Feminismos que interpelan
Paola Galano/El Furgón – Esa vieja costumbre de mirar el camino y sentir que una vez acomodada en el asiento, la doble línea de la ruta te recorre tripas y sangre. Como en trance, te dejás arrastrar por el pensamiento y por las preguntas. Qué sería del mundo si no hubiera preguntas. Repaso. Chaco y Resistencia y el Encuentro Nacional de Mujeres me dejaron certezas, ideas e interrogantes.
¿Feminismos? ¿Sí? ¿Qué, son muchos? La burra pensaba que solo había uno. Y que el nacer mujer o el sentirte mujer te convertía en feminista, automáticamente. Y que hasta el DNI mencionaba que lo eras. No. No. Una de las tantas frases maravillosas que escuché me despertó del letargo: “Feminista se hace, no se nace”.
Asistí a uno de los 71 talleres que se brindaron en escuelas y universidades. Quise profundizar la idea del feminismo, ese movimiento de principios del siglo XX que consiguió el voto femenino y que, después, siguió perfeccionando su impronta combativa en otras disciplinas, desde la sexualidad y el aborto a la igualdad de los sexos puertas para adentro, cuando de lavar platos y cambiar pañales se trata. Una pregunta me clavó su espina: ¿qué significa ser feminista hoy, acá, en Argentina, en Mar del Plata mi ciudad?
“Me vengo sintiendo feminista desde hace mucho tiempo, pero no me daba cuenta”, aseguró una de mis compañeras, mujer desconocida de algún recoveco del país. Algo empezó a abrirse, como esas mañanas neblinosas de la costa que, al cabo de unas horas, despejan brumas y permiten divisar los contornos. “Aunque es una palabra denostada, el feminismo sigue pareciendo nuevo”, dijo otra. Asentí.
En ronda, en un aula de Arquitectura, una coordinadora apenas guió el debate. Horizontalidad: nadie por sobre nadie, ni docente ni profesora de nada que explicara algo. No era una clase universitaria: era un taller en el que se debatió, desde la práctica de cada una, qué era eso de feminismos. Podías hablar y decir tu parte. Podías escuchar. Siempre aprendías. Podías pedir que otra profundizara un concepto tirado al hablar. O rogar que el asunto no se fuera por las ramas y volver al eje de la conversación. El respeto entre nosotras fue sagrado. Las más viejas dieron su versión. Las más chicas –varias eran estudiantes del secundario- hicieron sus propuestas. De todo el país. Militantes y no. La riqueza de realidades fue casi tan impactante como el respeto y la magia que generó la escucha.
El círculo de talleristas se pobló también de relatos sobre la experiencia de cada una y el descubrimiento de su conciencia de género, pero no se quedó en la catarsis. Fue sorprendente escuchar vivencias similares en torno al lugar que ocupamos en la ingeniería social y cultural de este viejo patriarcado, pero a la vez fuimos por más. Alguien dijo: “Al reflexionar sobre lo cotidiano apelamos a lo colectivo”. Y otra agregó: “Los feminismos interpelan a las que nos hemos sentido solas”.
Entonces pensé si es necesario ese pasaje de soledad e introspección, en el que nos autopercibimos en desigualdad de derechos, a veces en franca desprotección frente a la fuerza y la mística masculina, para entonces sí activarnos y llegar a esa instancia colectiva en la que necesitamos de las otras –sobre todo de las otras- para construir o reafirmar nuestra visión del mundo.
Una actriz rosarina mayor, sin perder la sonrisa ni despeinarse los rulos canosos, enfocó en lo que me pareció una verdad: “El feminismo es una peste, se contagia, pero también es dolor, muchas veces tus hijos te ven como loca… Y es también un proceso, no se es feminista de un día para el otro”. Ella pidió reivindicar el placer dentro de la lucha feminista, vivir lo mejor posible y no olvidar que “las mujeres somos subalternas en esta sociedad”.
Dos palabras resonaron con insistencia durante el debate del sábado y las dos jornadas del domingo (a la mañana y a la tarde): disidencia y deconstrucción. Ambas son directamente proporcionales. En la medida en que te deconstruyas como la mujer que te enseñaron ser -un modelo fogoneado siempre por madres, escuelas, medios, iglesias y varones-, empezarás a vivir o a transitar la disidencia. El vivir de otro modo, sin mandatos, sin dogmas o al menos sin tantos mandatos. ¿Libre?
Es que “lo personal es político”, una frase que escuché muchas veces y que caló hondo. Nadie que viaje tantos kilómetros para reunirse a debatir sobre el sentido de los feminismos podrá negar el sentido eminentemente político del encuentro federal y autoconvocado. Otra frase reveladora: “El feminismo es organización y disputa de poder”. Una organización que se da donde sea, en la fábrica, en las sociedades de fomento, en las escuelas, en los sindicatos, en los clubes, en el seno de cada familia.
“Es la organización de las mujeres por los derechos de las mujeres”, perfeccionó alguna, y otra recordó que las primeras feministas fueron sufragistas. “El feminismo es como un paraguas, como una praxis vital, no hay un feminismo de derecha”, fue otra de las definiciones. Ni tampoco tiene algo que ver con las iglesias y sus programas siempre represivos y encorsetados, consideraron algunas. Esas mismas opinaron que la lucha por el derecho al aborto es un tema que debería aglutinar a las feministas, en tanto supone una apropiación del propio cuerpo.
Las socialistas no pudieron dejar de ver la relación entre la lucha de género y la lucha de clases y hasta pensaron que una patria feminista es solo posible en el contexto de una patria socialista… Quedó picando. ¿Cómo es la construcción del poder feminista? “Sin jerarquías”, imaginó una de las participantes.
Para muchas de las convocadas, la verdadera puerta de entrada al feminismo modelo siglo XXI fue el movimiento “Ni Una Menos”, que puso en agenda en Argentina el tema de los femicidios y que obligó a pensar y a llamar de otra manera al asesinato de una mujer solo por el hecho de ser mujer. En pueblos, en ciudades pequeñas, en comunidades más cerradas, las marchas de cada 3 de junio redireccionaron sentires y pensamientos, a favor de temas que hasta el momento nunca se habían expuesto de manera frontal. “Más mujeres se reconocen feministas desde 2015”, fecha en que se realizó la primera marcha, señaló una compañera.
El “Ni Una Menos” es un punto de inflexión, un momento bisagra que deja al descubierto el emergente social: la violencia extrema, el hecho de que nos matan, nos pueden matar hoy y acá, ahora, por haber nacido mujeres, por sentirnos mujeres. En este horror que produce el machismo, también entran los travesticidios, es decir el asesinato de compañeras trans, travestis o transexuales. Alguna lo definió clarito: “Dentro del feminismo, las mujeres heterosexuales somos las más privilegiadas”.
¿Y el varón? ¿Dónde entra el varón en este esquema de definiciones? A menos que busquemos consolidar un país de mujeres… y no es el caso. Una tiró sobre la ronda un concepto del que podría apropiarme. “El feminismo mixto”, aquel que busca sumar a los compañeros y no competir con ellos ni profundizar un antagonismo estéril entre los sexos, que solo redunda en más estereotipos machistas. “Las luchas tienen que acompañarse”. Y acaso los hombres repensar su rol y su figura, que también está atravesada por el patriarcado. En ese sentido, ¿no serán también ellos víctimas de este mismo sistema opresor?
Debajo de todos los feminismos posibles -el feminismo natural, el burgués, el popular, el mixto, el académico, el cotidiano (agrego a la lista)-, se mueve la idea de movimiento. Me atrevo a definir que el feminismo es un movimiento heterogéneo, diverso, movedizo, una marea violeta que interroga y se interroga a sí mismo. Categoría de análisis, latente o chip activado, no deja nunca de ser un ojo crítico que apunta al modo en que otros y no nosotras organizaron la vida, hoy, acá, en este barrio del mundo.
Salí del aula de Arquitectura de la Universidad del Nordeste convencida de que estaba empezando a construir mi feminismo.