Un marzo de las bases
Luis Brunetto/El Furgón – Aunque sólo con el paso del tiempo y el despliegue del proceso se podrá hacer un balance definitivo de la significación política y social del marzo que acaba de concluir, sí está claro que se pueden dejar establecidos algunos elementos indudables. El primero de ellos es el protagonismo conquistado por las bases trabajadoras mediante la irrupción de su voluntad combativa, su decisión de no dejarse entregar, unida al unánime repudio a los burócratas. El segundo: el principio del ocaso de todas las tácticas “neovandoristas” (recordemos el apotegma de “golpear para negociar”) en el campo de las luchas sociales y, junto a esto, el de la decadencia de las opciones políticas “gatopardistas”, las más blandas pero también las más duras. El tercero: la configuración de un escenario político en que el concepto posmoderno de “grieta” es desplazado por el viejo y querido concepto de lucha de clases, pura y simple. Veamos brevemente uno por uno.
El estado de inquietud en las bases obreras, el creciente repudio a las direcciones burocráticas y la posibilidad de un desborde, eran rasgos de la situación del movimiento obrero que hemos subrayado en varias notas previas. La expresión más notoria de esta tendencia al rebasamiento de las direcciones fue la marcha del 7 de marzo y la imposición a la dirección cegetista del paro general del 6 de abril. Allí se condensó y explotó, ante el intento de los burócratas de burlar su inequívoco mensaje combativo, la bronca de las bases. Así fue abortado el nuevo ciclo de negociaciones que, después de la marcha y apoyándose en ella, pretendían reiniciar los burócratas.
También, y aunque hacia afuera no sea visto como tal, el conflicto docente es un episodio de esta “rebelión” de las bases. Efectivamente, la hipótesis que, a mediados de febrero, en las primeras reuniones de delegados del SUTEBA barajaba la oficialista lista Celeste de Roberto Baradel, era la de que los docentes no querían hacer paro porque eran en su mayoría votantes de Macri. Tal idea había sido ya esgrimida un año antes, y estuvo detrás del acuerdo que permitió a Macri y a Vidal inaugurar el ciclo lectivo sin problemas el año pasado. Si esa idea resultaba inverosímil en 2016, en febrero de este año ya rayaba lo ridículo. El sondeo del estado de ánimo de las bases, combinado con la presión de las seccionales y las tendencias dirigidas por la Lista Multicolor, fue lo que obligó a la dirección de SUTEBA y CTERA a salir al ruedo, desarrollando una huelga en la que primaron la desorganización y la desorientación de los dirigentes, que esperaban a diario el llamado de un gobierno obligado a la intransigencia política.
La presión y el desprestigio dirigencial explican también la multitud de conflictos parciales o sectoriales desarrollados en fábricas en que se ha cuestionado el papel de las direcciones. El gremio metalúrgico es probablemente el ejemplo más claro de este fenómeno: conflictos como el de SIAT- Tenaris, que impidió el despido de la vanguardia de la fábrica, o el de Canale, en Llavallol, que parece haber abortado el intento patronal de vaciar la fábrica al estilo AGR, son sólo los casos más conocidos de una rama productiva que es un hervidero, y en la que la cabeza de Antonio Caló se encuentra seriamente amenazada.
Sin dudas, AGR ha sido el conflicto que, por razones evidentes, se ha ubicado en el centro de la escena. En él se han puesto en juego varios de los recursos históricos que la clase obrera argentina cuenta en su experimentado haber. La ejemplar toma de la fábrica, una de las más largas de la historia del país, sostenida en un marco de unidad y casi sin sangrías de compañeros, pudo obligar a la dirección del gremio a tomar medidas de solidaridad efectiva y a tener que reconocer, al menos frente al público, a la Comisión Interna de la fábrica como la dirección del conflicto. Además, los trabajadores han sabido combinar el interés gremial inmediato con el golpe político al grupo Clarín.
El segundo elemento es el principio del fin del conciliadorismo. Esta decadencia, por supuesto, se apoya en sólidas razones materiales. Permítasenos citar una nota de hace un par de meses: “Inevitablemente, en los períodos de crisis política y de agudización de los conflictos sociales, la táctica reformista predomina al principio. Eso es inevitable pues cuenta con el visto bueno y la asistencia del estado para la cual es, frente a la táctica revolucionaria, el mal menor. Ofrece además, el consuelo de creer que los cambios pueden lograrse más fácilmente, sin luchas difíciles y hasta cruentas. Pero su límite está, ni más ni menos, que en la capacidad del capitalismo para hacer concesiones. Cuando esa capacidad se agota, el reformismo queda descolocado. La política económica del macrismo es la expresión de esa incapacidad: ya no hay nada para ofrecer. La economía capitalista argentina es inviable sin inversión extranjera, pero esa inversión (ya de por sí difícil de obtener, fuera del volátil “capital golondrina” o del endeudamiento estatal improductivo con el que Macri reemplazó a la maquinita kirchnerista) exige una monstruosa reforma laboral, capaz de hacer “competitiva” a nuestra clase trabajadora con el trabajador semiesclavo de China o Bangladesh” (1). La movilización del 7 de marzo, marcó, como lo previmos, el principio del fin de esta táctica. Por supuesto, los intentos de los entregadores seguirán vigentes, pero chocarán con el creciente repudio de las más amplias capas del pueblo trabajador.
Pero además de los burócratas sindicales, el golpe al conciliadorismo tuvo en los movimientos sociales que promovieron el acuerdo de noviembre, bendecido por Bergoglio, a una de sus principales víctimas. La CTEP o Barrios de Pie, que dormían el sueño de los justos hasta que las movilizaciones de las organizaciones “no pactistas” los sacudieron de la modorra, se vieron obligadas a denunciar el incumplimiento del tratado de paz que firmaron con Carolina Stanley. El 7 de marzo, aunque no hayan quedado tan expuestos, fue para ellos un día tan penoso como para Daer, Schmid y Acuña. Furgones de cola del acuerdo franciscano, a su cola quedan también otras corrientes políticas menores que apostaron por la línea vaticana, tipo Patria Grande u otros grupos por el estilo, que el 6 de abril se negaron incluso a llamar a hacer activo el paro.
Este límite al concilliadorismo en el seno de la acción sindical tiene amplias repercusiones políticas. Su más visible consecuencia ha sido el silencio de todos los interlocutores moderados, pero también el de los “combativos” del kirchnerismo. Massa, Bossio, Stolbizer y hasta la propia Cristina han cerrado el pico, sobre todo el día del paro general. La aparición de interlocutores de izquierda, como Néstor Pitrola, el “Pollo” Sobrero o Romina del Plá puede explicarse en parte por el oportunismo de las empresas mediáticas, interesadas en esmerilar a Cristina y al resto de la oposición burguesa. Pero también es indudable que Sobrero, Pitrola o Del Plá tienen mucho más para decir sobre el conflicto social que atraviesa a la Argentina que la empresaria hotelera o su ex Jefe de Gabinete. Fue, guste o no, y se piense lo que se piense de ellos o sus partidos, la agudización de la lucha de clases la que los colocó estas semanas en la “agenda” de los medios de comunicación.
El tercer y último elemento brota de la respuesta macrista al desafío del pueblo trabajador. La marcha del 1A, con toda su significación gorila, reaccionaria y antiobrera, marca también el principio del fin de la grieta o, para satisfacer a algún legítimo lector posmoderno, su “resignificación”. La grieta político-cultural que forjó la base social pequeño burguesa del kirchnerismo adquiere una connotación social y de clase cada vez más clara. Paradójicamente, el kirchnerismo pierde terreno como “enemigo discursivo” de la clase dominante, en favor de su enemigo real y tangible: las masas trabajadoras. Algo de eso está implícito en las recientes declaraciones de Kicillof, en el sentido de que la presentación de Cristina como candidata es funcional a los intereses de Macri, “porque estaríamos discutiendo el pasado, y no el presente”.
Es sobre esta “reconfiguración” de la grieta sobre lo que llaman la atención los cráneos más inteligentes y formados de la burguesía, encabezados por el ex PC Jorge Asís. El antiguo izquierdista devenido menemista y hoy por hoy “conciencia crítica” de lo que llama irónicamente “el Tercer Gobierno Radical”, no deja de señalar, en forma cada vez más desesperada, los riesgos que conlleva soltarle la mano a los burócratas en nombre de la marketinera cruzada contra las “mafias sindicales”. Asís comprende que lo que diferencia al 8N del 2015 del 1A son nada más que unos 450 mil manifestantes, y que la eufórica celebración con que la alta burguesía acogió la marcha es, en realidad, una prueba de su aislamiento político respecto a las demás clases y grupos sociales. Y en condiciones así, cualquier provocación apoyada en los errores de un personal torpe a la hora de la política, como el que predomina entre los miembros de la mesa chica del Tercer Gobierno Radical, puede dar origen a una rebelión en regla.
Notas:
(1) Gapón a Francisco: http://www.elfurgon.ar/2017/02/23/de-gapon-francisco/