Liliana Bodoc: Amiga por el viento
Larisa Cumin*/El Furgón – El whatsapp hace que el tono de la voz se pierda y con ello el tacto para algunas cosas. Un emoticón llorando muy pocas veces es de verdad la cara del otro que escribe con lágrimas reales. Pero esta mañana sí lo es y corre así la noticia entre mis amigos docentes y escritores. Murió Liliana Bodoc. Así, seco. Con el shock que esa noticia nos deja un poco más abajo del esternón. Sin poder creerlo. Sin poder decir nada. Al menos preguntar cómo. Cómo fue. Un infarto mientras dormía. La muerte también fue seca. No le avisó. Ni le hizo doler. Hay un verso de Gelman que dice “la muerte no elige sus cartas, no sabe lo que se va a llevar” suena en mi mente solo, como sonó ayer mientras viajaba la frase con que Liliana finaliza una charla de TedX: Gracias por la compañía de cerca, por la compañía de lejos. Me daban ganas de decirle eso a la gente que me venía cebando mates mientras yo manejaba. Y me colgué acelerando, pensando en ella, en su fuerza. En esa mujer como una referente y como una compañía de lejos. Pensándola, como hago a veces cuando algunas de sus frases me asaltan sin querer. Es lejos la mejor narradora argentina viva, pensé ayer, me duele hoy no poder sostener ese adjetivo.
La sensación es de un hueco, de una orfandad inmensa. Porque Liliana era un faro. Estaba ahí, escribiendo, confiando en sus lectores, formándonos, confiando también en la palabra poética y formándola. Creando mundos fantásticos que hablen de éste, mundos que dolían para que éste nos duela menos. Liliana mentía para decir la verdad. Como hacemos muchos. La sensación es de orfandad, porque ahora cada vez que leamos un cuento de ella ante un aula, que narremos una de sus historias, sabemos que va a estar sin estar, y que antes estaba estando. Porque nos quedamos esperando los libros que no nos escribió.
La noticia me agarró descongelando la heladera, todos los días de enero que abrí el congelador pensé primero en la tarea que me tocaba, y después en el cuento más hermoso que leí: Amigos por el viento. Donde una nena narra su vida con el padre ausente y cuenta que su madre disimulaba las lágrimas como estalactitas en el freezer. Leí muchas veces ese cuento ante personas muy diferentes de distintas edades transitando realidades muy disímiles, y a ninguno de esos lectores lo vi salir ilesos, desafectados. No importa tanto si el corazón o el dedo gordo del pie, la cosa es que la literatura de Liliana te toca, te manda flechas.
Seguí mandando la noticia y abrazándome con gente por celular, el hielo derretido inundó mi cocina. El piso quedó veteado de agua y tierra. Mis pasos, marcados en círculo.
Esa sensación de orfandad además de representar el vacío que toda pérdida irrecuperable nos deja, es también la certeza del compromiso. Porque lo que nos toca ahora es eso. No dejar que la luz se apague. La de la coherencia de la Bodoc que unía la exigencia en la palabra literaria con la fe en los lectores y la creencia en la justicia social.
Lo prometemos: no vamos a dejar de escribir con deseo, ni de contar confiando en el poder trasformador de la literatura, ni de leer con los pibes, ni de escucharlos, ni, mucho menos, dejar de creerles. Lo prometemos: nunca, pero nunca, vamos a decirles mentirosos cada vez que mientan para decir la verdad.
*Artículo publicado en Revista Sonámbula