Ana Robles: “La música se hace entre todos o no se hace”
La compositora, pianista y cantante riojana es una de las más importantes hacedoras de canciones de la música popular argentina del siglo XXI: ella expande las raíces folklóricas con decires profundos y una certera impronta de jazz. Para poder reunir los fondos para grabar y terminar su tercer disco solista Sabe el viento, lanzó una campaña de financiamiento colectivo on-line, hasta el 30 de junio. De su inspiración, sus desafíos como creadora y como mujer, Robles habla en detalle en esta entrevista.
Por Patricio Féminis/El Furgón
Ana Robles deja fluir su voz entre las ramas. Camina por los bosques de Alta Gracia, Córdoba -su nuevo lugar de vida-, y abre sus raíces de La Rioja a todos los ritmos en el aire. La compositora, pianista y cantante halla otro mapa de canciones imbatibles, con respiraciones folklóricas y mucho swing de jazz, en su tercer disco solista: Sabe el viento. Así confirma una certeza común, hace años. Robles es una de las creadoras clave de la música popular del siglo XXI, con hondas búsquedas de libertad. ¿Cómo redescubrir lo que ya sabe el viento?
A los 40 años, Robles sondea nuevas visiones de sí misma en las 12 canciones por venir. Sabe el viento acentuará la paleta compositiva de sus dos discos previos (Los duendes del agua y Pedacitos de sol), con los que se volvió una referencia para sus pares -y para los públicos emergentes-. Aunque las repercusiones sigan siendo arduas, y más para una autora femenina, Robles no desiste. Más allá de la retórica del “folklore” como sinónimo de cerrada argentinidad, ella avanza con calma en estos tiempos arduos.
“Mis canciones hablan del espíritu humano, de sus conflictos y miedos, de los sueños e ilusiones. Hablo de la fuerza que nos lleva a sobreponernos y seguir buscando la belleza, la armonía y el amor”, escribe Robles en la plataforma on-line Idea.me. Allí estará vigente hasta el sábado 30 de junio su campaña de financiamiento colectivo (crowdfunding) para poder grabar y mezclar Sabe el viento. Basta entrar a este link.
“Sabe el Viento” – Financiamiento Colectivo
Los aportes contemplados pueden ir desde los $200 hasta los $2.000, y hay seductoras recompensas: descargas virtuales de Sabe el viento o el envío del disco físico; packs de tres discos; clases personales de piano, composición y arreglos; taller grupal-círculo de percusión y canto; taller grupal de composición de canciones y hasta conciertos privados.
En el video que abre la campaña, Robles sonríe entre los árboles de Alta Gracia. “Sabe el viento es el nombre de una de las canciones, que habla del momento y del impulso de animarse a volar. De poder saltar, aunque uno no sepa, pero confiando en que el viento sabe sostener cuando uno se anima a dar el paso”. Y lo detalla para El Furgón: “La música se hace entre todos o no se hace. O se queda en el piano de mi casa. Esto es lo que me ha quedado muy claro y, a la vez, me ha hecho sentir acompañada: que no estoy sola”.
-¿Qué te decidió a esta encarar esta campaña on-line para editar Sabe el viento?
-El financiamiento colectivo me permite ver quiénes son mi público realmente y a partir de ahí generar uno nuevo. Todo esto es siempre un arbolito: alguien te escuchó, le gustó, le pasó el disco a alguien que después te cantó, y así te escuchó alguien más. Susana Guzmán, mi amiga y compañera en esta idea, me enseña cómo comunicar mejor mis proyectos, simplemente para poder seguir haciendo esto que tanto quiero y que es parte de mí”.
Robles surca las ramas, la suave voz sin ansiedad, y de fondo se oye la canción Fluye, con pulsos de candombe. “Como la madera vibra, como un haz de luz. Como la semilla espera, como una señal. Como sabe el viento, cuando hay que soplar, así”. Y luego viaja al estribillo con síncopas de jazz. “Corre el río, corre así bajo mi piel, y sobre las piedras que inventa mi entender. Fluye, fluye en lo hondo de mi alma. Fluye en la profundidad”.
“Pedacitos de sol”
Las manos sobre su piano acústico Breyer se impregnan de paisajes y riesgos sonoros esenciales que no la hacen parecerse a nadie. Las tradiciones se reafirman al reinventarse. Su identidad en tránsito se liga con su primer latido riojano y con su amplia formación clásica y popular desde el piano, en su provincia y, años después, en Buenos Aires. Una vasta experiencia que amplió al reflejarse aun más lejos. En 2001 -a los 23 años- se fue a vivir a Londres. Siguió estudiando, tocó mucho jazz, conoció a su esposo, el saxofonista Nick Homes, y grabó en 2005 Los duendes del agua. Así fluyeron esas canciones. Y así empezaron a cautivar.
A la par comenzó el otro espejo: la familia y la crianza de sus tres hijos (Mora, Lila y Elliot). De regreso en La Rioja, donde tramó incontables proyectos, Robles editó en 2014 Pedacitos de sol, que corroboró su brillo como compositora, atrapante para ser cantada. Entre muchos, la consagrada riojana La Bruja Salguero grabó su tema Los duendes del agua, la universal cantautora colombiana Marta Gómez cantó Pedacitos de sol, y, en su último disco, el pianista inglés John Crawford (con el que colaboró) eligió abordar Penas luz. Los oídos atentos descubrirán más versiones de sus temas, por otros, en YouTube.
Ahora, desde Alta Gracia, Robles piensa en las 12 obras de Sabe el viento, que compuso en Campanas, al norte de La Rioja, y, si llega a reunir los fondos necesarios, podrá finalizar en Córdoba. “Alejarse siempre te da otra perspectiva. A algunas cosas las terminás de ver o de aceptar desde la lejanía. Alta Gracia me dio otro ángulo y -de alguna manera- la pintura completa. Es el cierre del círculo y el comienzo de otro”, se mira Robles.
-“El viento sabe sostener cuando uno se anima a dar el paso”, decís en la convocatoria de Idea.me. ¿Qué desvelos artísticos te llevaron a dar con la tónica regidora de Sabe el viento?
-Hace unos años que algunas cosas no me venían cuadrando. De mí, de mi vida y de lo que estaba haciendo. Y a pesar de que quizás a los ojos de las otras personas lo tenía todo (una familia hermosa, la casa linda con la que todos sueñan), algo no terminaba de cerrarme. Quizás esa comodidad excesiva, y no haber encontrado suficiente gente con quién resonar en donde vivía, me había dejado en una especie de “autoexilio”. Haciendo mis canciones en mi casa, escribiendo, cuidando el jardín, pero sola. Pero esa burbuja en algún momento colapsó, y me vi donde estaba y donde iba a estar si no hacía un cambio. Y en esa crisis y búsqueda cayeron muchas estructuras con las que había convivido toda mi vida.
“Viernes de Salamanca”
Robles alude a “creencias, al concepto de alimentación, de salud, la religión, y tantas otras cosas más”. Hasta que “en un momento me vi sin piso y sentí que era el momento de hacer un cambio profundo: de cambiar de geografía y empezar de nuevo. Sabe el viento habla de estas señales internas que nos da el cuerpo: la intuición. Todos las sentimos, a veces las tomamos en cuenta y otras no. Pero seguir ese instinto nos hace pisar tierras inciertas todo el tiempo. Confiar en el universo no es fácil, pero es la única decisión posible si una quiere vivir en paz consigo misma”.
-¿Cuáles fueron los pensamientos más positivos que surgieron a la par?
-Tomé conciencia de cuántas cosas que creemos importantes no lo son en realidad. Son más bien inventos del ego, que te hace vivir en el miedo de “no ser” tal o cual cosa. Uno nunca puede dejar de Ser lo que Es, y aunque parezca un juego de palabras, todo lo demás es aire. Un invento de la cabeza que te mantiene como zombi, en conflicto permanente con cosas que suceden. Me empecé a reír un poco más de mí, de mis extrañas conversaciones mentales, y de todo ese ruido blanco en la cabeza. Empecé a verme de lejos y vi que mucha gente anda también mascullando cosas entre dientes, perdida en alguna posible pelea, jaja. De verdad me pareció que estamos todos un poco locos.
Y descifró más razones haciendo Sabe el viento. “Las canciones que fui escribiendo fueron todas sobre este estado de inconciencia, y sobre los destellos de conciencia cuando la cabeza se calla. Cuando una abraza a un hijo, cuando podés ver el viento soplando entre las ramas”. Robles suspira entre las ramas: “A veces los artistas pasamos más tiempo con nosotros solos, tocando, pintando, con menos distracciones, y quizás por eso se ven tan claras estas cosas”.
Los títulos de las canciones podrían trazar una película de paisajes en pugna (adentro): Escenografía, Mayo, Cerro, Quema, Sombras, Alaridos, Sombras no, Observaciones sobre el pensamiento compulsivo, Fluye y Sabe el viento. Para transitar las imágenes que evocan, Robles se afirmó en nítidos procesos de trabajo. “Casi siempre escribo música y letra al mismo tiempo. Eso hace que la música ‘diga’ o ayude a decir la letra. Por ejemplo, Observaciones sobre el pensamiento compulsivo es una milonga rapidísima, con muchísima letra toda amontonada. Pero casi en una sola nota, como algo que te martilla la cabeza, que cansa y no se calla. En algún momento la música se para en seco y dice ‘despierta…’”.
“Lluvia”
O se deja latir con otra dinámica en Mayo, un huayno muy lento que dice: “Pena que el viento mece y desprende, y lleva al destierro. Sueños ajenos, viejos recuerdos, leño y silencio. ¡Ay! Nostalgia, pálida luz sin color. Tibieza, abrigame la tristeza”. ¿De dónde nace esta obra? “Mayo habla de los duelos que uno debe hacer, de la gente que no está, pero principalmente de la persona que ya no somos. No somos niños ni cándidos veinteañeros con toda la vida por delante. Entonces, las notas de la melodía son largas, como las miradas hacia la lejanía”.
En Alta Gracia supo cómo quería que fluyera Sabe el viento: en el espejo sonoro de los árboles. “Quería un sonido más jazzero y acústico. Un ensamble de maderas, con todos músicos de Córdoba. Por eso estará en contrabajo Federico Seimandi, en batería con escobillas Andrés Toch, y el maestro Horacio Burgos en guitarra criolla”. Para reforzar este vigor hay más instrumentistas: “Charro Flores en flauta y a Nick Homes en clarinete y clarón. Mi querida amiga Eugenia Menta en cello, y el cuarteto de cuerdas Magnolia, también le dan a Sabe el viento un toque a música clásica. En los aerófonos andinos va a estar Mauro Ciavattini y habrá bronces para los temas más movidos: Santiago Bartolomé en trompeta y, en trombón, la Negra Marta Rodríguez”.
A la vez habrá dos jóvenes voces riojanas invitadas: la del solista y compositor Juan Arabel, y la de Florencia “Memi” Vietti. Y no es casual. Hoy el mapa de artistas riojanos es uno de los más fértiles de la MPA del siglo XXI: sondea con agudeza y convicción social los profundos pulsos de la chaya, el ritmo emblemático de la provincia. Pero ser es respirar con ritmo propio, y, por ello, Ana Robles no necesita arengar lo riojano en cada canción para saber de dónde viene y adónde va.
-¿Cuál fue la canción más desafiante de Sabe el viento?
-Paradójicamente, una chaya. Nunca había escrito una chaya y no soy la más chayera de las riojanas: generalmente le escapo a la muchedumbre. Pero hay algo en el ritual que me atrapó, y es la función de “limpieza” que cumple. Como si en el año uno acumulara cosas adentro y necesitara gritarlas y quemarlas, para volver a empezar el año limpio. También fue un desafío instrumentarla de manera que no perdiera la esencia del ritmo, pero que a la vez sonara de manera más contemporánea.
-¿Qué nuevas facetas de vos pudiste descubrir en este proceso creativo?
-Más que nuevas facetas me siento un poco más adulta escribiendo, en todo sentido. No sólo desde las letras y la forma de contar: desde la instrumentación, la armonía, la manera de armar los acordes y hasta en la forma de cantar. Me siento más crecida, menos tímida y pidiendo menos permiso.
-¿Cómo vivís estos tiempos de empoderamiento femenino y de toma de conciencia sobre el lugar que tuvieron las mujeres en la música popular argentina?
-A pesar de que el lugar de la mujer va cambiando de a poco, para bien, lo más difícil es sacarse el miedo y la culpa de la cabeza. Y una está tan acostumbrada a dejarse para el último… Siempre los chicos, la casa: todo viene antes. Y dejar de postergarse una, de postergar los sueños y las otras que son tan parte de mí como la mamá y la esposa a veces requiere de mucha decisión, mucha firmeza, a pesar de los berrinches y la casa despelotada, jaja. Es que el arte de una también es una responsabilidad, como todas las otras. Y aunque haya que hacer malabares, hay que darle el espacio y el tiempo que necesita. Ponerlo en papel, ponerlo en música, darle luz y aire. Y cuidarlo como uno cuida a los hijos.