viernes, diciembre 13, 2024
Por el mundo

Renán Vega Cantor: “Una Colombia sin populismo es nuestra mayor desgracia”

El Furgón entrevistó al historiador colombiano Renán Vega Cantor, profesor titular de la Universidad Pedagógica de Bogotá. Se refirió a la situación política de su país que tendrá el próximo fin de semana elecciones presidenciales; al proceso de paz y a la relación con Venezuela. Asegura que el candidato opositor Gustavo Petro es “un socialdemócrata tibio” y agrega: “Lo que sucede es que Colombia es un país tan conservador y reaccionario que Petro es presentado como si fuera un ultraizquierdista y revolucionario”.

Por Jorge Montero/El Furgón – El incremento de los asesinatos de “dirigentes sociales”, incluyendo en esta denominación genérica a no pocos militantes desmovilizados de las FARC-EP, ¿están focalizados en las regiones donde los insurgentes estuvieron asentados?

– En realidad, en sentido estricto no se ha incrementado el asesinato de dirigentes sociales (un nombre genérico en que deben incluirse a líderes populares, defensores de derechos humanos, dirigentes indígenas y campesinos, ecologistas, jóvenes pobres, dirigentes sindicales, etcétera) sino que se ha mantenido la tendencia que se presenta desde hace treinta años en el país, y que no ha cesado pese a que tanto se hable de “paz”. El hecho es noticia no porque sea novedoso para nuestro país, con el terrorismo de Estado que acá predomina, sino porque se presenta al mismo tiempo que se presumía que se había alcanzado la paz. Y se suponía que eso iba a significar ponerle término a este tipo de crímenes que están ligados a la acción activa o permisiva del estado colombiano.

El hecho es tan evidentemente criminal que hasta la delegada de la ONU ha dicho que es una vergüenza que asesinen a esas personas, justamente en un país cuyo presidente ha recibido el Premio Nobel de la Muerte (perdón de la “Paz”). Esto no nos debe extrañar si recordamos que la entrega de ese premio abre el camino para perpetrar más crímenes, como nos lo recuerdan los personajes de Estados Unidos (Roosevelt, Kissinger, Obama) y del estado de Israel (Simón Pérez) que han recibido ese premio.

Los asesinatos se presentan a lo largo y ancho del país, todos los días. Hay en promedio de uno o dos asesinatos diarios en Antioquia, Catatumbo, Putumayo, Nariño, Caquetá, Cauca y un largo etcétera. Se han incrementado en las últimas semanas en las zonas fronterizas con Ecuador, al sur, y con Venezuela, en el nororiente de nuestro país.

Como en Colombia nunca ha habido populismo (en su sentido original, como el término se empleó en América Latina desde la década de 1940, y uno de cuyos modelos fue el peronismo), esa es una de nuestras grandes desgracias, jamás se han tocado las fibras del poder económico, político, mediático, territorial… en dos siglos.

Hay que decir que esos no son asesinatos indiscriminados, sino perfectamente selectivos. Se mata a aquellas personas que tienen algún vínculo comunitario, liderazgo, presencia en protagonismo social de algún tipo. El objetivo es destruir el tejido social que pueda existir en las comunidades locales y regionales.

A este tipo de asesinatos debe agregársele, como nuevo ingrediente, el de los militantes del recién creado partido de las Farc (Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común), ex combatientes guerrilleros desmovilizados, cuya cifra ya se acerca al centenar, si se incluyen sus familiares y allegados que también están siendo asesinados.

Asistimos a una política de exterminio de todo aquel que pueda ser vista para el bloque de poder contrainsurgente como un real o potencial “enemigo”, y se procede de esa forma con la finalidad de que no se pueda construir ningún proyecto alternativo, con una base social, sobre todo en las regiones.

¿Quién es el responsable de esos asesinatos? Pues en primer lugar el Estado, bien en forma directa o indirecta, por su falta de protección de las personas que son asesinadas, por su política permisiva y cómplice con grupos de paramilitares, o bien porque actúa de manera abierta justificando los crímenes, por la vía de negarlos, de decir que no es algo sistemático o que no son resultado de asuntos sociales y políticos, sino líos pasionales o de faldas, como ha dicho el Ministro de Defensa al comenzar este año.

 – A esto parece sumarse la violencia preelectoral, que incluye el reciente atentado múltiple frustrado, hacia Gustavo Petro, el candidato de la coalición Colombia Humana, la embajada cubana y el líder del Partido Farc, Timochenko, según la versión que llegó a Buenos Aires.

– En Colombia, y eso requeriría una explicación histórica detallada que no podemos hacer acá por una cuestión de espacio, la violencia política es algo cotidiano, tanto que se ha naturalizado y parece algo normal. Esa violencia política tiene múltiples manifestaciones, que adquieren un protagonismo en épocas electorales, y sobre todo cuando se dibuja la posibilidad de que se imponga algún proyecto que cuestione a las formas de dominación imperantes. Algo de eso es lo que sucede en estos momentos, cuando se ha difundido entre la población el miedo, con una serie de mentiras e infundios, contra el candidato Gustavo Petro, que es un socialdemócrata tibio y nada más.

Si en esa primera vuelta Gustavo Petro obtiene una alta votación, las semanas que van a transcurrir entre ese momento y la segunda vuelta, pueden estar untadas de sangre, puesto que la extrema derecha no se va a quedar con las manos cruzadas y va a incrementar sus acciones de saboteo, asesinatos, mentiras… para generar un ambiente de pánico.

Pero como en Colombia nunca ha habido populismo (en su sentido original, como el término se empleó en América Latina desde la década de 1940, y uno de cuyos modelos fue el peronismo), esa es una de nuestras grandes desgracias, jamás se han tocado las fibras del poder económico, político, mediático, territorial… en dos siglos. La estructura social, económica y política de este país es la misma de 1820, en razón de lo cual ahora cunde el pánico ante un eventual triunfo de un candidato de centroizquierda, como Petro. Y eso hace que la violencia se incremente y se acuda al atentado personal (lo que sucedió en Cúcuta es una muestra clara de eso), a diversas formas de intimidación, a la represión y persecución –aparte de los asesinatos mencionados en la primera pregunta- de aquellas personas, de origen popular, que puedan ser el sustento de algo distinto a lo que representan los dueños de este país.

En esta perspectiva, lo más peligroso y sangriento es lo que puede venir en el futuro inmediato, después de la primera vuelta de las elecciones presidenciales del próximo 27 de mayo, cuando se sepa el resultado. Si en esa primera vuelta Gustavo Petro obtiene una alta votación, las semanas que van a transcurrir entre ese momento y la segunda vuelta, pueden estar untadas de sangre, puesto que la extrema derecha no se va a quedar con las manos cruzadas y va a incrementar sus acciones de saboteo, asesinatos, mentiras… para generar un ambiente de pánico que se convierta en un chantaje que lleve a la gente a votar en contra de Petro en la segunda vuelta-

– El montaje contra Jesús Santrich ¿es una provocación a las desmovilizadas Farc-Ep?

– Lo de Jesús Santrich es un vulgar montaje y una trampa tendida por la DEA, con la participación activa del Estado colombiano (con el presidente Santos a la cabeza y el protagonismo de la Fiscalía General de la Nación, uno de los principales brazos del terrorismo de Estado). Distintos escritos, entre ellos algunos de mi autoría, han develado los mecanismos de ese montaje, que tiene varios objetivos claros, que vamos a enumerar en forma esquemática:

* Entregar a Donald Trump un premio en el día de su programada visita a Colombia, que estaba propuesta para el 11-12 de abril –pero que finalmente no se realizó-, y por eso el 9 de abril se capturó a Jesús Santrich, para entregárselo como una ofrenda de sus vasallos colombianos. Con eso se quería apaciguar la retórica del gobierno de Trump que en reiteradas ocasiones ha dicho que Colombia ha sido un fiasco en la lucha contra las drogas, y que debe presentar mejores resultados.

El bloque de poder contrainsurgente (formado por el Estado y las clases dominantes) le ha dado un entierro de quinta categoría al pretendido proceso de paz. Después de ese hecho ya no puede decirse que el proceso está en crisis, eso es un eufemismo. No, ese proceso está muerto y enterrado.

* Ocultar varios escándalos de corrupción y desviar la atención sobre los mismos, en los que se han visto involucrados sectores de la alta oficialidad de las Fuerzas Armadas y los malos manejos de parte de los dineros donadas por países europeos al Fondo Colombia en Paz. Con la captura de Jesús Santrich de esos escándalos no se habló todo lo que ameritaban.

* Favorecer a la extrema derecha en la campaña electoral, especialmente al candidato oficial del santismo, Germán Vargas Lleras, que marchaba, y marcha aún, en un lugar secundario en las encuestas electorales. Santrich se convirtió en un trofeo electoral que se le entregó en bandeja de plata a esa extrema derecha, guerrerista y criminal, que no quiere que la guerra se termine, porque se lucra y vive de ella.

* Matar políticamente a las Farc como partido político, quitándoles ante la opinión pública cualquier legalidad y legitimidad como rebeldes o revolucionarios, para presentarlos como un grupo de delincuentes y narcotraficantes. Este creo que ha sido el objetivo supremo, y lo han conseguido plenamente.

* No cumplir absolutamente nada de lo pactado en La Habana, para que se materialice a cabalidad el proyecto de desarmar a las Farc (una “paz barata” la llama Juan Manuel Santos), sin que se modifiquen las condiciones sociales, económicas y políticas que dieron origen a la insurgencia. Es decir, mantener las condiciones de desigualdad, opresión e injustica propias del capitalismo salvaje a la colombiana, pero sin guerrillas.

* Llevar a la alta dirigencia de las Farc a los Estados Unidos, mediante la extradición, y juzgarlos y condenarlos ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), si es que esta instancia funciona, para que queden en la impunidad los crímenes del Estado y de las clases dominantes (empresarios, terratenientes, ganaderos, empresas multinacionales, medios de comunicación), y se imponga el relato que los responsables del desangre que se ha realizado en este país son aquellos que se han atrevido a levantarse en armas contra la oligarquía colombiana.

Como podemos ver, son muchas los móviles que explican la captura de Jesús Santrich e indican que, con este hecho, el bloque de poder contrainsurgente (formado por el Estado y las clases dominantes) le ha dado un entierro de quinta categoría al pretendido proceso de paz. Después de ese hecho ya no puede decirse que el proceso está en crisis, eso es un eufemismo. No, ese proceso está muerto y enterrado. Lo cual es una gran tragedia para este país, porque quiere decir que hacia el futuro inmediato y mediato se va a mantener la guerra, aunque puede ser que en peores condiciones de las que hemos vivido en el último medio siglo.

– ¿Cuál es su valorización sobre los llamados “acuerdos de paz” con las FARC-EP, mal visto por la derecha y por sectores de la izquierda que cuestionan la impunidad de los crímenes de Estado? ¿Hay alguna diferencia sustancial con las conversaciones reiniciadas en La Habana con el ELN y su concepto de “derecho a la rebelión”?

– Creo que en alguna forma ya he respondido a esta pregunta en la última parte de mi respuesta anterior. Como están las cosas hoy, podemos decir que el intento de poner fin a la guerra era una buena idea, pero hoy está completamente desdibujado, porque no existe ninguna paz, salvo la paz de los sepulcros. Lo que ha sucedido es el desarme de la insurgencia de las Farc, sin que el Estado haya abandonado su carácter terrorista, su dependencia servil ante los Estados Unidos, ni haya adelantado la más mínima reforma de tipo económico, social o político. Pero ni siquiera esa desmovilización tiene contenta a la derecha, porque quieren un poco como la vía peruana, la derrota absoluta para el movimiento insurgente, la muerte o la prisión para sus combatientes y que se olvide que este movimiento alguna vez existió.

Gustavo Petro es un socialdemócrata tibio, no es ningún radical ni mucho menos revolucionario.

Este resultado, por supuesto, que va a pesar sobre las conversaciones con el ELN, que se desarrollan en este momento, y las cuales no tienen muchas perspectivas, no solamente por el incumplimiento evidente del Estado colombiano, sino porque se hacen en un momento en que Juan Manuel Santos ya está de salida. Con el eventual triunfo de la extrema derecha ese proceso va a morir.

 – Respecto de las elecciones ¿representa Gustavo Petro Urrego una alternativa para las clases populares, ante el llamado “retorno al uribismo” representado por Iván Duque Márquez? ¿O es lo que aquí en Argentina llamamos el “mal menor”, y que vacían de contenido cualquier intento de salida electoral para las fuerzas de la izquierda?

– Este sí que es un asunto interesante, sobre el que deben evitarse los malos entendidos, las falsas expectativas y el triunfalismo, que hoy se nota en ciertos sectores de la izquierda colombiana y también del exterior. Gustavo Petro es un socialdemócrata tibio, no es ningún radical ni mucho menos revolucionario. Lo que sucede es que Colombia es un país tan conservador y reaccionario en términos políticos que Petro es presentado como si fuera un ultraizquierdista y revolucionario de carta cabal. Nada de eso. Incluso, la trayectoria reciente de Petro, cuando fue alcalde de Bogotá no es que indique nada radical, simplemente la posibilidad de adelantar algunas tímidas reformas, en el mejor de los casos, pero también de pactar con algunos sectores de las clases dominantes, como se demostró al final de su alcaldía, cuando para no ser destituido pacto con Santos, para que este lo mantuviera en el puesto, y eso lo hizo para desmovilizar a la gran cantidad de gente que se había organizado para apoyarlo.

Es sorprendente ver que el asunto de Petro es puramente electoral, es resultado de una corriente de opinión coyuntural, que como toda calentura electoral se desinflara en el momento menos pensado, porque no se sustenta en la construcción de un movimiento desde abajo, algo que Petro se ha negado a impulsar por su carácter caudillista, aunque desde luego algunos de los sectores que lo apoyan sí tengan alguna influencia y trabajo político con sectores de base.

Si se mira el programa político de Gustavo Petro lo que muestra es algunas reformas, que por supuesto para esa Colombia conservadora aparecen como medidas propias de aquellos que quisieran tomarse el Palacio de Invierno. Entre algunas de esas disposiciones están: defender la educación pública, tocar una regresiva legislación que ha mercantilizado la salud, impulsar los combustibles limpios en contra del petróleo, una “reforma tributaria equitativa”.

Más allá de este o aquel punto del programa, lo que debe uno preguntarse es sobre las posibilidades reales que puede tener G. Petro de ser presidente y si eso sucediese, que creo que es la hipótesis más lejana, que podría suceder. Es sorprendente ver que el asunto de Petro es puramente electoral, es resultado de una corriente de opinión coyuntural, que como toda calentura electoral se desinflara en cl momento menos pensado, porque no se sustenta en la construcción de un movimiento desde abajo, algo que Petro se ha negado a impulsar por su carácter caudillista, aunque desde luego algunos de los sectores que lo apoyan si tengan alguna influencia y trabajo político con sectores de base. Incluso, Petro puede desmovilizar lo poco que se pudiera construir cuando le convenga.

Ahora bien, el bloque de poder contrainsurgente y el terrorismo de Estado va  a hacer todo lo que sea necesario para evitar que Petro gane las elecciones, incluyendo el atentado personal y el fraude electoral. Si eso no fuera posible, no porque no lo quisieran hacer sino porque no pudieran, y Petro llegara a la Presidencia, sus posibilidades de acción son mínimas, por varias razones: no tiene respaldo parlamentario, no tiene el apoyo de las Fuerzas Armadas ni de las fracciones dominantes del capital, ni de los Estados Unidos. En estas condiciones, su gobierno estaría entorpecido desde antes de iniciarse, con la finalidad de ablandarlo. Si se mantuviera consecuente con sus anuncios, asistiremos al escenario de saboteo permanente desde todos los ángulos, hasta domesticarlo o prescindir de él, algo así como reeditar el modelo hondureño o paraguayo.

Para completar, Petro tampoco se ha desmarcado del discurso dominante en temas como el de la contrainsurgencia y Venezuela, donde ha tenido intervenciones desafortunadas, ya que avaló por ejemplo la captura de Jesús Santrich, sin que hubiera planteado nada en términos de soberanía y autodeterminación, tal vez pensado que el imperialismo lo va a aceptar y le va a permitir cierta margen de gobernabilidad. Y en cuanto a Venezuela ha repetido la cartilla que dice que el gobierno de Nicolás Maduro es una dictadura, con un razonamiento bastante contradictorio, porque dice que allí hay dictadura porque hay extractivismo, lo que implica confundir cosas que son distintas. Este es un esfuerzo de querer quedar bien con todos aquellos que llevan a cabo el proyecto de desestabilizar a Venezuela y pretender alcanzar votos del centro derecha. Algo que no pasa de ser optimismo electoral.

El Estado colombiano y el gobierno actual lo ha ratificado, ha optado por el proyecto de destruir la revolución bolivariana, luego de haber desarmado a las Farc, sin importar el papel que, paradójicamente jugaron Cuba y Venezuela, en ese proceso de desarme.

Por supuesto, como hecho político, más allá del alcance real que pudiera tener el hipotético triunfo de Gustavo Petro sería una especie de tsunami para este país.

– ¿Qué perspectivas ve Ud. en la situación colombiana, se podrá romper con el círculo de desigualdad social y violencia? ¿Continuará Colombia siendo punta de lanza de la agresión imperialista al pueblo venezolano?

– El acuerdo entre las Farc y el gobierno de Juan Manuel Santos –que ha fracaso estrepitosamente– fue una posibilidad para que este país se volviera decente, pero esa oportunidad se ha perdido, lamentablemente, y por múltiples razones, entre las cuales quiero resaltar dos: En primer lugar, la incapacidad y miopía de todas las izquierdas (incluyendo a las Farc) para aprovechar esta situación excepcional y darle un golpe de timón a este país, rompiendo sectarismos y dogmatismos, e impulsar un proyecto unificado que se hubiera podido plasmar en estas elecciones, como un hecho coyuntural, pero que pretendiera construir algo que fuera más allá de lo electoral. Esa oportunidad se desaprovechó en gran medida por que se vio en forma miope que el asunto de la guerra era solo una cuestión de la insurgencia y nada más, y como esta se desmovilizó el asunto ya no importa, que es la postura precisamente de Gustavo Petro, que habla de paz, pero sin mencionar nunca a las Farc. En segundo lugar, se demostró que el bloque de poder contrainsurgente no quiere efectuar ninguna reforma, por mínima que esta sea, ni quiere romper sus vínculos de dependencia con los Estados Unidos, lo que indica que solo la lucha organizada y masiva de la población colombiana puede arrancarle algo.

Como el terrorismo de Estado ha salido fortalecido con la desmovilización de las Farc, esto ha dado pie a que el Estado colombiano se convierta en un puntal de la ofensiva imperialista contra Venezuela. Y Santos es uno de los peones serviles e incondicionales de esa labor agresiva, que se muestra con la destrucción de Unasur, la creación del Grupo de Lima, el hecho de que acá se hable de Venezuela como si fuera un protectorado colombiano y se permita que delincuentes y prófugos de ese país operen desde el Parlamento Colombiano (como lo hace la ex fiscal de Venezuela), que se organicen grupos paramilitares para incursionar en territorio vecino…. En síntesis, el Estado colombiano y el gobierno actual lo ha ratificado, ha optado por el proyecto de destruir la revolución bolivariana, luego de haber desarmado a las Farc, sin importar el papel que, paradójicamente jugaron Cuba y Venezuela, en ese proceso de desarme.

Foto de portada: imagen de video