El secuestro y tortura a la docente en Moreno son consecuencia del ideario macrista
Corina de Bonis se transformó en otra víctimas de la doctrina del macrismo. Entre enemigos internos, Chocobar y la despolitización de la política, el gobierno afianza su discurso.
Por Juan Agustín Maraggi/El Furgón
A poco más de dos meses de la explosión que terminó con la vida de Sandra Calamaro y Rubén Rodríguez en la Escuela 49 de Moreno. La desidia estatal provocó las muertes y paralizaron más de ochocientos establecimientos educativos en el distrito.
Corina de Bonis, docente en lucha del Centro de Educación Complementaria 801, se transformó en una nueva víctima de la doctrina del oficialismo. El miércoles fue secuestrada, torturada y, punzón mediante, le escribieron “Ollas no” en el abdomen. La inscripción es una respuesta ante las ollas populares que realizan cotidianamente los docentes de Moreno, en su caso, para doscientas personas por día ante el hambre y el abandono estatal.
No es la primera vez que los docentes reciben amenazas; “dejen de hacer política y den clases” rezaban los papeles que recibían debajo de las puertas y las pintadas intimidatorias, llamados anónimos, autos en secuencia y la frase “la próxima olla la van a hacer en Güemes y Roldan”, la dirección del cementerio local. Estos son algunos de los mensajes que reciben desde la muerte de Sandra y Rubén y el inicio de esta lucha. Prácticas que se han hecho constantes en los últimos años.
“Soy la maestra que agredieron. Pero la agresión que sufrí está dirigida a mis compañeras” declaró Corina. La violencia en estos términos no es casual, resulta una de las tantas consecuencias prácticas del discurso que vienen promulgando las instituciones desde la llegada de Cambiemos a la Rosada.
El gobierno no puede desligarse de la situación, son sus ministros e intelectuales los que, de manera directa o indirecta, incentivan, justifican y naturalizan estas situaciones. Y son sus bases y su electorado quien reproduce y sostiene esta perspectiva.
La unión entre el intento de despolitizar la política, el fomento de un discurso de odio, la individualización extrema, la creación de un enemigo interno, la estigmatización y la doctrina de seguridad neoliberal son algunas de las herramientas fundamentales que respaldan este tipo de accionar.
Una bajada de línea
Apenas una semana pasó de la muerte de Ismael Ramírez, de trece años, en la provincia de Chaco. Cuando aun las balas salían de las armas de los uniformados, los funcionarios del Gobierno salieron a respaldar el accionar de las fuerzas. La línea es clara, ante la duda; defender las fuerzas de seguridad.
Fue Cristian Ritondo, ministro de Seguridad bonaerense, quien sentenció esta semana que prefiere “a los delincuentes amontonados que liberados”. En paralelo, Mauricio Macri firmó un decreto presidencial en el que desplazó parte del presupuesto de los ex ministerios de Educación, Ciencia, Cultura y Desarrollo Social hacia la cartera de Seguridad.
Como si tuvieran un reloj cronometrado y apenas pasadas unas horas de la difusión de la tortura a Corina, la gobernadora María Eugenia Vidal y el titular de Educación de la Nación Alejandro Finocchiaro, publicaron en sus redes frases en repudio. Sin embargo, difícil es tirar la piedra lejos cuando lo más probable es que rebote. La gobernadora y el ministro vienen negando de manera sistemática atender las necesidades de los trabajadores y, ante la consulta, acusan a la pesada herencia de no poder hacerlo o a quienes reclaman por su grado de politización.
Ambos alientan el discurso contra quienes se les oponen, reclaman lo que les corresponde o se manifiestan. Fueron parte de las bases del macrismo las que se propusieron como reemplazantes voluntarios de los docentes en huelga durante el 2017 y Finocchiaro quien declaró que quienes realizaban paro tenían niveles de salvajismo que no se veía desde el Alfonsinismo. Con el discurso de la politización de los reclamos, el macrismo intentó patear una y otra vez las demandas hacia afuera de la cancha.
La ministra Patricia Bullrich, por su parte, se encuentra muy preocupada buscando cajas fuertes y bunkers, basándose en denuncias anónimas, en las hectáreas patagónicas de Lázaro Báez. Su desvelo es denunciar que el Kirchnerismo desvía mediante denuncias falsas el hallazgo de las supuestas bóvedas enterradas. Fue el macrismo quien advirtió que destinar parte de las fuerzas que comanda Bullrich a esta búsqueda era esencial. En paralelo, la Justicia absolvió a Daniel Oyarzún, el ‘carnicero de Zárate’. Que haya sido un jurado popular quien resolvió de manera unánime su absolución es alarmante pero – a estas alturas- representa una demostración del estado de las cosas. En el país donde Chocobar es respaldado por el mismísimo presidente lo de Oyarzún no debería sorprender. La ministra, por su parte, omitió comentarios sobre el secuestro y la tortura de la docente, pero tuvo tiempo para definir la absolución del carnicero como justa.
La naturalización de estos discursos y prácticas no podría darse sin los medios de siempre. Su cuota en incentivar la doctrina oficial es cotidiana. Desde contar los minutos que pasan desde que inicia un corte de calle sin aplicarse el protocolo antipiquete, hasta la justificación al ajuste y el vaciamiento.
La violencia y tortura contra Corina resultan las consecuencias prácticas del ideario macrista. La nueva política a la que hacen referencia sólo habla de cierta política: la suya. En cuanto hay sectores en conflicto dejan de ser actores políticos y pasan a ser grupos de peligrosidad. El diálogo del oficialismo es desde arriba hacia abajo, es aceptar lo que el poder propone.
Esta postura no es nueva en el neoliberalismo; tampoco en Cambiemos. Macri utilizó esta táctica desde que se hizo cargo de la Ciudad de Buenos Aires. Cada sector en disputa, y según su discurso, no reclamaban condiciones más dignas de existencia, sino que se manifestaban por un “interés político”. Los secundarios, los trabajadores del Teatro Colón, del Hospital Garraham, del subte, durante su paso por la jefatura de gobierno porteña fueron todos politizados. Una herramienta que pasó del Obelisco a todas las provincias, sin mediar escala,s cuando los globos amarillos llegaron al poder.
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