A dos años de la masacre de Pergamino, adelanto del libro “No fue un motín”
No fue un motín. Crónica de la masacre de Pergamino es un libro del periodista Leandro Albani que, además, cuenta con un prólogo de Ricardo Ragendorfer. El autor investigó para este libro –que editó Sudestada– lo sucedido el 2 de marzo de 2017 en la comisaría primera de la ciudad bonaerense. “Esa tarde, en medio del fragor de los gritos, las llamadas y los cruces de mensajes de texto se multiplican. En esa hora efímera que va a de las seis a la siete de la tarde, cuando las personas se empiezan a agolpar en las puertas de la comisaría –y mientras los policías dicen que todo está controlado, que nadie se preocupe–, Fernando Latorre, Sergio Filiberto, Federico Perrotta, Franco Pizarro, Juan José Noni Cabrera, Alan Córdoba y Jhon Mario Claros dejan sus últimos suspiros en un calabozo, sin que nadie los asista o intente rescatar, dando inicio a una de las masacres más terribles que vivió Argentina”.
El Furgón adelanta un capítulo de No fue un motín.
Los bomberos contra todos
El teléfono sonó a las 18:40 en la estación de los Bomberos Voluntarios de Pergamino, ubicada en la calle Castelli, a pocos metros de boulevard Colón. El bombero Ariel Ardis atendió y del otro lado una mujer, que no se identificó, le dijo que llamaba de la Comisaría Primera. Ardis escuchó atentamente. La mujer le informó que en la comisaría había un motín y que los necesitaban con urgencia. Como siempre, los bomberos volaron hacia la calle Dorrego. La mujer de la llamada nunca contó que en la Comisaría Primera las llamas ya habían devorado todo a su paso.
Los bomberos de Pergamino, que fundaron su cuartel en 1944, son respetados por los servicios que brindan, algo que ha convertido a la institución en una de las más destacadas de la ciudad. Durante las inundaciones que asolan periódicamente, son los primeros en poner sus cuerpos para rescatar, ayudar y colaborar en lo que sea. En la inundación de 1995, el bombero Fernando Esquivel falleció prestando servicio. Su recuerdo está grabado con su nombre en la calle donde perdió la vida.
El 2 de marzo, los bomberos llegaron a la comisaría a las 19:45. Antes de estacionar el autobomba frente a la seccional, ya estaban sobre la vereda listos para ingresar al lugar. El bombero Santiago González se dirigió a la comisaría para verificar lo que sucedía, mientras activaban las mangueras y el agua. Recién se enteraron de que había un incendio cuando González volvió a la vereda.
En su declaración testimonial, Ardis relató las peripecias a las que los policías los sometieron. Recordó que al ingresar a la comisaría “la puerta de reja de ingreso a los calabozos que da al patio estaba abierta”. Desde ahí, siguieron por “un pasillito finito” hasta que se toparon con otra de las puertas “que estaba cerrada con un candado grande, en la parte del medio”. Desde ese lugar realmente incómodo intentaban apagar el fuego. Ante la imposibilidad de combatir las llamas, Ardis corrió “hacia el patio donde había policías, y a uno de ellos, no sé quién era, le pedí la llave para abrir la puerta de reja para poder ingresar al pasillo, y desde ahí poder sofocar el foco ígneo”. “El policía me dijo que no encontraban la llave, que esperemos que aparezca la llave”, resumió. Ardis volvió junto a su compañero González, pero minutos después buscó a otro policía al que le pidió la llave, el cual respondió que no la encontraban. “En total habré ido unas cuatro o cinco veces a pedirlas. Mi compañero también salió a pedir la llave y tampoco se la dieron”, declaró Ardis, quien calculó que desde que llegaron a la comisaría pasaron entre 10 y 15 minutos hasta que “apareció” la llave para abrir la reja.
En medio del caos en comisaría, el calor elevado y el denso humo negro inundaban el lugar, en el que apenas se podía respirar. Ardis constató esta situación cuando relató que en “un momento dado, cuando estábamos con mi compañero adentro, llega un policía con una toalla en la cara, no lo pude ver porque lo tapaba el humo, y se pone a abrir el candado y no puede, y dice que no podía respirar, entonces yo le pido la llave y él me la da, era un manojo de llaves, con muchas llaves, como mucho diez llaves”. El bombero entonces pudo abrir el candado e ingresaron. Por lo que se desprende de su relato, el fuego que ardía en la celda 1 fue apagado en apenas unos minutos, pero ya era demasiado tarde. La descripción de Ardis sobre cómo encontró los cuerpos de los chicos muertos es tétrica: “Cuando estamos adentro, empiezo a hacer un panorama con la linterna del casco y veo un cuerpo en el medio de la celda, boca arriba, con los brazos contraídos, los pies como dentro de la letrina, con muchas quemaduras en la parte del torso y la cabeza. En el sector del fondo a la derecha había seis cuerpos, todos enroscados, era una pelota de cuerpos… Los guantes que yo llevaba los tuve que poner en remojo con lavandina por el olor a carne humana quemada”.
En su declaración testimonial, el bombero González recordó una situación similar a la de su compañero. Al volver a la calle, Ardis ya tenía lista la manguera y González la llevó hasta la reja que estaba cerrada. Desde ese lugar, comenzó a tirar agua “hacia el sector de donde provenía el fuego, que era una celda ubicada a la derecha”. “Antes de ingresar con la manguera unos policías que estaban ahí me dijeron que era la primera celda donde estaba el incendio –describió–. Habré estado unos minutos tirando agua, pero al no poder acercarme bien al foco, salí a pedirles a los policías que me abrieran esa puerta. Ardis, mientras tanto, estaba en la puerta de ingreso, iba y venía. Nadie me contestaba, había muchos policías, pero nadie me contestaba. Entonces yo entraba y tiraba más agua y trataba de apagar el fuego”.
La descripción de González de cómo encontraron los cuerpos es idéntica a la de Ardis. Entonces los bomberos llamaron refuerzos. Sus compañeros Pablo Darder, Mauricio Calzone y Andrés Gallardo llegaron en unos pocos minutos. González después revisó las otras celdas y cuando volvió observó que de la canilla del calabozo 1 salía un hilo de agua, “pero estaba derretida porque era de plástico”. ¿Acaso los chicos de la celda 1 no habían pedido que abrieran el agua y así tratar de aplacar el fuego que los devoraba? ¿Por qué esa canilla ahora dejaba escapar un chorrito de agua cuando durante casi una hora los policías se habían negado a abrir el paso? Pero tal vez el dato más impactante que dio González fue cuando le preguntaron cómo se había apagado el fuego. “Después de que pude ingresar, cuando me abrieron la segunda puerta, pude apagarlo enseguida, aproximadamente en unos tres minutos, porque me pude acercar bien al fuego. Antes, cuando tiraba agua apoyado en la segunda puerta de reja, no podía alcanzar bien al fuego de toda la celda”.
El jefe a cargo del Cuartel de Bomberos el 2 de marzo de 2017, Hernán Ferreyra, también agregó datos importantes en su declaración a la justicia. El llamado que recibieron los bomberos, registrado en dos libros –donde se asientan la entrada y la salida de los móviles, y otro para anotar las novedades– fue realizado desde el número 423013, perteneciente a la comisaría. Ferreyra recordó que Ardis y González le dijeron que no les facilitaron la llave para abrir la segunda reja, y agregó que personalmente varias veces acudió a incendios en la seccional primera y “siempre que llegábamos ya se encontraban los presos boca abajo y esposados en el patio, es decir (que) cuando yo llegaba ya no quedaba nadie dentro del sector de los calabozos”. “Por todo esto, lo que pasó fue muy raro, nunca vi esta situación otras veces”, resumió el jefe de los bomberos.
Ferreyra también explicó que los bomberos no utilizaron “las tijeras para cortar los candados porque, según me dijeron los que acudieron, los policías en el lugar les dijeron que esperaran, que les traían las llaves”. “Nosotros no podemos cortar esos candados de la celda si no nos autorizan. Por ejemplo, cuando hay un incendio en una casa y llegamos y no están los propietarios o moradores, nosotros tenemos que llamar a la policía y estos son los que nos autorizan para ingresar al lugar. Siempre nos manejamos así”, acotó Ferreyra.
En una ampliación testimonial, González volvió a relatar la desesperación que vivieron para que la policía abriera la reja. Según el bombero, desde que llegaron hasta que “apareció” la llave pasaron “alrededor de 20 minutos, más o menos, (que) es un montón de tiempo para poder salvar una vida”. González remarcó que en el autobomba tenían todas las herramientas necesarias para romper o cortar el candado, pero uno de los policías le dijo que ya traían la llave. “Aclaro que toda esta situación fue rara, ya que mi percepción fue que nadie estuviese corriendo para algún lado buscando la llave. Pero nadie gritaba que trajeran la llave. Para mí el fuego empezó mucho antes de que nos llamaran a nosotros”, aseguró González.
El bombero agregó que ninguno de los uniformados les ofreció un matafuego y “ninguno de ellos me dijo ‘te ayudo o te doy una mano en algo’”, situación totalmente distinta “cuando uno va a otro lugar y todo el mundo te quiere ayudar, sea un vecino o el dueño de la casa; siempre nos putean pero siempre hay gente que nos ayuda”.
“Yo pienso que si nos hubiesen llamado antes, apenas se originó el fuego, y no nos hubiéramos encontrado con ninguna traba como las que describí, a lo mejor el resultado hubiese sido otro”, expresó González.
Ardis también hizo una ampliación de su declaración, en la que concuerda con González en que el autobomba contaba con todas las herramientas para romper el candado, pero que los policías les dijeron que ya traían la llave. El bombero recordó que los gritos que escuchaban provenían de las otras celdas y no de la 1. Ardis reafirmó que desde la llegada de los bomberos pasaron “alrededor de 15 o 20 minutos, más o menos” hasta que apareció la llave, algo que “es un montón de tiempo para poder salvar una vida”. Ardis afirmó que al arribar a la comisaría el incendio ya estaba “declarado”. “Por ejemplo, si yo entro a una habitación y encuentro un sillón con fuego, eso es un principio de incendio, pero si tengo toda la habitación en llamas ese es un incendio declarado, como lo que ocurrió en el calabozo de la entrada a la derecha de la comisaría cuando nosotros llegamos”. Ardis aseguró que con el panorama que encontraron se puede estimar que “ese fuego se inició por lo menos 15 o 20 minutos antes de que nosotros llegáramos”. Al igual que su compañero González, aseveró que “si nos hubieran llamado mucho tiempo antes y no hubiéramos tenido todos los obstáculos como la llave” es probable que las vidas de los siete chicos hubieran sido salvadas.
120 segundos. Apenas tres minutos. El tiempo en que los bomberos apagaron el fuego. El incendio en la celda se podía manejar. 120 segundos: un fragmento ínfimo y minúsculo de tiempo que los policías decidieron que se iba a transformar en una masacre.
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Fotos: Carmen Rolandelli
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Conseguí el libro en Librería Sudestada, Tucuman 1533, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.