Festival “40 años con Abuelas” y el rol de las fuerzas represivas
Por Jorge Ezequiel Rodríguez/El Furgón
Ayer estuvimos ahí. A las 9 de la mañana armamos el puesto de Sudestada adentro del predio, junto a la carpa de Abuelas. La gente comenzaba a llegar feliz, y entre ancianxs y niñxs correteando estaban ellos, los mismos que una y otra vez operan para empañar y desvirtuar toda lucha, los mismos que se uniforman o se convierten en servicios, los que portan un arma a la vista o una remera de La Renga para infiltrarse en medio de la gente que tranquila disfruta un evento multitudinario con artistas comprometidos con una de las causas más significativas de nuestra historia. Por un lado estaban ellos, que les cambiaba la cara cuando desde el escenario se denunciaba el genocidio de los ‘70, los abusos policiales del presente, o se lo nombraba a Santiago Maldonado. Se los veía, en las primeras horas, incómodos, luego prepotentes.

Por otro lado estaban ellas y todxs nosotrxs. Las Abuelas de pie con más de 40 años de lucha, enseñando, cultivando, enamorando ideas y pensantes. Estaban los músicos, que no callaron su voz para repudiar todo lo que nuestro pueblo sufre cotidianamente por las fuerzas de seguridad, que cada vez se parecen más a los genocidas de aquellos años. Y estábamos nosotrxs, llenando no sólo el predio, sino también los alrededores. El Tigre se tiño de pañuelos blancos y verdes, y de cantos de Memoria, Verdad y Justicia.
La tarde se asomaba en un clima festivo, donde desde el más grande al más chico sumaba su granito para que esta lucha jamás se abandone. Y mientras desde el puesto veíamos cómo cuatro personas (las que pudimos divisar) ofrecían datos a la gente de Abuelas de personas que podían llegar a ser los nietos que estamos buscando, vimos que detrás de las vallas (afuera del predio) un muchacho bailaba al ritmo de Kapanga que sonaba en el escenario. Sólo bailaba. Detrás llegaron seis uniformados a las corridas. Lo frenaron bruscamente. Le sacaron la mochila, se la hicieron vaciar, lo revisaron. Nada había hecho este pibe, al que además se le cayeron las pelotitas de malabares. Varios que estaban cerca repudiaron a los policías que enseguida se fueron. Y el pibe junto las pelotitas, con ayuda de dos chicas, y se puso a llorar.

Ya eran cerca de las cinco de la tarde y estaba por tocar Ulises Bueno. Con un amigo salimos con dos valijas con libros para llevar al auto. La policía nos frenó y no nos dejó pasar. Teníamos credenciales de prensa y de igual manera nos mandaron a dar toda la vuelta. La hicimos. Caminamos 8 cuadras para llegar al auto (que estaba sólo a una de ahí). Cuando volvimos agarramos el camino que nos habían impedido y se nos rieron en la cara.
Y así pasó la tarde, entre la emoción de escuchar a Estela de Carlotto, a los nietos recuperados, a las miles y miles de almas que se unían en un grito común, a las bandas que aportaban lo suyo, y la oscuridad de los uniformes que actúan de modo siniestro y con la impunidad de una chapa.

Al llegar a mi casa, me entero de los detenidos que informó Correpi mediante un comunicado. Y tristemente no me sorprendió. Entendí enseguida por qué sucedía y quedé en la encrucijada de la emoción y felicidad por haber festejado con las Abuelas y el dolor de ver y sentir la impunidad de estos oscuros que una vez más, como hicieron con cada marcha por Santiago, intentaron opacar la festividad y el compromiso de ese domingo. Y una vez más no lo lograron. Quisieron hacerlo, tal vez estuvieron cerca, pero ellas, los organismos de derechos humanos y el compromiso de lxs miles y miles que plantaron sus pies y sus cuerpos en ese lugar no lo permitieron.
En cada movilización, en cada acto, o festival por los derechos humanos en nuestro país sabremos que ellos van a estar, paraditos incómodos esperando la orden, disfrazados para actuar de servicios, o tirando piedras y rompiendo baños para manchar toda lucha. Y nosotros que lo sabemos también vamos a estar para hacerles saber que no estamos dormidos ni nos van a callar.
El Festival fue hermoso y ellos por más que quisieron no lo pudieron ensuciar
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Fotos de portada e interior: Emergentes