miércoles, diciembre 4, 2024
Cultura

La increíble y fantástica vida del pibe Carlitos

Diego Pintos/El Furgón*, 24 de octubre de 2016 – Ya sea Matando giles, Bombardeando Buenos Aires o Confesando Inviernos, Charly siempre será García, a secas. A 65 años del nacimiento de uno de los prodigios artísticos más importantes de la historia argentina, alzamos las copas y brindamos.

Primogénito. Genial. Único.

Un tipo que inventa una Máquina para hacer pájaros, tiene que ser genial.

Un pibe que a los doce años se recibe de profesor en teoría, solfeo y armonía, tiene que ser genial.

Un preadolescente que pasaba los días y las noches interpretando a Mozart y a Chopin, tiene que ser genial.

¿Cómo podía ser que un chico de tres años pudiera tocar el piano como un concertista? Genial.

Un tipo que reinterpreta el himno nacional de su patria, tiene que ser genial.

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Muchos no recuerdan que el tipo en cuestión tuvo que enfrentarse ante un juicio absurdo, con el cargo de “ofensa a los símbolos patrios”, después de reversionar la obra compuesta por Vicente López y Planes y Blas Parera. Después ese juicio fue desestimado, y en la actualidad el himno de Charly suena en los colegios durante las fechas patrias. Es que el rock es así. Intenso e inexplicable. Solamente se lo puede llegar a percibir a través de la experiencia.

“El rock puede ser visto como un intento de salir de este universo muerto y sin alma, para poder reinstalar el universo de la magia”. Esta fabulosa frase que podría definir a la música de Charly pertenece a otro genio: al escritor William Burroughs. Entre sus textos parió El almuerzo desnudo. Decía que los capítulos de su novela podían ser leídos en cualquier orden. Al igual que las obras de García. Burroughs y Charly merecieron haberse conocido, solamente por justicia poética.

A Naked Lunch (título original en inglés) le pasó de todo. La calificaron de obscena, de incitación al consumo de marihuana, cocaína, morfina, y otras drogas derivadas; fue perseguida por hacer apología de pedofilia, además de brindar indicios de cómo asesinar gente, y demás cuestiones. ¿Cuántos pasajes de la vida de Charly fueron ajusticiados en el banquillo hipócrita de la sociedad argentina?

Prohibido. Insultado. Desacreditado. Perseguido. Censurado. Estigmatizado. Beat. Transgresor. Genial. Puntal. Piedra angular. Podrían ser palabras que definan en parte la historia de Burroughs. O del rock. O de García. Sin embargo, para definirlo con algo de propiedad, medianamente acertado, habría que inventar alguna palabra nueva. “Un cronopio es un dibujo fuera del margen, un poema sin rimas”, decía Cortázar sobre su neologismo. Charly podría ser uno de esos cronopios. Sin dudas.

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De regreso a octubre

Cada vez que Charly cumple años, suele decir entre risas: “un año menos”, y sopla las velitas del generoso pastel que es menester que lo acompañe en esas noches de fiesta. Charly pertenece a una especie mitológica extraordinaria, o como acostumbraban decir los Mayas mesoaméricanos: entidad no ordinaria. Una especie de dios artístico en un olimpo de acordes y prosas.

De niño leía afanosamente sobre mitología griega, el cosmos (influenciado por su padre Carlos Jaime García, físico y matemático) y los dinosaurios. Sin embargo, a pesar de todo ese contexto educativo estricto que reinaba en el hogar de los García Moreno, algunos indicios de feliz rebeldía empezaban a florecer en el alma de Carlitos.

Si pudiésemos trazar un viaje astral, una escotilla del Nautilus hacia los años de la niñez y adolescencia de Charly, veríamos, en una tarde cualquiera, a papá Jaime corriendo por el palier de la casa en la que vivían, en el porteño barrio de Caballito, con el objetivo fijo de tirarle el sombrero bombín de Carlitos al incinerador. Jaime detestaba ese sombrero. Quería que su hijo fuese concertista, y no adepto a la corriente hippie del flower power que venía arrasando al planeta por aquellos años. “Así es mi familia”, decía Carlitos, mientras trataba de salvar su sombrero del fuego.

A mamá, Carmen Moreno, la volvían loca. Literalmente. Le hacían bromas pesadas. ¿Quiénes? Y, los más hostigadores de los cuatro hermanos eran Carlitos y Enrique. Se trenzaban a espadear con paletas de madera, como si fuesen sables. Los otros hermanos, Josi y Daniel, estaban un poquito más relegados en edad aún. Y a Carmen la enloquecían, primero, con los mufas, después, con los insectos.

Si ella nombraba a Di Sarli, por ejemplo, tanto Enrique como Carlitos le decían: “¿Ves?, ¡se te rompió eso por nombrarlo!”. Pobre maestro. Justo con Carlos Di Sarli, que era apodado “El Señor del Tango”. Cosas de la época.

Una vez, en la quinta que la familia tenía en Paso del Rey, y a raíz de que a Carmen le aterrorizaban los insectos voladores, los hermanitos García Moreno no tuvieron mejor idea que colgar en un pasillo una suerte de corredor aéreo hecho de hilos y con cientos de insectos colgando que habían recogido de los pastizales de la zona. Hasta llegaron a llenar la bañera de la misma casa con chanchitas, morenitas y sal de fruta. Cuando Carmen se fue a bañar, los pececitos parecían que explotaban entre tanta efervescencia.

Por aquellos años, Carmen tenía a su cargo la producción del programa Folklorísimo y Siete notas para el tango, shows televisivos con los que ya había ganado premios como el Martín Fierro, emitidos por Canal Siete. Por entonces, los García Moreno eran una familia que frecuentaba espacios artísticos donde se desarrollaban peñas y guitarreadas, o simplemente organizaban reuniones donde este estilo musical predominaba y amenizaba veladas.

charly-pedro-davidEn varias de esas reuniones en casa de un pequeñísimo Carlitos, solían asistir varios y reconocidos folkloristas, como por ejemplo la Negra, Mercedes Sosa. En una de esas noches, participó nada menos que el maestro Eduardo Falú. En un interín, y mientras que el compositor salteño se aprestaba a interpretar alguna de sus famosísimas creaciones, Carlitos, un purrete de apenas cinco años, le dijo: “Maestro, tiene desafinada la quinta cuerda”. Mientras Carmen, sonrojada, trataba de hacer callar a su impertinente hijo, Falú revisó su guitarra, lo miró fijo al pibe, y le respondió: “Es verdad, está desafinada”. El pibe tenía oído absoluto. Podía reconocer las notas musicales de cualquier sonido que escuchase. Un genio. Uno en un millón.

Ya de grande le encantaba pasar las navidades en la casita familiar de la calle 33 orientales, una zona que se la dirimen históricamente los barrios de Caballito y Boedo. La casa pertenecía a su hermano Enrique, casado con Inés, y que tenían dos hijas -sobrinas de Charly- Majo y Ceci. Todo eso lo inspiraba, lo protegía. Una navidad apareció con un televisor de corte moderno, como regalo para Carmen. Walkmans para sus hermanos y cuñadas, y le encantaba festejar con asados en familia.

Por supuesto no faltaban las guitarreadas. Alguna veces zapaban e improvisaban canciones como la de “estoy aquí abandonado en este hotelucho”, tema que Charly empezó a improvisar golpeando botellas de sidra y vasos. Esas fiestas se tornaban reuniones familiares numerosas, cantaban siempre todos juntos. Después los más chiquitos preparaban teatralizaciones, sketches, y al final pasaban la gorra. Algunas de esas navidades terminaban en piletas, como la que había en el estudio de grabación que Charly utilizaba, sobre la calle Fitz Roy, en Palermo.

charly-spinettaDespués llegó lo más conocido por el público. El suceso extraordinario y maravilloso de un tipo que no puede explicarse por las leyes regulares de la naturaleza. El genio de las pequeñas delicias de la vida diaria, el rebelde del bombín y los insectos, el amante de los dioses mitológicos y los dinosaurios, se convirtió en un genio de la música, un compositor sensacional, y un intérprete único.

Fue bandera de las juventudes hippies y revolucionarias de los años 70, vanguardista en los 80, e ícono musical inalterable por siempre, en el olimpo del rock. Un espacio que solamente podría compartir con su querido y admirado amigo, el Capitán Flaco. Con Spinetta coquetearon con armar un disco que nunca terminó de ver la luz definitivamente. Sin embargo, de ese amor, quedaría para la posteridad, la magnífica perla de “Rezo por vos”, ni más ni menos.

¿Cuántas anécdotas se pueden contar de Charly? Un tipo del cual pareciera que escribir apenas un libro, sería una suerte de pseudo ofensa. Un pecado. Tal vez merezca varios tomos enciclopédicos: Charly y el rock, Charly y el tango, su infancia, sus sueños, la música clásica, Los Beatles, el bigote, la colimba, los excesos, las locuras, los recitales, los militares, los militares, los militares… Parece mentira la ironía: el tipo que desde pibe miraba de cerca a los Dinosaurios, los convirtió en canción eterna. Los observó tan detenidamente en su andar de Botas Locas, los Juan Represión, la Instituciones, los bombardeos, que sencillamente los fue inmortalizando. Mirar y mirar, para después escribir y escribir. Componer y componer. Hacer canciones imposibles, para mejorar el silencio. Y mejorar el silencio no es algo que abunde. No se consigue fácil entre tanto ruido contemporáneo.

Feliz cumple Charly. Por muchos años más de mirarnos y escribirnos. Por muchas canciones más, convertidas en eternidades.

*Artículo publicado en Revista Cítrica (http://www.revistacitrica.com/)