Encendamos la lucha contra el apagón cultural
“No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,/ que es casi un deber./ No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario./ No dejes de creer que las palabras y las poesías/ sí pueden cambiar el mundo.” Walt Withman
En un contexto de crisis donde los despidos se multiplican, las miserias se suman y las chances de conseguir un trabajo digno parecen estar vedadas para la juventud, suponer que la cultura puede ser una excepción a esta regla no deja de ser una actitud poco realista.
Desde su mismo inicio, el actual gobierno de la “diarquía” Milei ha intentado avanzar sobre la cultura restringiendo su desarrollo y acceso. Un aspecto más que vincula las prácticas de La Libertad Avanza y de la derecha argentina en conjunto, con la dictadura que asoló el país.
Hoy cuando la tarotista Karina Milei suma poder incorporando el manejo de la secretaría de Cultura, y su hermano el presidente Javier Milei nombra al cumbiero “El Dipy” Martínez -autor de éxitos como Partuza, Me Re Cabio o Todo Me Chupa un Huevo– como asesor para ‘artistas emergentes’, nos llega el eco de aquella frase atribuida al ministro de Propaganda nazi Joseph Goebbels: “Cuando oigo la palabra ‘cultura’, echo mano a mi pistola”.
Ahora es cuando cientos de centros culturales, de pequeñas salas o teatros, se encuentran ante un desafío que pone en serio riesgo su subsistencia y parece reducir las opciones a tan sólo un par: o se asumen los vaivenes de la tormenta y se generan políticas creativas, se busca la coordinación entre pares y la participación del barrio, o indefectiblemente se bajan las persianas. No basta entonces, en estos tiempos de guerra cultural declarada, con exigir de forma conjunta la reanudación del pago de subsidios o incentivos oficiales (reclamo por demás justo, obviamente). Hay que buscar, hay que cambiar, hay que probar y equivocarse, pero probar.
Alcanza con imaginar nuestras vidas sin esa canción que te impulsa en el día más gris, esa película que te hizo doler el estómago de risa o te emocionó hasta las lágrimas, esa serie que te hace sentir la heroína de la historia, esa novela que te desconcertó y te hizo pensar que las cosas pueden ser diferentes, esa fotografía que fija el instante preciso aportando belleza a la vida cotidiana, esa pintura que te mostró que hay tantos sentimientos por expresar.
Alcanza con imaginar que los cientos de jóvenes que sueñan con subir a un escenario para que escuchemos sus voces, para interpretar infinitos papeles, para conmovernos con su baile o su música, que desean estar un día en la pantalla grande, que aspiran a que sus cuadros se expongan o ver su libro en las estanterías, y brindar alguna maravilla al mundo, deban renunciar porque eso queda limitado a quienes puedan pagarlo. ¿Qué futuro nos espera?
El conurbano es un modelo de dispersión y falta de comunicación en materia cultural por demás elocuente: tenemos salas, teatros y centros culturales separados por un puñado de metros; tenemos artistas sueltos por ahí, sin canales donde expresar su talento y capacidad; tenemos infinidad de pequeñas publicaciones naciendo y muriendo en cuestión de meses; y tenemos una innegable tendencia al aislamiento, al personalismo y a la búsqueda individual por encima de la generación de un proyecto colectivo. Si este escenario resultaba algo beneficioso en años anteriores, hoy la coyuntura nos muestra con violencia que para conseguir que la cultura tenga la presencia que se merece en la región hay que derrotar estas posturas.
Hay que sacar la cultura a las calles, hay que interesar a los más jóvenes con la actividad cultural utilizando formas creativas, con entradas accesibles o gratuitas, con propuestas nuevas, con la difusión constante en colegios primarios y secundarios, todo para generar de a poco una cotidianeidad de los más pibes con la sala de su zona, como una salida más. Comenzar transformando tanta dispersión en una organización coordinada, conjunta y solidaria entre tantos espacios culturales.
Del diálogo constante entre todos sus protagonistas puede generarse algo más que un festival en común, puede plantarse la semilla de un proceso que vuelva a acercar la cultura a los barrios, y a los más jóvenes en particular. Sin resignarnos a repetir fórmulas estériles que una y otra vez nos llevan, en el mejor de los casos, a convertirnos en espacios para unos pocos privilegiados.
Ahora, cuando todo parece desmoronarse, cuando cuesta mucho más conseguir algunos pesos para pagar el alquiler, para imprimir un texto o un video, para viajar en colectivo, es cuando la cultura debe ofrecerse como herramienta de cambio a los ojos de cada vecino, de cada estudiante y de cada trabajador.
Durante la dictadura cívico-militar-eclesiástica la respuesta fue la resistencia, se enterraron en los jardines libros envueltos herméticamente, los discos quedaron ocultos en sótanos y altillos, se memorizaron canciones, brotaron espectáculos clandestinos, hombres y mujeres defendiendo hasta el fin su derecho a expresarse y preservar hasta nuestros días ese testimonio.
Hoy nos toca a nosotras y nosotros no dejarnos someter, no dejarnos aislar, no dejarnos silenciar… y comenzar a cambiar desde la raíz la cultura y la política.