Pedacitos de ella
Fernando Latrille*/El Furgón – El jueves 23 de febrero de 2017, a los 41 años, enferma de cáncer alojado en el cuello del útero, falleció Carla Artes, una de las primeras nietas recuperadas víctimas del Plan Cóndor. Lo que sigue es parte de su historia, aquella que estaba escribiendo y pretendía convertir en un libro para que “no se olvide nunca lo que nos pasó”.
“Querido Fer, estás ahí”, preguntó por chat de facebook Carla Artes y respondí como lo hacía siempre: “Sí, Carli”. “Tengo que contarte algo difícil”, expresó. Le pedí que me dijera de qué se trataba. “Anteayer recibí mis resultados médicos, y estoy con cáncer, viajaré a Cuba a tratarme la semana que viene si logro arreglarlo todo”, me informó el 3 de marzo de 2016. Me explicó que su mal estaba alojado en el cuello del útero y, luego de unos días de marzo al saber el costo que tendría el tratamiento en la isla, me volvió a contar que la decisión era tratarse aquí. Le expresé en qué podía serle útil. Me respondió: “Ya lo estás haciendo”, con esa bondad tan proporcionalmente igual a la de su valentía.
Aquella niña, nieta recuperada, que escapó con su abuela a España, era víctima del Plan Cóndor. Carla era tan sudamericana como la militancia de sus padres, aquella que narró y plasmó en palabras en su libro inconcluso que tituló Pedacitos de Mí, haciendo caso a lo que se me había ocurrido eligiera como nombre posible luego de leer el excelente libro de Ángela Urondo Raboy, ¿Quién te crees que sos?
De ese libro que estaba escribiendo hablamos mucho, porque la alenté a escribir su historia. La conocí por facebook cuando todavía vivía en España y luego la crisis de ese país la trajo a nuestro suelo gracias a Abuelas de Plaza de Mayo. Nos encontramos en el hotel Bauen, nos conocimos muy bien, nos queríamos mucho, compartimos sueños y proyectos que quedaron truncos. En la charla por facebook me dijo sobre su enfermedad: “No quiero que se sepa”. Y así lo hizo, no volvió hablarme de ello hasta que me enteré de su muerte, como quien recibe un golpe duro en el rostro, por el comunicado de Abuelas.
“Siempre fui ciudadana del mundo, desde el comienzo de mis días”, me dijo una vez esa gran mujer y no se equivocaba. “Siempre escribir es reconfortante, más cuando uno tiene la necesidad de que las vivencias pasadas no se olviden ni se repitan”, escribió en la introducción de su libro, del que me pasó el borrador para que lea y corrija. Su pluma era tan intensa como su mirada de hermosos ojos verdes. En su escrito, Carla habla de su madre y de su padre, y en nuestras conversaciones su obsesión era saber más de ellos, tarea a la que se avocó.
“Hasta donde pude recabar información, mis padres se conocen militando en la Junta de Coordinación Revolucionaria. Mi padre representando al MLN-Tupamaros y mi mamá haciendo lo mismo con el ELN boliviano. Supongo que habrán rozado varias veces hasta que el amor hizo su aparición”, escribió Carla sobre cómo se conocieron sus padres, la argentina Antonia Rutila Artés y el uruguayo Enrique Joaquín Luca López, añadiendo que “ellos por separado eran increíbles personajes pero unidos eran uno sólo, con una fuerza inimaginable. Deciden que quieren agrandar la familia, pues ellos apostaban por la vida y tener hijos daba fe de ello”.
Carla narró la detención de ella y su madre en Bolivia expresando que cada vez que se ponía a pensar en ello se le venía a la cabeza que eran blanco fácil a pesar de que sus padres se cuidaran muchísimo. “No dejaban de llamar mucho la atención por sus físicos, mi padre rubio con ojos azules y alto, mi madre castaña y con ojos color de miel, también alta y yo un bebé rubio con ojos verdes. En un país donde la inmensa mayoría es de tez morena, bajitos y con rasgos muy característicos”, describió y concluyó con la comparación: “Éramos la gotita de leche dentro del café”.
Su increíble memoria sobre su niñez fue fundamental para permitirle dar su testimonio valioso, como lo hizo en el juicio de lesa humanidad por el robo de bebés acusando a su apropiador y abusador Eduardo Ruffo. Recordaba aquel horror padecido en forma gráfica y detallada, que parecía increíble que ni bien fueron detenidas con su madre, siendo ella apenas una beba, recordara: “Fui llevada muchas veces a las sesiones de torturas de mi mamá, también sometida a torturas para quebrantar su entereza. Me desnudaban y me agarraban de los pies poniéndome boca abajo y golpeándome sin cesar. La otra era que me pasaban de agua hirviendo a agua helada. Me privaban de comida durante muchas horas”.
Su regreso al país en 2011 también lo describió al narrar la situación terrible que vivía en España con su hijos, que después de mucho meditarlo “pensé que volver a la Argentina estaría bueno para todos nosotros”. “Allí había visto en mi viaje el año anterior que las cosas estaban prosperando, además estaban las Abuelas que me ayudarían en lo que me hiciera falta hasta que me estableciera”, describió sin equivocarse el giro que había dado el país tanto con la presidencia de Néstor Kirchner como de Cristina Fernández. “Así que con todo decidido fui a un locutorio a llamar a Abuelas para contar esta difícil situación y a pedirles ayuda para que pudiéramos viajar, esto era el 3 de mayo y el 6 teníamos los pasajes para viajar por la noche”, contaba. Carla plasmaba en su pretendido libro la ayuda brindada por Abuelas de Plaza de Mayo para que viniera a la Argentina y se instalara.
Fue así que en el país conoció a su compañero Nicolás Biedma, con el que se casó, no solamente por tener un pasado entrelazado, sino también por tener en común la pasión por la gastronomía. “En ese entonces yo estaba preparando un catering solidario para recaudar fondos ya que se acercaban las fiestas de navidad y año nuevo y no contaba con plata para poder celebrarlas”, detalló de cómo conoció a su amor, añadiendo que: “Nico cayó como un ángel, pues se ofreció no sólo a ayudarme con el catering sino también a prestarme la plata para poder hacerlo. Esa actitud, sin conocerme, dándolo todo, hizo que me diera cuenta en ese instante la increíble persona que es”.
Carla, a pesar de todos su pesares, apostaba a la vida al igual que lo hicieron sus padres. Entre las cosas más trascendentales que ella pudo enumerar en su truncado libro fueron: “Mi casamiento con Nicolás, un hombre maravilloso para el cual no tengo más que palabras de agradecimiento y amor, pues he de decir que está hecho de una pasta especial para aguantarme”, describió con ironía.
Pero también, como una de las cosas más trascendentales que le había ocurrido en los últimos años, mencionó con orgullo “al nacimiento de mi nieta, si leen bien, mi pequeña Nina Luna que nació el 27 noviembre del 2013 y vino a llenar más aun mi vida y me hizo abuela con 38 años”. Carla fue todo de golpe: esposa y abuela en Argentina; eso la hacía feliz y su baba de abuela la plasmaba en palabras al expresar: “Una bebita rubia, hermosa y con un carácter divino”.
En su escrito figura también que aparte de tener su tonalidad española, ser una sudamericana de sangre, era también una bonaerense de Quilmes, al señalar como transcendental “el establecernos definitivamente comprando una casa en la provincia de Buenos Aires, en un lugar privilegiado lleno de paz y tranquilidad donde hemos podido formar un hogar lindo y confortable”. Carla era una luchadora y lo demostró con su enfermedad que llevó en silencio porque su fuerza, su voz alzada, su compromiso militante, estaba en “ejercer memoria, siempre, que no se olvide nunca lo que nos pasó y sobre todo que jamás se repita en ninguna parte del mundo”. En eso anduvo, en eso se le fue la vida, pero siempre con humor y con un amor total.
*Periodista de Villa Ramallo