Cannes: Mirando la fiesta desde afuera
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La semana pasada comenzó el Festival de Cannes y este sábado se entregan los premios. Un circo querible a pesar de todo.
Por Fernando Chiappussi/El Furgón – Sabemos que los festivales de cine son un invento de la industria para hacerse propaganda a sí misma -en eso se parecen a los Oscar-, en alianza con municipios turísticos -muchas veces balnearios- en busca de eventos que les sumen “atractividades” como dice nuestro presidente. Suelen ser ruidosos, vanos, y crear su propio micromundo con la alegre complicidad de cineastas y publicistas, quienes con un poco de suerte pueden pasarse un par de años dando vueltas por el mundo después de terminar su película, aun sin saber si de regreso podrán estrenarla en su país. Es una situación habitual para el cine independiente argentino, que desde su resurgir a fines de los años ‘90 viene ofreciendo nuevos nombres a este circuito endogámico, a cambio de cucardas para publicitar en afiches y demás enseres publicitarios.
El de Cannes fue fundado en 1946 y continúa siendo, después de todos estos años, el número uno a nivel global. La principal razón es una compleja sinergia de intereses que se basa en un concepto comprensible para cualquiera: la exclusividad. Para empezar, y a diferencia de la mayoría de los festivales, no es posible acercarse a un cine en Cannes y sacar entrada; el evento es disfrutado sólo por los allí acreditados, y para serlo hay que o tener una película en el festival, o ser un agente de ventas o ejecutivo de un estudio o distribuidora, o un periodista enviado por un medio tradicional. No se puede entrar a ninguna parte sin credencial, y a veces tampoco con ella, ya que hay áreas que son aún más exclusivas, es decir VIP. El concepto de club privado, un retoño de la cultura cortesana europea, se apoya en lo que el festival tiene para ofrecer: las películas más esperadas del año, en estreno mundial y con sus principales figuras presentes para festín de los paparazzi y cholulismo de los que “pertenecen”, siempre dispuestos a arrimarse para ver de cerca a Kristen Stewart, Louis Garrel o Lars von Trier (al que habían declarado persona non grata, pero ya lo perdonaron). El circuito de cine arte, en particular, comienza su año en mayo y en la Croisette, para luego ir girando por otros festivales con la esperanza de obtener premios y mercados internacionales. El brillo de Cannes opaca a los festivales cercanos, a quienes arrebata las piezas más preciadas en base a prestigio y difusión; es el único festival cuya alfombra roja es tenida en cuenta por todos los grandes medios del mundo.
Claro, todo es escenografía para publicitar a las películas y al evento mismo: puro oropel. Alguien del equipo de Crónica de una fuga le contó a este cronista cómo lo vivieron en carne y hueso: la película de Adrián Caetano entró sobre la hora y se dio el último día de competencia. Llegó el momento con los nervios del caso, la frenética elección de los vestidos, y allí estaba todo: la larga escalera, la alfombra roja, los paparazzi y las cámaras de televisión. Cumplieron el ritual, se presentó la película, recibieron los aplausos, y cuando salían… la alfombra se había retirado, la escalera estaba desierta y un equipo de limpieza manguereaba los puchos aplastados en los rincones. Se había terminado Cannes y casi no los esperaron.
Hoy día, la red de redes ha contribuido a abolir mínimamente las distancias. Es común poder ver en vivo la entrega de premios en algún canal extranjero de la misma manera que se pescan partidos de fútbol codificado: estando atentos a los que saben (chequear el twitter de los periodistas especializados). Será el sábado a la tarde. Más aún, en YouTube persisten cantidad de videos de coberturas periodísticas, incluyendo algunas del propio canal del Festival. Son imágenes en crudo, sin subtítulos y a veces sin sentido aparente, pero igual generan la excitación del cinéfilo. Un buen ejemplo de esto fue la presentación, el año pasado, de la continuación de Twin Peaks con todo el equipo presente, incluyendo a David Lynch, quien volvía a filmar después de más de una década. Lynch, que ganó la Palma de Oro con Corazón salvaje en 1990, es una figura muy querida y quedó de manifiesto al hacérsele una premiere de película a lo que en rigor era el primer capítulo de una serie televisiva, que además comenzaba a emitirse en el mismo momento. Cannes posteó un video de aproximadamente media hora de duración compilando todo lo exterior a la proyección misma: la llegada de la limusina, el photocall bajo los aplausos de los curiosos que se acercaron nomás para saludar al gran David, la presentación adentro a cargo del director del evento, Thierry Frémaux… los interminables aplausos finales de un público de pie, y la evidente incomodidad del cineasta, que es bastante tímido y no gusta de tener una cámara pegada a su cara. Por fin, sale al pasillo y pregunta a Frémaux disimulando los nervios: “¿Se puede fumar aquí?” Y los cinéfilos de todo el mundo lo vemos prenderse un pucho y nos sentimos estúpidamente felices por él, por su regreso y por sentir que estamos de alguna manera acompañándolo, por el hecho de mirar ese Gran Hermano cannónico en una notebook. Créanme, un momento de esos justifica toda la pedantería y el descontrol que se concentran durante doce días en el festival más famoso del mundo.