sábado, febrero 15, 2025
Cultura

De caminatas y recuerdos con Viglietti en Montevideo

Juan Bautista Duizeide/El Furgón – Lo primero que me viene al recuerdo es su voz. Tan afinada. Tan uruguaya. Su voz que suena y resuena en un estudio de Canal 7 de Buenos Aires mientras afuera –inicios del intenso 2001- el ministro López Murphy, con una andanada feroz de medidas, desataba el vendaval. Lo de vendaval, además de una metáfora remanida, es otro recuerdo: pienso en Daniel Viglietti y vuelvo a estar a bordo de un pequeño auto con Ana Cacopardo, después de grabar “el piso”, chupados detrás de un camión que nos abre las aguas mientras alrededor otros menos afortunados o menos oportunistas se van a la deriva por Avenida del Libertador con olas y todo.

Poco antes me había tocado viajar a Montevideo para hacer la investigación previa y grabar exteriores. Era mi primer trabajo como productor en Historias Debidas, el ciclo televisivo de Ana que por entonces se emitía por Canal 7 y, más adelante, continuaría en Encuentro. Por cuestiones de edad (y no sólo de edad) Viglietti no formaba parte de la banda sonora de mi adolescencia. Y vaya a saber por qué azares no había entrado en la exploración de otras músicas que empecé a hacer cuando me fui a vivir solo a Buenos Aires. Violeta, Chabuca, Cecilia, Chico, Bethania, Elis, Atahualpa, Simón, Mercedes entraron por entonces a mi vida, pero no Daniel. Antes del viaje hice una revisión veloz por su obra, leí reportajes, libros, miré videos. Nada que me permitiera adelantar la dimensión que tendría el encuentro.

Cruzamos el río junto al camarógrafo Mauricio Mússari (era su primer viaje al exterior) y nos encontramos con el Flaco en un bar cerca de su departamento. Fue como una reunión de conspiradores. Hicimos un acuerdo y nos dimos la mano. Lo que siguió fue un fin de semana inolvidable y veloz. Una ola de calor agobiaba Montevideo. Y nosotros caminando, caminando, caminando. Junto al Flaco y su compañera. Me acuerdo que yo cargaba el pesado trípode Manfrotto, la cámara y los micrófonos, ya que pensaba que el camarógrafo debía estar más descansado, total yo sólo debía pensar y preguntar. Así recorrimos el centro, el puerto, el barrio viejo, el Cerro. Nos encontramos con su madre en un departamento del Palacio Salvo desde el cual se admiraba entera la bahía; con ella hablamos de la niñez y la juventud del hijo Daniel, discutimos acerca de pianistas, elogiamos a Alicia de Larrocha y sus interpretaciones del repertorio español para el instrumento; en otra casa, por otro barrio, tomamos mate con sus tías, nos asomamos juntos al Santa Lucía, conocimos el estudio en donde Viglietti hacía su programa El Tímpano, muestra ejemplar de constancia, dedicación y apertura estética. Pasamos por la feria de Tristán Narvaja. Donde, ojo avizor, él vio un libro y me dijo: “Ése. Comprate ése flaco”. Y así pude conocer al inmenso cuentista que es Juan José Morosoli. Pasamos por una casa donde había vivido Delmira y nos contó la impresión que de chico le dio su muerte a manos de su ex marido. Revisamos juntos álbumes de fotos. Paramos en cualquier café y seguimos, seguimos, seguimos.

Recorrimos la ciudad entera con ese guía de lujo que, por todas partes, se encontraba anécdotas trágicas o jocosas, jirones de canción, expresiones de solidaridad. En esa caminata interminable, agotadora y feliz, creo haber aprendido qué es un cantor popular. Tan lejos de la chabacanería como de la altivez o de la demagogia. Y sentí lo que es el cariño por un cantor popular. Ya para cuando grabamos en Buenos Aires varias de sus canciones habían entrado para siempre en mi discoteca existencial.

El gobierno hoy vuelve actuales, candentes, muchas de sus letras que podían parecer documento de un pasado que se logró superar. Se nos fue el Flaco y los que sí han desalambrado son los pool sojeros y sus máquinas que destrozan los suelos sin impedimentos. Y “yo pregunto a los presentes / si no se han puesto a pensar …”.