Rogue One/Star Wars. Revolución, pero sólo en una lejana galaxia
Santiago Brunetto/ El Furgón.- Durante la última semana Rogue One, una nueva historia en el universo Star Wars, se ha consolidado como la película más taquillera a nivel mundial. El film se suma a un fenómeno que en los últimos años ha explotado, pero que tiene base en la versión original de la guerra galáctica: la representación de grandes acontecimientos revolucionarios en las grandes salas del cine comercial.
Ver en la pantalla grande tiranos derrocados por turbas organizadas y nacimientos de nuevos mundos, parece generar una desmedida atracción por parte del público. Es que este tipo de películas efectivamente interpelan a aquella pulsión revolucionaria que todos (de manera más o menos alienada) llevamos dentro. Pero, del mismo modo, hay algo que estas revoluciones audiovisuales tienen en común: todas ellas son posibles en situaciones distópicas, completamente separadas de lo que materialmente experimentamos en nuestra vida cotidiana. Es que estas películas son hijas del paradigma Star Wars: una revolución puede ocurrir, pero no aquí, ni tampoco ahora.
El paradigma Star Wars.
Hay unos rebeldes que desean derrocar a la fuerza oscura del Imperio Galáctico, que ha llevado al extremo las condiciones de opresión. Para ello se organizan; realizan una alianza política y armamentística, con grandes desarrollos técnicos. Del otro lado, la oscuridad de la fuerza es representada por el tirano Palpatine (Darth Sidous) y su principal seguidor sith: Darth Vader. Todo esto ocurre en una galaxia “muy, muy lejana”.
Aquí tenemos una situación revolucionaria, por cierto, como posiblemente nunca se había planteado, hasta ese momento (1977), en el cine de Hollywod. Hasta ese momento porque a partir de allí las películas de ciencia ficción en donde se representan situaciones revolucionarias se han hecho cada vez más frecuentes. Y todas ellas son hijas del paradigma Star Wars. Desde Mad Max hasta Los Juegos Del Hambre, vemos repetirse su estructura básica.
Analizar con mayor profundidad esta estructura serial puede ser una clave para develar el misterio acerca de por qué Hollywood pone tanto empeño en financiar películas con temáticas revolucionarias.
La revolución “muy, muy lejana”
Lo primero que Rogue One se encarga de aclarar, al igual que toda la serie Star Wars es que, lo que estamos por ver, ha sucedido en un momento espacio-temporal muy diferente al nuestro. Como una advertencia de “no intenten esto en sus casas”, el mensaje que circula de abajo hacia arriba se hace base de este tipo de películas.
El desplazamiento parece sutil pero conlleva una fuerte reorganización acerca de qué es esa revolución que en la pantalla estamos viendo. El proceso revolucionario no difiere demasiado de los que estamos acostumbrados en este mundo aquí y ahora. Hay opresión, y hay una rebeldía inicial que surge instintivamente. Luego hay una toma de conciencia mayor y, de allí, surge la organización política. Hay un sistema de alianzas clandestinas, un desarrollo técnico-armamentístico-discursivo y de planificación militar. Pero todo eso sucede en un lugar muy, muy lejano.
Pero lo que importa no es tanto situar a los acontecimientos en un momento histórico alejado en el futuro (de hecho Star Wars sucede en el pasado: “hace mucho tiempo…”) sino más bien, situarlos en torno a un imaginario técnico de aquello que no es palpable en nuestra vida cotidiana. Aquello con lo que no tenemos, ni tuvimos, ni quizás tendremos, contacto material. El sable láser, probablemente, nunca sea inventado, como tampoco exista un tirano con casco negro, o gigantes naves galácticas.
Así sucede en la saga de Los Juegos del Hambre. En el primero de los films, Katnees Everdeen es una campesina de uno de los distritos más pobres del país. Katnees no tiene conciencia política, solo quiere sobrevivir y que su hermana no sea seleccionada como tributo en los juegos del hambre (juego en el que representantes de cada distrito compiten a muerte como retribución a la bondad del presidente, por el simple hecho de estar vivos). Para salvarla a ella, Katnees se ofrece como tributo y, cuando ya está en la arena de juego, su rebeldía comienza a surgir. Surge como algo institivo. Ayudando a sus compañeros en vez de asesinarlos, o hasta amando a uno de ellos, en un lugar donde el amor es sinónimo de rebeldía. En el segundo de los films (“en llamas”) Katnees no solo ya es realmente consciente de la opresión reinante en su país, sino que también comienza a erigirse como la líder espiritual de un ejército rebelde organizado políticamente entre los distintos distritos oprimidos. Sumergido bajo tierra, este ejército comienza su evaluación estratégica militar. Desarrolla una gran capacitación armamentística y despliega una estrategia discursiva en la que Katnees se sitúa como líder de las masas explotadas a través de los medios de comunicación. Así, el movimiento revolucionario está consolidado, pero lo está en un lugar donde una cámara filma y luego transmite hologramas. Y ella (y todos) tienen un armamento propio de superhéroe. Existen naves gigantes, y una estética intergaláctica (aunque supuestamente suceda en el planeta tierra). Y lo cierto es que no importa mucho cuándo o dónde está ubicado este país, ni lo que materialmente pasó para que se llegué a semejantes condiciones de opresión.
Revolución en los reinos.
Los distritos de los Juegos del Hambre están separados por muros y milicias, y deben tributar gente al presidente para ser asesinada. “El mal” ha triunfado y ha desplegado un potencial totalitario que lleva al pueblo a las máximas condiciones de miseria. Lo único que se sabe es que, previamente, ha sucedido alguna catástrofe natural o militar y casi todo el mundo se ha visto colapsado. Esto es lo que se conoce como género post-apocalíptico
En “Mad Max: Fury Road” la gente se amontona debajo de una montaña, esperando que le arrojen un poco de agua para beber. Los tiranos, arriba, se regocijan viendo al pueblo matarse por una gota. Los hombres, abajo, están sucios, tienen la piel curtida y las ropas destruidas. Solo entonces, en estas condiciones extremas, la revolución puede ser imaginada.
Lo que se percibe es que estas condiciones surgen de una dinámica que se acerca mucho más a la feudal que a la capitalista. El universo Mad Max, a diferencia del Star Wars, si está situado en el futuro, luego de un gran apocalipsis que dejó al mundo casi sin recursos. Esto parece haber hecho retornar (como por arte de magia) la distribución económica y social a los parámetros feudales. Los hombres se rinden directamente ante el rey y este es el soberano de sus muertes. Producen y tributan para él. En este contexto no es casualidad que la revolución surja de las mujeres esclavas sexuales del tirano. La revolución no la hacen proletarios sino esclavos, y cuando ella triunfa, el rey es derrocado y la esclavitud abolida. Suena bastante a algo que, en nuestro mundo, ya sucedió hace 250 años.
El rol del tirano maligno
Otro aspecto de estas películas es que el poder es ejercido desde un lugar de “maldad” superfluo. “El mal” es representado como algo que se desperdiga sin razón alguna. No hay explicaciones ni sociales, ni culturales, ni mucho menos económicas acerca de por qué “el mal” ha llegado al poder. Solo hay personas que tiene ganas de impregnar al mundo de maldad.
El tirano inaugurado por Darth Sidous y Darth Vader, hoy se encuentra en el presidente Snow de Los Juegos del Hambre o en Inmortan Joe en Mad Max. Este es un tirano completamente desligado de las condiciones materiales: es malvado “porque si”. Aún en el film Snowpiercer (traducido horriblemente como “el expreso del miedo”), que posee rasgos profundamente más cercanos a la realidad presente que las anteriores películas (como la representación de la división de clase entre los vagones, por poner un solo ejemplo), la opresión es representada por W, quien es el dueño de este tren (que es la única posibilidad de sobrevivir en un mundo que ha sido destruido por un desastre climático). Lo cierto es que nadie sabe cómo llegó allí, ni tampoco por qué razón o con qué objetivo explota desmedidamente a los pasajeros del tren. Parece no haber ganancia para él más que la saciedad de una especie de instinto maligno, natural en él u originado por un trauma de la infancia.
Lo que se realiza es una separación de las explicaciones sociales de la explotación, dotando a esta de cuestiones de variables personales o, peor aún, genéticas. Resuena esto a lo que se ha llamado “el gen del mal” y que Estados Unidos ha sabido utilizar a la perfección desde Hitler y Mussolini hasta Bin Laden y Husein.
La imposibilidad de un mundo distinto.
En Snowpiecer la revolución triunfa, pero un solo hombre queda vivo, abre el tren y se muere. En Los Juegos del Hambre el mundo post-revolución es pacífico per se. Gracias a que Katnees asesina a la ambiciosa líder de la revolución todos pueden disfrutar en la pradera de los niños correr (como lo muestra la última escena), pero nadie sabe cómo es la estructura social de este nuevo mundo. En Mad Max: Fury Road se festeja mucho tras triunfar y no más. Star Wars no nos ha dicho demasiado de ese mundo donde la república ha sido restaurada. En resumen, todas estas películas terminan cuando la revolución triunfa y allí se quedan. Jamás se nos muestra cómo es ese mundo “emancipado del mal”.
El objeto de estas películas no es mostrar la posibilidad de otro mundo para la humanidad en este momento de la historia, sino más bien alejarlo, recluirlo solo a la imaginación. Sea separándolo técnica o temporalmente; sea recluyéndolo a condiciones materiales muy distintas a las nuestras o atribuyendo la opresión a circunstancias personales y/o genéticas, lo que se consigue es acaparar una parte de la pulsión revolucionaria humana.
Por debajo de nuestra coraza consumista, existe un nivel primario de percepción que, desalienado, puede contactarse con la realidad material opresora de nuestra cotidianidad y ser potencialmente revolucionario. Estas películas se ocupan de darle algo de lugar a esta pulsión, dejarla fluir desde el goce: liberada podría ser incontrolable, reprimida podría explotar en cualquier momento. Algo que el capital entendió hace bastante tiempo es que resulta mejor darle aire a las pulsiones primarias imponiéndoles ciertos límites; como en Star Wars, llevarlas a lugares “muy, muy lejanos”.