Fútbol y tango, pasiones entre páginas e ilustraciones
Marcelo Massarino/El Furgón – El antropólogo Julián Ponisio escribió Pasiones argentinas, fútbol y tango en la conformación de un estilo, un libro que publicó Editorial Olivia, donde recopila una serie de textos que se refieren a la identidad del deporte más popular en la Argentina y su relación con el tango, una expresión artística que identifica al país con un sello particular e indeleble.
El autor tiene un largo recorrido en el análisis del fenómeno del fútbol en publicaciones de carácter académico y en trabajos, como el Diccionario del pensamiento alternativo, dirigido por Hugo Biagini.
Pasiones argentinas…, con ilustraciones del dibujante Rodolfo Fucile, es un material que invita a la reflexión y al análisis sobre un imaginario que integran el fútbol y el tango, conformando una identidad de características particulares en un mundo globalizado, con fronteras difusas y un mercado que predomina sobre las referencias culturales específicas de cada pueblo. En ese sentido, Ponisio incluye elementos como la gambeta y el crack, que analiza desde una perspectiva histórica para saber cómo influyen en la conformación de la cultura popular de los argentinos y las argentinas.
Este libro no habla sólo de la historia del fútbol y su relación con la música ciudadana. Se refiere a la identidad a partir de un deporte que superó el corset del espectáculo deportivo y se erigió como un pilar de una cultura nacional y de una conciencia crítica. En definitiva, de un espacio de libertad que superó la mercantilización y el show “for export”.
Lo que sigue es el capítulo “Memoria futbolística”, sobre cuando Carlos Tévez jugaba en el fútbol inglés.
El potrero tuvo mucha importancia en la tradición futbolística argentina. Es el opuesto absoluto de los espacios amurallados, jerárquicos, policialmente controlados por leyes, normas y rutinas. En el Buenos aires de los años cuarenta existió ese espacio creado por bandas de pibes de aquellos barrios de tango, orillas tan de campo como de ciudad (Molina y Vedia, 2006:11).
En la actualidad se ensalzan valores como “correr, sacrificarse y luchar”; y la figura del “crack” como capital simbólico de un estilo de juego puede colaborar a crear una crisis de las certezas presentes, y allí es donde la memoria cumple un papel fundamental.
Basta citar el ejemplo del jugador argentino Carlos Tévez, radicado en Inglaterra, quien en su paso por la selección nacional en las primeras fechas de las eliminatorias sudamericanas para el Mundial de Sudáfrica 2010, manifestaba su deseo de volver a sus raíces futbolísticas: “Basile me preguntó dónde quiero jugar, porque pretende que vuelva a ser aquel que gambetea, hacía goles y no se desgastaba. Pero me acostumbré a sacrificarme más. Hoy es difícil que haga un lindo tanto, pero tengo fe que volveré a ser el de antes”.
El fútbol despierta pasiones y discusiones donde se cuestiona –entre otras cosas- la estética del juego, o la coreografía del público, la falla de una decisión arbitral, el azar, etc. Y una de las cuestiones fundamentales en el análisis de la identidad es cómo se va construyendo la memoria histórica. La identidad futbolística sufre un proceso de construcción y deconstrucción a lo largo de su historia y, justamente, el papel fundamental de la memoria es crear pertenencia. Hay distintas posturas antropológicas en torno a la representación de la memoria que refieren a la misma como la puesta en práctica de una cosmovisión de una determinada época. Otras, como la del antropólogo Candau, profundizan sobre el papel fundamental de la metamemoria, que vendría a ser la representación que se hace de la memoria misma. Es decir: una arqueología de la memoria. Me sitúo desde el presente y me interrogo: ¿qué elementos tomo de la memoria? Para ello una de las cuestiones fundamentales es situarse en el nivel de comprensión del concepto de metamemoria y cómo el mito influye en el desarrollo de la memoria misma. Para analizar y comprender los sucesos históricos, más allá de las estructuras elementales de la práctica futbolística, se torna necesario explicar tanto las crónicas escritas como el relato oral. Este último resulta imprescindible junto al trabajo de campo, para escuchar las distintas voces que van construyendo la representación de la metamemoria. Porque allí es donde se encuentran los cambios producidos en el discurso narrativo en relación al paso del tiempo sobre un mismo suceso, las contradicciones, los elementos persistentes y la identidad dinamizada.
Pasar de lo local a lo global, o de lo particular a lo general, no es una sumatoria de acciones individuales o grupales, sino el resultado de lo que la memoria colectiva construye y deconstruye a lo largo del tiempo. Se resignifican espacios, mitificando o desmitificando el tiempo, con sus diferentes matices, estilos, perfomances y estéticas. Aunque es en los momentos de crisis o de cuestionamientos profundos cuando aparecen las respuestas estilísticas que la memoria colectiva conserva como respuesta –real o imaginaria- a los problemas. Es decir, tanto en el tango como en el fútbol, como en cualquier actividad cultural o deportiva, es la fuerza del pensamiento mítico la que brinda las respuestas necesarias para poder conseguir el triunfo. Lejos de ser el mito una mera invención o fantasía, es con él que la cultura popular elabora identidades, las dinamiza y cuestiona la realidad existente.