Sebastián Bordón, memoria celeste y blanca
Por Coordinadora de Derechos Humanos del Fútbol Argentino/El Furgón –
Iba y venía. Estaba concentrado. Miriam lo seguía a la distancia. No le preguntaba nada. La procesión era imparable. Caminaba, caminaba y caminaba. Del patio al placard y del placard al patio. Era 1 de diciembre y hacía calor. No le importaba. Más atacaba Boca, más se le transpiraban las manos. Más atacaba Boca, más aceleraba los pasos. Más atacaba Boca, más veces acariciaba la biblia. A esa altura de la tarde, cualquier recurso era bueno para colaborar con la defensa del arco de Nacho González. Sebastián Bordón, 18 años ya cumplidos, atrapaba desde chiquito cada bocanada de aire con la ilusión de ver a Racing campeón. Ese año tampoco se le iba a dar pero, al menos, ganarle al equipo de Carlos Bilardo en el Cilindro era un lindo consuelo para cerrar un 1996 en el que terminó celebrando River. El cuarto lo hizo Claudio Marini y, a partir de ese grito, quedaron 10 minutos eternos en los que se volvió creyente de no se sabe bien qué. Sufrió hasta que la Academia ganó. Recién ahí respiró tranquilo. Recién ahí le devolvió una mirada de ternura a su mamá.
La primera patada la dio durante el Mundial 78. Desde adentro de la panza. A Miriam le quedó el recuerdo grabado. Sebastián nació recién el 12 de octubre pero su pasión futbolera asomó varios meses antes al calor de los goles de Mario Alberto Kempes. Jorge Rafael Videla estaba al frente de la dictadura que haría de la Argentina el país de los desaparecidos. Miriam no tenía manera de imaginar que esas mismas prácticas de terror la golpearían de lleno casi dos décadas más tarde. Antes de instalarse definitivamente en Moreno, la familia pasó por Martín Coronado y por Villa Ballester. Cuando iba a la cancha, Sebastián se sumaba a los micros que salían desde la localidad del partido de San Martín. Iba con el Turu, el amigo de la esquina. Si se quedaba en su casa, se prendía a la radio. Siempre andaba con una camiseta que su mamá aún guarda entre los tesoros más preciados: “No había forma de que no estuviera encima de Racing. Sufría mucho y lo amaba mucho”.
El domingo 28 de septiembre de 1997, la Academia empató 3 a 3 con Colón en Santa Fe por la sexta fecha del Torneo Apertura. Sebastián había llegado a El Nihuil el sábado 27 en el marco de su viaje de egresados. Consignan varias notas periodísticas que el grupo de chicos y de chicas de las escuelas 4 y 13 de Moreno se había instalado en un centro turístico a 50 kilómetros de la ciudad mendocina de San Rafael. El 12 de octubre, el cuerpo de Sebastián apareció al fondo del cañadón de El Nihuil después de haber estado desaparecido durante 11 días. Lo habían golpeado brutalmente. Según se probó en el juicio oral, falleció luego de que los mismos agentes de la policía provincial que lo habían torturado lo hicieran morir de hambre y de sed. Siete efectivos y dos civiles fueron enjuiciados y recibieron sentencia. Hugo Ramón Trentini, comisario de la seccional de San Rafael en ese entonces, fue además condenado en junio de 2017 por delitos de lesa humanidad cometidos durante el genocidio desplegado por quienes gobernaban cuando Sebastián lanzó al mundo su primera patada. Miriam no festeja. Apenas se alivia: “Lo que siento tiene que ver con la reparación, no con la alegría”.
Como cada 12 de octubre, Miriam pisa suelo mendocino para ganarle una vez más a la impunidad. No lo hace sola: la acompañan otras madres cuyos hijos fueron asesinados en democracia por el accionar ilegal e ilegítimo de las Fuerzas de Seguridad del Estado. “Estamos acá para multiplicar la memoria. Eso lo aprendí de los organismos de Derechos Humanos, que ayudaron para que Sebastián no fuera un desaparecido más”, avisa convencida. Claves fueron también los vecinos del barrio Tres de Diciembre de Moreno que se movilizaron hasta la zona donde se intuía que podía estar Sebastián y que, luego de quebrar el cerco de mentiras policiales, lo encontraron. Por eso, a modo de agradecimiento, Miriam construyó La casita de Sebastián, un jardín maternal al que asisten cotidianamente cientos de niños y de niñas.
Un poco por el trapo celeste y blanco que iba a todos lados y otro poco porque era un atajo para mostrarle cuánto la quería, Sebastián se paraba delante de su mamá y le decía: “Mi vieja me dio la vida; Racing, el corazón”. Como el amor de madre es un hilo imposible de cortar, Miriam decidió armar una bandera con la cara de su hijo y el escudo de la Academia. Aspira a verla alguna vez adentro de la cancha. Mientras tanto, dado que abandonar es una palabra que no encaja en su diccionario, la hace flamear de Moreno a El Nihuil. Eso, en última instancia, es lo que la empujó a resistir durante estos 21 años. Y eso, de fondo, es también lo que sigue haciendo que Sebastián nunca deje de estar presente.