Masetti: Sueñero del Che
Hugo Montero/El Furgón – Masetti. Sueñero del Che, es el nuevo libro publicado por la editorial Sudestada. Su autor, Hugo Montero, escribió una detallada biografía de Jorge Ricardo Masetti, periodista argentino que abrazó como suya a la Revolución Cubana y fue uno de los hombre de confianza de Ernesto “Che Guevara”. En El Furgón presentamos un adelanto de esta biografía que hoy ve la luz.
El éxito de la “Operación Verdad” no había hecho otra cosa más que revitalizar la actividad en el Club de Prensa en La Cabaña. Bien claro había sido Guevara en su primer encuentro con Masetti, después de las jornadas de enero: había que transformar aquella victoria parcial y poner en marcha la herramienta de prensa que la revolución precisaba para sortear la distorsión de los grandes pulpos de la prensa: una agencia de noticias, pero no una cualquiera. Una capaz de competir en rigor informativo, en calidad periodística y en impacto de primicias con los gigantes informativos que respondían a los intereses de la CIA y el Departamento de Estado, pero siguiendo una lógica latinoamericanista, que tuviera a La Habana como corazón pero a todo el continente como caja de resonancia. Una agencia de noticias que fuera, al mismo tiempo, reflejo de un momento de convulsión política y canal de difusión de la lucha de obreros, de campesinos, de estudiantes en cualquier parte de mundo.
Instalado en una finca en las playas de Tarará por recomendación médica, después de habérsele detectado una infección pulmonar, el Che seguía adelante con su agenda y tenía al problema de la prensa en un lugar prioritario. Por eso citó a Jorge, quien de ese modo comprendió que ese encuentro lo posicionaba casi de facto como director general de la proyectada agencia.
Ahí están otra vez, los dos viajeros. Uno, con el cuerpo tatuado de heridas por una guerra que lo había encontrado como médico primero y después como comandante. El otro, con el firme compromiso de sumarse a una revolución naciente. Si uno era un médico con inquietudes y el otro un periodista curioso al llegar a la Isla, años atrás; la misma tierra los recibía profundamente cambiados, pasajeros ahora de una idea peregrina, hombres de un sueño entre manos, artesanos de un futuro para América Latina.
–En todo caso, Jorge, tu tarea ahora es reclutar un equipo de trabajo confiable y eficiente, lo antes posible. Yo me ocupo de dispensar la mayor colaboración posible en logística y tecnología para garantizar el funcionamiento de la agencia. Pero el armado del grupo y el tema de las corresponsalías son tu responsabilidad. ¡Ah! Y búscate un buen nombre para la agencia, claro…
–¿Qué te parece Prensa Latina? –propuso de inmediato Masetti, quien llegaba a la reunión con un par de ideas en su libreta.
La referencia a la frustrada Agencia Latina de Noticias despierta una sonrisa en el rostro cansado del Che.
–No está mal, Jorge. No está mal…
***
Cuando el delirio del trabajo lo desborda, cuando en la cabeza retumba el sonido de los teletipos, cuando el hambre comienza a movilizar las tripas, Masetti sabe que debe buscar un sosiego. Recién entonces, camina hasta su despacho arrastrando los zapatos y atraviesa la puerta que lo separa directamente de la locura de la redacción. Oculto en su refugio apenas decorado por un retrato de José Martí y otro del líder nacionalista Gamal Nasser, entre penumbras, apenas iluminado por una lámpara sobre el escritorio, se inclina sobre su silla, se prepara unos mates y busca abstraerse de los ruidos del exterior apelando a algún tanguito que gira en el tocadiscos…
Del otro lado de la oficina, el ascensor abre sus puertas en el quinto piso. Es el Che y su escolta de jóvenes soldados, que comienzan a transitar el camino que habrá de llevarlos justo hacia el otro extremo del pasillo. En el camino, saluda con sonrisas y sonoras palmadas en los hombros a la turba de redactores que se agolpa a su paso, entre sorprendidos y felices por la inesperada visita. Ya son las dos de la mañana, pero el ritmo de trabajo sigue con el vértigo habitual. Hay que apurar, hay que picar cables y salir corriendo a los teletipos, hay que llamar a los corresponsales y confirmar con urgencia datos y cifras, hay que eludir el sueño y matar el cansancio con un café y una charla ocasional. Pero está claro: la llegada del Che rompe los esquemas. Si en las fábricas acostumbra ingresar por los talleres –y nunca por las oficinas–, en Prensa Latina prefiere recorrer la redacción antes de golpear la puerta de la dirección. Con esa media sonrisa que apenas deja entrever la fatiga de un largo día en el Departamento de Industrialización del INRA, de donde ha logrado escaparse hace unos minutos, el Che aprovecha y se pega una vuelta para saludar a un amigo.
Tanto bullicio sorprende al jefe del Departamento de Servicios Especiales, que asoma sus lentes por el umbral de su oficina para develar la razón de tanto alboroto. Apenas tiene un par de días en La Habana, recién llegado de su periplo por Río de Janeiro, donde constató en carne propia los obstáculos burocráticos que misteriosamente emergían a cada paso mientras procuraba tramitar la instalación de una corresponsalía en la ciudad. Por eso, es la primera vez que Rodolfo Walsh ve a Guevara a corta distancia, perdido entre brazos y voces que lo van empujando hacia el final del pasillo. Y siempre cauto, siempre racional, Walsh no puede más que conmoverse ante semejante oportunidad. De todos modos, el impacto le dura el tiempo que tarda en recordar la cantidad de trabajo acumulado en su escritorio y vuelve a su labor.
Del otro lado de aquella puerta donde el pasillo de la redacción termina, otro argentino escucha los ruidos y sonríe. La puerta no tarda en abrirse y la voz de Guevara en estallar, socarrona, en la penumbra:
–¿Cómo le va, señor director? ¿Se puede pasar? –pregunta, burlón.
Pero el Che no necesita invitación alguna, apenas el mate recién cebado que Masetti le convida. Allí, en esos encuentros de madrugada, Masetti escuchó, entre borradores de un futuro imperfecto, una sentencia del propio Che sobre su propio destino:
–Cinco años… Cinco años vamos a quedarnos aquí y luego nos vamos. Con cinco año más encima, todavía podemos montarnos una guerrilla por ahí.
Masetti anota la estimación de Guevara, y también el sutil manejo del plural a la hora de establecer un plazo. Por eso, traga orgullo y humo, mientras ofrece un mate lavado. Recién entonces, la puerta se cierra, los escoltas quedan apostados frente al umbral y la redacción de Prensa Latina vuelve a su rutina de cada noche. Mucho hay que apurar, todavía.