Las balas que vos tiraste se van a ver
Gonzalo Pehuén (Texto y fotos)/El Furgón – Un colaborador de El Furgón analiza qué es hacer periodismo en medio de la represión desatada por el gobierno de Mauricio Macri. Ni objetividad ni tibiezas, sino poner el oficio al servicio de los más humildes.
El constante clima de violencia que se vive, gobierne el régimen que gobierne, golpea de una forma u otra a la prensa. Ya sea en un conflicto bélico, en una represión policial o en una catástrofe climática, las personas encargadas de comunicar, quedan (quedamos) siempre desprotegidas ante las vicisitudes del hecho a registrar. Balas de goma, piedras, gas lacrimógeno, detención arbitraría, un bombardeo de la OTAN. Las y los trabajadores de la prensa son victimas casi invisibles del transcurrir de la historia, y es un hecho que a gran parte de la sociedad apenas parece importar.
Cuesta mantener la objetividad suficiente para simplemente registrar, cuando los objetivos de las balas también somos nosotrxs. Cuesta mantener la objetividad cuando en el medio de la batalla campal se reciben perdigonazos de la policía (y no las piedras de los manifestantes) en el intento de sacar una fotografía. Cuesta mantener la objetividad cuando esa turba enardecida lo está por el mismo motivo que uno: cuando aquellos que siempre tuvimos trabajos precarios y en negro perdemos el derecho a acceder a una jubilación. Cuesta mantener la objetividad cuando la democracia liberal, asentada sobre la sangre del pueblo trabajador, demuestra su condición de falacia, su ineficacia. Cuesta, porque el poder del Estado burgués se sostiene con el “monopolio de la violencia”. Cuesta tanto como aceptar el hecho de que somos una masa animal cargada de emociones a punto de estallar; aun cuando verlo puede que forme parte de esa objetividad con la que se supone unx debe registrar la historia.
Estamos en fechas álgidas, importantes. Dieciséis años se han cumplido de aquellas trágicas jornadas de diciembre del 2001, donde las manifestaciones producto de la crisis económica y política del país se cobraron más de treinta victimas. Dieciséis años. En aquel entonces, con tan solo ocho años de edad, me había tocado verlo por televisión, fascinado por esa batalla que el pueblo sostenía contra la infantería y la policía montada. Dieciséis años de aquellas jornadas cuyas imágenes, grabadas a fuego en la mente, llevarían a que años más tarde eligiera la vocación de informar, de comunicar, de registrar.
Dieciséis años.
Y esta vez, en las jornadas represivas de este diciembre, me toca estar ahí. El jueves 14 resistiendo los gases lacrimógenos (vencidos, vueltos prácticamente cianuro) lanzados por la gendarmería desde esa suerte de fortaleza en que se había convertido el Congreso de la Nación, tan solo con el fin de obtener alguna foto. También el lunes 18, detrás de la barricada improvisada por la gente resistiendo la lluvia de piedras lanzadas por la policía, que (adrede, piensa uno) había sido mal pertrechada; también buscando una fotografía, y gritando a viva voz (tal y como alguna vez hicieron mis viejxs) “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. Lamentablemente, los responsables de tanta barbarie no estaban en frente para escupirles el grito en la cara.
Las jornadas represivas que se han vivido, no solo en las últimas semanas, sino a lo largo del año (y más también) dan cuenta de un hecho bastante concreto: la prensa no tiene su integridad asegurada; todo lo contrario, termina siendo, en muchos casos, el blanco de los disparos de la policía y victima de detenciones. Sin ningún tipo de protección (más que la que cada quien se pueda procurar), la prensa gráfica, lxs fotoreporterxs, quedamos en el medio del fuego de las fuerzas represivas y las piedras de la sociedad enardecida y enfurecida, sin ningún tipo de forma de protegernos, dado que la mirada está puesta en el foco de la cámara.
El día jueves 14, tras finalizar la represión perpetrada por gendarmería (que durante siete horas tiró con lo que tenía a la gente congregada frente al Congreso), la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina (ARGRA) lanzó un comunicado denunciando “que no hay garantías para el ejercicio de la prensa”, donde tomando el caso del fotógrafo de Página/12 Pablo Piovano (que recibió el impacto de una posta de goma disparada por gendarmería a menos de un metro de distancia), da cuenta de cómo efectivos de las fuerzas represivas hacen blanco en la prensa, y responsabilizó por ello al Ministerio de Seguridad, exigiendo el inmediato cese de dichos ataques.
Oídos sordos se han hecho de tal comunicado, cosa que quedó demostrada el último lunes 18 de diciembre, no solo por lxs miembros de la prensa heridxs, sino porque entre lxs casi setenta detenidxs se encontraban fotografxs de diversos medios.
Y algo también lamentable es que el discurso demonizante de la protesta -que se desarrolla desde los grandes medios de comunicación-, pone en la mira de lxs manifestantes, a lxs cronistas y camarógrafxs que dichas empresas envían a reportar desde el lugar de los hechos. Tal fue el caso de un camarógrafo de C5N y el cronista de Canal 13 y TN, Julio Bazan.
Por su parte, la RNMA (Red Nacional de Medios Alternativos) lanzó el día 14 un comunicado al respecto (no olvidar que varixs de sus miembros fueron detenidos el 1 de septiembre durante la represión en Plaza de Mayo y en Avenida de Mayo). Allí, la foto de un miembro de ANRED herido por balas de goma, grafica el texto titulado “Baleados por Comunicar”, donde se hace hincapié en un hecho: la censura se lleva a cabo con las balas de la policía.
No por nada a fines de los años 1990, José Luis Cabezas fue asesinado tras fotografiar al mafioso empresario (o mejor dicho “empresario” a secas) Alfredo Yabrán. No por nada la salita de emergencias de Villa Dorrego, en González Catán, se llama Ignacio Ezcurra, en homenaje al fotógrafo de La Nación asesinado durante la guerra Vietnam tras registrar los abusos cometidos por el ejército norteamericano, y encubierto tal hecho por el mismo medio para el que trabajaba.
Es innegable entonces que las fuerzas represivas no hacen distinción a la hora de actuar y disparan sin discriminar. Es innegable que a la prensa independiente, aquella a la que no se puede comprar, se la intenta censurar. Por eso, mejor corrijo lo anterior: las fuerzas represivas saben a quién deben disparar, y por eso elijen a la prensa como blanco de sus armas.
Desprotegidxs por completo ante cualquier tipo de ataque, con la mirada puesta en ciertos hechos (al momento de fotografiar se dificulta mucho ver el entorno inmediato), quedamos vulnerables a cualquier agresión. A la policía, a la gendarmería y a la fuerza represiva que fuera para nada les importan las cámaras ni las credenciales de prensa. Quienes no poseemos el suficiente aval para estar tras el vallado de la policía ni los recursos suficientes para pertrecharnos con un casco o una máscara de gas, y tan solo podemos recurrir a un trapo y un limón (y una gorrita por si hay sol), la represión nos pega tanto (o más) como a cualquier otrx manifestante.
El hecho de tener que estar al frente e intentar hacerse mano de la objetividad que se supone debemos tener (aun cuando los millonarios medios inclinen la balanza hacía donde están puestos los billetes), se torna difícil como también preservar la propia integridad. En jornadas como las que vivimos donde se debe auxiliar a algún herido, levantar a una persona descompuesta por los gases, protegerse de las balas de la policía, compartir medio limón con quien no lo tenga, y correr para evitar la cacería, cuesta mantener la objetividad. Porque esas personas que se manifiestan en las plazas (aquellas tildadas de violentas por defenderse a piedrazos de la violencia que las instituciones imponen día a día) son pares, son compañeras, son hermanas y corre por sus venas y sus bocas la misma lucha. Porque tal y como titula el comunicado de ARGRA “No hay garantías para el ejercicio de la prensa”; y esa es otra lucha que debemos enarbolar como bandera; y por sobre todas las cosas, como aquello que somos: trabajadorxs de la prensa.