pesar de su fértil mente, sus habilidades de escritura y oratoria, y su sorprendente belleza, Lucy Parsons no ha encontrado un lugar en los textos escolares, los programas de estudios sociales o las películas de Hollywood. Sin embargo, se ha ganado un lugar prominente en la larga lucha por una vida mejor para los trabajadores, para las mujeres, para los negros, para su país y para el mundo. Vayan en su memoria estas palabras finales con que ella despidió a los “Mártires de Chicago”: “Descansen, camaradas, descansen. ¡Todos los mañanas son suyos!”.