Atendido por sus dueños
Nos lo advirtió con lucidez Bertolt Brecht:
“No aceptes lo habitual como cosa natural./Porque en tiempos de desorden,/de confusión organizada,/de humanidad deshumanizada,/
nada debe parecer natural./Nada debe parecer imposible de cambiar.”
Entonces es verdad, los dueños de todas las cosas, los patrones del racismo y la xenofobia, los trasnochados que se cuadran ante el pasado represor, los odiadores que sueñan con un país uniformado, los hijos del chetaje que se aíslan tras los muros del dinero y el miedo, los ventajeros del agronegocio y el extractivismo que nunca pierden, los gerentes que imaginan un país de jóvenes y pobres tras las rejas, los serviles magos que ganan con la explotación de miles y la evasión por millones. Todos ellos tienen hoy un gobierno a su medida. Un gobierno que responde a todas y cada una de sus expectativas: uno que deje trabajadores en la calle, que llene las cárceles de excluidos, que pisotee derechos básicos, que suba precios y tarifas, que se burle de las ideas y los libros, que se jacta de su ignorancia y celebra la estupidez como fórmula de masividad, que anuncia palo y bala a los que se atrevan a inquietar su siesta burguesa, que transa en las sombras con burócratas sindicales, que festeja sus exabruptos con los mercenarios que replican su mensaje en los medios, que se sienta en la mesa chica de la política a repartir sus cartas y a tejer alianzas. No queda resquicio alguno por donde la Argentina exclusiva del privilegio pueda quejarse, ahora que se impuso terminante hasta en las urnas. Claro que para lograr esa victoria resonante contó con la colaboración inestimable de sus adversarios de turno.
Ahí andan los derrotados, impávidos ante la sorpresa de encontrarse abajo del escenario: perdieron varios millones de votos en cuatro años, pero la culpa es del otro. Erraron los caminos de la táctica electoral, pero no se cuestionan nada. Fracasaron en su soberbia macartista, legitimando el saqueo minero, la pobreza y el empleo precarizado pero la autocrítica es mala palabra. Ahora seguro se dividen, se enfrentan, se quedan sin conducción, se acusan de traidores… justo ellos, los que hasta ayer posaban abrazados en los carteles callejeros, los que contaban votos por triunfos. Ahora, vencidos, se sacaran los ojos. Ya quedó claro. No alcanzan ni la demagogia ni las consignas artificiales a la medida de las redes sociales, ni esa militancia de mouse y teclado. No alcanza con la billetera del subsidio y la pauta oficial. No alcanza con la retórica fogosa ante los micrófonos, ni con dirigentes que sólo se preocupan por no ceder ni un centímetro de poder. No alcanza con el absurdo de hablar de “principios” y al rato andar afiliando jóvenes para ver al aparato devorándoselos de un bocado. No alcanza con la lógica partidocrática que repite, una y otra vez, la misma dinámica. No alcanza con gobernadores e intendentes que, apenas derrotados, salen corriendo a negociar con los ganadores. No alcanza con juntar a los que durante años hicieron silencio ante los crímenes policiales en los barrios, cómplices del narcotráfico, los que nunca aparecieron en la calle cuando se los necesitaba, los que se excusaron detrás del aire acondicionado de su despacho.
¿Tienen razón los que se preguntan cómo es posible que estos tipos, que ellos, un día, los dueños de todo, se ganaran la simpatía (o el voto, o la resignación, o cualquier cosa que no sea el odio más profundo) de tantos que viajan en colectivo cada mañana, que padecen la violencia policial en los barrios, que saben que siempre hay un uniforme detrás de cada transa, que ven los sueños de sus hijos en peligro, que la inflación se come sus magros salarios? ¿Tienen razón los que todavía esperan o pelean por una propuesta diferente que vaya más allá de rosquear con el aparato más degenerado de corrupción para mover fichas sobre el paño electoral, que vaya más allá de los figurones que nunca están cuando hay despedidos en una fábrica, cuando hay mujeres muertas por el patriarcado, cuando hay pibes con hambre? ¿Tienen razón los que se preguntan cómo es posible que la bronca no se organice, que las calles estén vacías, que el poder de turno pueda dormir la siesta? ¿Tienen razón los que no se resignan, los que pelean desde abajo, los que ya no creen que la solución sea siempre elegir el “mal menor”, los que apuestan a sembrar conciencia y no a disputarse un carguito, los que desconfían de los punteros que supieron entregarle en bandeja la llave maestra del país a esos, a ellos, a los dueños de todo?
Y a mitad de la calle de la confusión y la ausencia de alternativas, vamos caminando. Buscando una salida, todavía a tientas, sin referencias a la vista, pero discutiendo entre todos y todas. Ejercitando el músculo del pensamiento crítico, saliendo al aire libre a poner en juego algunas certezas, defendiendo historias que nos identifican. Contra el olvido y los cómplices del genocidio. Contra el patriarcado y la violencia machista. Defendiendo con dientes apretados la educación y salud públicas. Que todos los pibes y pibas puedan comer. Por un laburo digno para los que apenas tienen su fuerza de trabajo. Por un destino que rescate la experiencia de lucha de 30 mil compañeras y compañeros desaparecidos. Allí nos vemos. Todas y todos. Con inquietudes. Pero lejos, muy lejos, de la Argentina del privilegio que festeja con globos de colores y dólares un gobierno a su medida. Lejos, muy lejos, de quienes pretenden recuperar su lugar en el sillón con las miserias de siempre, como si nada hubiera pasado.
“La más hermosa de todas las dudas es cuando los débiles y los desalentados levantan su cabeza y dejan de creer en la fuerza de sus opresores”, nos decía Bertolt Brecht.
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Imagen de portada: https://twitter.com/ElianaCere/status/1726382996578598917