Juan Mattio y el viaje por mar en el capitalismo tardío
Juan Bautista Duizeide/El Furgón – La novela Tres veces luz (2016), de Juan Mattio, cuenta una clase de viaje por mar al que pocos se le atreven. Y salda esa deuda literaria con creces. Se trata nada menos que del viaje de los desplazados del mundo en busca de la supervivencia. El viaje de los polizones en un sistema que pretende globalizar y liberalizar el tráfico de mercancías y divisas, pero se eriza de alambradas y se empina de muros. Tres veces luz puede leerse como actual y originalísimo libro de viajes, como novela negra de estructura inusualmente compleja por su perspectiva múltiple, y a la vez como una novela política en la que parecen cruzarse Bertolt Brecht y el Conrad de El corazón de las tinieblas (1899) o “Una avanzada del progreso” (incluido en Cuentos de inquietud, 1898). Por todo eso, resulta un milagro de concisión y potencia, con momentos de un lirismo descarnado.
Tres veces luz, como el Propp, el buque granelero a bordo del cual transcurre la mayor parte de la acción, carga con varias historias. El papel que deja un tripulante suicida, en el que sólo se lee “asesino” en su idioma natal, revela prácticamente desde el inicio lo sucedido con los polizones. Y lleva a investigar a una fiscal con jurisdicción sobre varios de los puertos privados que fueron erigiéndose sobre el Paraná, donde el control estatal se reduce a lo que haga la Prefectura, siempre tentada por algún sinuoso suplemento al sueldo. Hay que llegar cuanto antes al buque y requisarlo, porque a bordo, en un contenedor de contrabando cargado por el primer oficial a espaldas del capitán (¿o con el guiño del capitán?) están Patrice, combatiente revolucionario, y Chucke, un chico de la calle huido de su pueblo en África, estragado por la guerra y la miseria.
Patrice (llamado casi como el revolucionario congoleño Lumumba) y Chucke viajan recluidos sin luz, con casi nada de comida y agua, con aire que escasea, enfermos. La manera que encuentra Patrice para aliviar de sus dolores al chico, y para aliviarse, es contarle historias al chico, una especie de reescritura oral de la Odisea entre ellos. La manera que encuentra de mantener su disciplina revolucionaria, y su integridad, no es otra que escribir. No sólo escribir contra el silencio del contenedor encerrado en la panza del buque como Jonás en la ballena, sino sobre todo contra el silencio de los cómplices y perpetradores: tripulaciones, guardacostas, estados que no se detienen ante el peligro de unas vidas, porque time is money. En un momento, se da entre los dos cautivos el siguiente diálogo: “-¿Qué hace? -Escribo. -¿En la oscuridad? -Sólo si hace falta”. Como Patrice, Mattio escribe desde el negro absoluto y logra que resplandezca la humanidad de sus personajes.
*Imagen de tapa: Revista NAN