No proponen un proyecto de país sino un plan de negocios
“…la república burguesa es la república de los hombres de negocios capitalistas, en la cual la política es
un negocio como cualquier otro”. Federico Engels.
La Corte Suprema confirmó la condena por corrupción contra Cristina Kirchner y la ex presidenta no podrá ser candidata en las próximas elecciones, además deberá cumplir prisión domiciliaria ya que tiene más de 70 años. Son tiempos de corrupción desenfrenada. Asombro, repugnancia, desconcierto en la población expectante, que no termina de creer lo que ve mientras siente que su salario se disuelve en una
descontrolada carrera inflacionaria.
Catarata de denuncias, con pruebas sobradas y visibles, en que están mezcladas todas las facciones políticas y los más grandes empresarios tradicionales del país; no deja al margen a las iglesias y, desde luego, apunta el filoso estilete contra 9 de cada 10 jueces y fiscales , que como decía Bertolt Brecht “son absolutamente incorruptibles, nadie puede inducirlos a hacer justicia”.
La corrupción no sólo es el cobro y pago de coimas a los funcionarios estatales. Es también el azote del narcotráfico, el crimen organizado, la trata de personas, el tráfico de armas, el lavado de dinero. Para cortar sus mil cabezas hay que llevar a cabo una profunda transformación política, social y cultural; porque este sistema reproduce una y otra vez la matriz del cáncer que lo carcome. La institucionalidad y sus leyes
son sus mejores aliados… A crisis capitalista extrema, podredumbre social de parejo nivel.

Participar del gobierno y –si se tiene éxito– retener el poder, cuesta dinero. Con capital se ganan elecciones y se compran conciencias adormecidas. La política electoral es una guerra de marketing. Se rige con las reglas del “mercado”. Pero disponer de dinero –cada vez en mayor cantidad– significa contraer compromisos que hay que pagar desde el Gobierno y el Parlamento. Para eso: tráfico de influencias,
licitaciones inexistentes, franquicias tributarias, comisiones en compras del Estado, excepciones aduaneras, leyes especiales, subsidios, blanqueo y repatriación de capitales, fuga de divisas… Mil y una formas… Monedas de cambio que muestran el carácter sistemático de la corrupción política. Y en esta “república de hombres de negocios”, como definiera Engels, participan todas las facciones de las clases
dominantes. Alcanza con ver el gobierno de Milei que ha acumulado en un año y medio de gestión casi tantos casos judicializables como todo el kirchnerismo en 12 años al frente del ejecutivo, empezando por la “criptoestafa Libra”.
Los diferentes gobiernos y las corporaciones privadas se encargan, a través de “expertos” académicos y juristas, de difundir una visión sesgada del fenómeno, que la prensa venal multiplica hasta la náusea. Así definen que prácticas van a ser condenadas como corruptas y cuáles no. Por ejemplo, tienden a dejar fuera del análisis las maniobras ligadas a los negocios financieros, como el gigantesco endeudamiento del Estado. Ejemplos sobran: la estatización de la deuda privada bajo la dictadura, el “megacanje” bajo el gobierno de la Alianza, el pago sin condicionamientos al Fondo Monetario Internacional durante el período kirchnerista, la deuda escandalosa en que recayó la administración de Cambiemos, su reintegro irrestricto por parte del gobierno de Fernández-Fernández, el endeudamiento desenfrenado del tándem Milei- Caputo… Por no hablar de los cerca de 450.000 millones de dólares que las clases dominantes de este país han fugado al exterior mediante todo tipo de maniobras de evasión y elusión impositiva con la complicidad de la banca estatal y privada. Todo lo cual pone de manifiesto tanto lo que el sistema está dispuesto a mostrar, como todo lo que pretende ocultar.
Mientras tanto la sociedad está al borde de un ataque de nervios: el dólar siempre a punto de disparar, la actividad económica se desmorona, la inflación se realimenta, crece sin pausa la miseria. En el centro de la crisis: la deuda pública que bate records. Argentina se disgrega. Los efectos de la economía –local e internacional– caen como misil sobre los trabajadores.
La vertiginosa decadencia en que está atrapado el país resulta de la crisis estructural del sistema y la consiguiente corrupción intrínseca de los partidos del capital –o mejor dicho sus innumerables facciones– con peronistas, radicales y conservadores a la vanguardia; mientras continúa sin pausa la campaña electoral.
¿Cuál de los hipotéticos candidatos se animará a impulsar la expropiación, estatización y toma del control de todas las empresas expuestas en la corrupción sistemática, encarcelando a los explotadores que las dirigen? ¿Cuál de ellos, y los aparatos que los siguen, tiene el más mínimo propósito de soberanía nacional y redención social?
Coincidentemente no proponen un proyecto de país sino un plan de negocios. ¿Argentina saldrá del lodazal irrespirable donde la han sumergido sus clases dominantes?
