miércoles, septiembre 18, 2024
Nacionales

CFK, el aborto y el cambio sistémico del país

Santiago Brunetto/El Furgón – Justo en la semana que culminó con el Día Internacional por la Despenalización y Legalización del Aborto, la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner (CFK) realizó, en su raid mediático preelectoral, sucesivas declaraciones acerca de la cuestión. Escuchamos allí la pregunta tan ansiada en boca de los personajes menos pensados: un Víctor Hugo siempre atento a no generar incomodidades o un Chiche Gelblung al que nadie imaginaría preocupado por la problemática. Está claro que nadie pregunta a una figura de la envergadura política de CFK, sin una charla/negociación previa, por eso resulta sorprendente que, luego de tantos años, la ex presidenta haya levantado la barrera de la incertidumbre para permitirse sentar posición explícita sobre un debate que mantuvo clausurado durante todo su mandato, aunque ella misma lo niegue.

¿Por qué lo haría? Se puede interpretar como un elemento más de ese proceso que ha sido calificado como “duranbarbización” de su discurso. Eso que se expresa en escenarios centrales de estadios, en micrófono en mano y caminata, en vestimenta modesta y, sobre todo, en la moderación de su discurso; en última instancia, no es más que la expresión de aquel giro reconciliador que comenzó luego del 54 por ciento, con Milani y candidatura de Scioli de por medio. Allí está ella planteando la “unidad ciudadana”, que en podría acabar en “reunida pejotista”, y que requiere determinadas garantías: “Con respecto al aborto mi posición es conocida” puede incluirse allí, como una de tantas.

En la entrevista con Víctor Hugo, CFK se mostró orgullosa del movimiento “Ni Una Menos”. Afirmó, en el mismo tono, que en su último viaje a Europa, donde visitó el Parlamento europeo de Bruselas, las “eurodiputadas” se mostraron sumamente interesadas en ese movimiento: “No sólo lo conocían, sino que lo tomaron como modelo (…) Por primera vez exportamos algo, en este caso el tema del feminismo”, dijo. Pero claro, “el tema del feminismo” que hemos exportado no incluye para la ex presidenta una de sus principales reivindicaciones. Este recorte, por lo demás arbitrario, es justificado por CKF al opinar que “todavía la sociedad no está preparada” para discutir la legalización del aborto, aunque, según aseguró, lo va a discutir independientemente de su postura. Más allá de esta concepción de “la sociedad” como algo que discute cosas porque sí, sin aparentes posicionamientos políticos; más allá de que no hubiera estado nada mal darle un empujoncito a “la sociedad” a lo largo de doce años de detentación del poder estatal, lo que queda en evidencia y resulta esclarecedor acerca del panorama de los conflictos políticos ligados al feminismo en nuestro país, es que la cuestión de la legalización del aborto continúa siendo el punto extremo del problema, el límite que el propio sistema no puede traspasar, ni para abrazarlo ni para absorberlo.

Quienes defienden la legalización del aborto entienden que la explotación machista no es algo que soluciona “la sociedad” en una discusión per se, ni culturalmente entre personas que se sientan en una mesa a debatir ideas. Quienes lo defienden entienden que tanto las muertes por abortos clandestinos como los femicidios no son resultado de hombres locos que asesinan, ni de médicos inoperantes que no saben realizar un aborto, sino que lo son de una estructura primeramente económica, luego política y luego cultural que determina el lugar de la mujer en la sociedad, que objetiviza y mercantiliza su mente y su cuerpo al punto tal de convertirla en mero receptáculo de fetos, para después condenarla si decide no querer cargar con él. Condenarla sino asesinarla. Quienes lo defienden se representan todo eso al defenderlo. Detrás de la consigna “aborto legal, seguro y gratuito” viene anclada la modificación sistémica de la estructura patriarcal, porque las muertes por abortos clandestinos son solo uno de los modos que tiene ella de hacerse visible, su modo más violento.

Alguna vez, hace unos años, el “Ni Una Menos” representó la primera avanzada de esta novedosa oleada feminista que transitamos en nuestro país. La novedad duró poco: tan pronto miles se juntaron en el Congreso el sistema mostró su probóscide de mosquito para absorberla y en el estómago gestar eso que se representó en la viralización de los carteles #NiUnaMenos, de Tinelli hasta Macri.

“¿A quién le gusta la pobreza, al fin y al cabo?”, se preguntaba el ya fallecido pensador inglés Mark Fisher en el segundo capítulo de su libro Realismo Capitalista (“el mejor diagnóstico del dilema que tenemos”, según Slavoj Zizek). Allí, Fisher se encuentra analizando las protestas del “Live 8” realizadas en 2005, esa serie de conciertos de estrellas mundiales del rock, organizados por el mainstream de la industria musical con el fin de concientizar para terminar con la pobreza (allí estaba Bono organizando, claro). “El chantaje ideológico insiste en que ‘individuos compasivos y solidarios’ pueden terminar con la pobreza, sin la necesidad de solución política o reorganización sistémica. Es necesario actuar de una vez, se nos dice, suspender la discusión política en nombre de la inmediatez ética”, reflexiona Fisher. “Live 8 fue una protesta extraña: una con la que todos podíamos estar de acuerdo” y así da título al capítulo: “¿Qué pasaría si todos estuvieran de acuerdo con tu propuesta?”. La respuesta es sencilla: entonces tu protesta ya no sería una protesta, todo conflicto político estructural habría sido borrado y absorbido de manera que se transforme en una cuestión de ética individual. Retomando la pregunta inicial de Fisher para adecuarla al momento actual del “Ni Una Menos”: ¿A quién le gustan los femicidios, al fin y al cabo? Todos podemos estar de acuerdo públicamente en protestar para que ellos se acaben, y así lo vemos en Tinelli, así lo vemos en Macri, así lo vemos en CFK. Pero, ¿a quién le gustan las muertes por abortos clandestinos? Allí ya no estamos todos de acuerdo y no es tan solo por la cuestión ético-clasista-religiosa en torno a lo que el acto de abortar significa moralmente, sino que es, más bien, porque el reclamo por la legalización del aborto expresa, en sí, una discusión política, una propuesta de reorganización sistémica. El reclamo es el conflicto político en sí, desnudo, sin posibilidad de resignificación, pues la resignificación requiere absorción, incorporación del discurso para su filtración, y ningún representante del sistema patriarcal puede estar dispuesto a incorporar nada del discurso abortista. Eso sería abrirle la puerta al cuestionamiento profundo de las estructuras.

Cuando la izquierda radical feminista se quiere diferenciar de las formas reformistas del feminismo, la cuestión del aborto es la primera en ponerse sobre el tablero de juego. Allí se juega la diferencia: quien quiera modificar realmente el lugar estructural de la mujer en la sociedad, deberá empezar por legalizar el aborto; cualquier otra postura es “inmediatez ética”, en palabras de Fisher. A su vez, se hace difícil encontrar en el amplio espectro discursivo de las luchas políticas un significante tan potencialmente exento de absorción capitalista como el del “aborto”; las luchas de AGR y PepsiCo lograron tímidamente encontrarlo con la reactivación del “control obrero de la fábrica” y al no poder absorberlos, el sistema los reprimió.

Vengamos más cerca: la consigna por la aparición con vida de Santiago Maldonado no debe hacernos olvidar de la cuestión económica-política-militar de fondo en torno a las tierras de la Patagonia. Todos podemos estar de acuerdo en que Santiago Maldonado debe aparecer con vida, muy pocos lo estaremos para enfrentar a Benetton.  Ni Tinelli, ni Macri, ni CFK.