Emma de Cartosio: una poeta en la soledad de las palabras
Martín Ardizzone/El Furgón – La mujer camina por la cornisa de la noche, choca contra las paredes del alma, habla en soledad, blasfema, se automargina de la vida. La poesía es el aposento del sueño en el que va a despertar: en una cama de hospital. Sus ojos, hermosas lunas cansadas, soportaron el camino transitado y la fiebre del vino por las noches.
Esa mujer, Emma de Cartosio, poeta, cuentista, ensayista y docente argentina, supo escribir en el silencio más inhóspito de la vida, en un cuarto oscuro de madreselvas; para dejar constancia del mundo que la atormentaba por dentro:
Expío la culpa de no saber cocinar
Expío la culpa de no saber reír en rueda
Expío la culpa de partir y llegar, de llegar y partir
Expío la culpa del canario en infeliz libertad
sin nunca arraigarme en un corazón o país definitivo
que muere buscando el amparo que desechó.
Expío la culpa de haber matado, por tímida, a la chica
que era cuando los gatos perros jazmines guijarros
alfombraban mis pasos por tierra y arenas.
Me culpo de haber amado a insectos, con el amor
que debe destinarse a los inexistentes príncipes azules.
Me culpo de enamorarme de un hombre sin edad
que me miente una sonrisa perdurable de Cheshire.
Pero no me arrepiento de haber pecado, de pecar
a través del tacto, el olfato, la vista, el oído.
Soy rica en heridas de amor y pobre en indiferencia
porque mi sangre es la de todos aunque me nieguen.
Un día abriré mis venas para ratificar mi muerte
o quizás acepte una transfusión de cualquier anónimo.
Y seré feliz.
Viva o muerta
estaré feliz.
Emma de Cartosio expia la vida desde el fondo callado que todo lo condena y abre las puertas de ese corazón pesado por triste. Siempre cobija una sonrisa en la espesura del dolor y sangra en palabras. Expia la partida, la llegada y la libertad de andar por el mundo. Porque la poesía es eso: dejarse llevar por el instinto de un sueño en busca de una verdad que transparente lo que se esconde en el misterio. El poeta es un ser misterioso que se encierra en su mundo de pasillos intransitables para los ojos ajenos, el poeta es un loco en aventura constante con su otro yo. Y eso, Emma lo sabía, por eso tejió con palabras una poesía de un realismo abrasador, de confesiones que se desintegran como la noche de los solitarios:
Me encantan las clínicas, los sanatorios, las casas ajenas
donde el vivir es provisorio, igual a mí por dentro sin hogar
definitivo que apresure mis pasos y corazón hacia él.
No tengo hogar ni esposo ni hijos ni por supuesto, status
respetable que me instale en la butaca numerada para ver
la película de mí misma en progreso y colores.
Soy la enamorada de los lugares y tiempo transitorios
pero en su cenit esplendoroso, cuando simulan eternidad
y un montón de maravillas que no se cumplen.
Nunca tendré una gran recepción y una piscina para
recibir en invierno y verano a mis numerosas amistades
que hablarían de mis cuadros mis muebles, mi máscara.
Siempre habitaré libros angustia discos alegría y el suelo
alfombrado donde se entremezclan caracoles con poemas de otros
o míos, no importa al fin quién escriba lo que dicta
Alguien que quizás no conozca una a una las leyes
matemáticas que rigen al ojo y la estrella, a la mica y al mar.
Mi libertad es helada a fuerza de ser sola y sin mentiras que finjan
rostros agradables en mí, en los vertiginosos espejos simultáneos
que enfrento y me enfrentan, que rompo y me trizan.
No me quejo, no me jacto, me deslizo felinamente entre objetos
y criaturas rodeadas de amor o costumbres, de hábitos útiles
que los transforman en indispensables como nunca lo seré.
Nadie me ama exclusivamente, a nadie amo exclusivamente
tengo una tristeza que son mil y sonrío porque es lo correcto
según mi portero y el presidente de la República.
Me moriré pronto o después, sin admiradores ni velorio
en un día de la tierra que me soportó y soporté
y crecerá un yuyo, ni lindo ni feo, de mi polvo.
Las confesiones pueden ser una forma de ablandar los sentimientos enfrascados en un silencio recóndito que todo poeta guarda como un porvenir. Habitar libros, angustias, discos, alegrías y el suelo donde se entremezclan caracoles con poemas de otros; porque como bien dice Emma: el fin es que el poeta escriba lo que le dicta el alma a través de los caminos, las calles y los años que se pierden en el tiempo invisible donde todo se esfuma, incluso la palabra.
La libertad helada, a fuerza de estar sola y sin mentiras, que fija rostros agradables en los espejos simultáneos que enfrenta esta mujer y la enfrentan; que rompe y la hacen triza. Confesión de todo y de nada y necesidad de decir lo que lastima al corazón de poeta. Ese, que atraviesa las calles desoladas de una ciudad-mundo, que solo ella conoce y habita. Como quien habita, las lejanas tierras del misterio.