jueves, octubre 3, 2024
Nacionales

Massa ya presupuesta el futuro argentino

“Muchos queremos evitar que pase una catástrofe democrática.
Pero antes pensábamos que estábamos en las antípodas y no conversábamos.
En esta coyuntura estamos pudiendo hablar con gente con la que habitualmente no hablábamos.
Eso me parece interesante.
El Covid y la amenaza a la democracia es la que nos hace ver que esto es posible”.

Claudia Piñeiro, escritora argentina. Página 12 (9/XI/23).

Es imposible que una persona con dificultades para hilvanar dos frases consecutivas, antipática y sin otra propuesta que el exterminio de sus rivales, pueda ser presidenta de un país como la Argentina. La primera vuelta electoral la sacó de carrera, se llamaba Patricia Bullrich. También es imposible que logre acceder a la jefatura del gobierno nacional un candidato emocionalmente inestable, que promete terminar con décadas de beneficios para la mayorías populares, dejar al país sin moneda y romper relaciones con los principales socios económicos, como lo hace Javier Milei, o un ministro de Economía en funciones, con índices inflacionarios superiores al 10 por ciento mensual durante el último año, como es el caso de Sergio Tomás Massa.

El asunto, es que uno de estos dos está a un paso de gobernar el país. El absurdo, la Historia, los desencantos y, seguramente, el espanto, así lo decidieron. El estado de orfandad, desilusión y deterioro de sus posibilidades materiales que atraviesa la ciudadanía terminó expresándose en los comportamientos electorales de agosto y octubre pasados.

El Milei desencajado, con promesas de un mundo superado hace ya más de un siglo, reemplazó al “que se vayan todos” de comienzo de centuria que explotó en las calles del piquete y en las instituciones de un presidente por hora, hasta parir una gestión nacida en la Patagonia, peronista, redistributiva y con épica. Aquel casi 30 por ciento de votantes que lo acompañó, se sacó la bronca del litro de leche imposible de comprar para alimentar a los hijos, de mirar el asado casi con la distancia de una joya, de la falta de derechos para tantísimos trabajadores jóvenes e, incluso, de sueldos que no alcanzan hasta para los que trabajan en blanco.

Dos meses después, el músculo peronista, su proverbial militancia barrial, la conciencia clara de vecinas y vecinos que consiguieron de a uno los voto en barrios, iglesias, almacenes, colas de transporte… decidieron acompañar el esfuerzo de un Sergio Massa que, a pesar de vestir el traje más incómodo que puede tener un candidato en esta etapa del país, el de ministro de Economía de una administración calamitosa, salió a explicar que, en realidad, él no es él, que recién lo será a partir del 10 de diciembre, si es que se impone en los comicios del próximo 19 de noviembre. Remontó 9 puntos y se puso un 7 por ciento por encima del candidato “anarcolibertario”. Por si todavía quedan distraídos, digamos que así se denominan aquellos que quieren la destrucción del Estado para que los grandes grupos económicos se encarguen de administrar el país, a través del manejo del mercado; en realidad de saquear las riquezas de todos en beneficio propio y de las transnacionales y, claro, administrar los cementerios en los que se apoyarían sus gestiones de recorte y represión.

Voltear un poquito la tortilla
La noche misma en que fue el más votado en la primera vuelta, Massa le indicó al titular de la Comisión de Presupuesto de Diputados que convocase a ese organismo a sesionar de manera urgente, para diseñar una propuesta para 2024 con 1 por ciento de superávit fiscal. Del otro lado del teléfono, a Carlos Heller, el parlamentario más consustanciado ideológicamente con la idea de terminar con las normas financieras de Martínez de Hoz, que 40 años de constitucionalidad no alcanzaron a demoler, y con la toma de renta de los grupos de poder económico y financiero a través de una estructura tributaria progresiva, se le debe haber hecho agua la boca al escuchar que los fondos para lograr esa hazaña en tiempos de vacas flaquísimas, debería salir de los beneficios que las leyes otorgan a los sectores más poderosos de la economía, que suman un 4,8 por ciento del PBI.

A juicio del ministro-candidato, para alcanzar su meta del 1 por ciento no basta con revisar las partidas del Estado, como hacen los ajustes tradicionales que perjudican a las mayorías, sino que, esta vez, hay que hincarle el diente también al conjunto de beneficios impositivos que gozan los poderosos, desde exenciones hasta regímenes especiales.

Las precisiones que se acercaron presurosas a los miembros de la Comisión indican, por ejemplo, que 2,34 por ciento del total de los privilegios corresponden a normativas impositivas y excepciones; otro 2,38 por ciento surge de plataformas digitales, exención a la locación de inmuebles rurales, renta por venta de acciones y títulos; un 30 por ciento del PBI se resigna por los beneficios de aquellos que no pagan el impuesto a las Ganancias, en castellano básico: los jueces. Esta “situación inequitativa” se extiende a los inmuebles rurales y a centenares de argentinos con propiedades en el exterior.

El Ministro reclamó que el Congreso decida cuáles son las exenciones o regímenes impositivos que deben ser eliminados o modificados para ajustar las cuentas del Estado. El candidato ya marcó un camino, se metió en la Argentina futura que pretende administrar. Milei ya avisó que ese camino, de equilibrio y redistribución, no será el suyo.

En el pobre debate privado de los candidatos a vicepresidentes, los gritos chillones de la prodictatorial Victoria Villarruel ya calificaron de “impuestazo” a esa propuesta de redefinición del enfoque presupuestario.

Debatir bajo los tres palos
Los debates televisivos en la Argentina han tenido poco o nulo efecto en la construcción del voto. En esta elección presidencial, el escenario planteado al comienzo de esta nota, el enfrentamiento televisivo cara a cara puede mover algunos milímetros la aguja del amperímetro, más allá de que el análisis del comportamiento ciudadano sea prácticamente un imposible. Esta columna ya especuló sobre las derivas que pueden tomar los votos huérfanos de Horacio Rodríguez Larreta, la Izquierda Bregman (a la que le surgió un “Pollo” Sobrero con una clara lectura de la tesis Sobre las Contradicciones de Mao), Juan Schiaretti y, ahora, los del repudio del radicalismo y de las y los desengañados del PRO “antidolarizador” y del mileismo “anticasta”, ante el abordaje descarado de Mauricio Macri al barco escorado del ultraliberal (1).

En los comienzos de la puja, los tiktok “libertarios” controlaron la escena y le dieron al sector un predominio digital que se traducía en simpatías/votos. Más que la contraofensiva tecno del massismo, el sectarismo/negacionismo/homofobismo de Milei y Villarruel, hizo que muchas tribus de consumos juveniles específicos dieran la espalda al “fenómeno” que parecía atrapar a primeros votantes o de poca edad y hasta lanzaran campañas de rechazo contra ellos.

Expresiones desconocidas hasta ese momento por el público mayoritario irrumpieron con sus críticas, por ejemplo los fans argentinos del grupo coreano más famoso, BTS, que repudiaron las declaraciones “de odio y xenofobia” del sector, o los “otakus”, lectores del manga y el animé que llamaron a votar en contra porque la dolarización elevaría el precio de esos productos.

La pelea en ese espacio que “copaban” los, además, ahora aliados del Macri, dio un salto con las expresiones de repudio de “Lali” Espósito (12 millones de seguidores en las redes) y de Wos (7M) que, en el cierre de su gira en el estadio de Deportivo Morón entusiasmó a la concurrencia al rapear “No soy un falso león y no rancheo con los gatos”, que fue acompañado desde el público con el grito futbolero “El que no salta, votó a Milei”. Son expresiones que en otro contexto podrían carecer de significación, pero en una elección “muy fina” pueden desarmar intenciones, frenar votos y hasta invertirlos.

La frutilla de la torta de influencia juvenil la trajo la cantautora y empresaria estadounidense Taylor Swift (276M de seguidorxs), que aterrizó en el estadio Monumental de River con sus prédicas contra el racismo, por la justicia, la igualdad de género y diversidades, acompañada de sus locales “Swifties contra La Libertad Avanza”, que se expresaron formalmente contra el candidato liberal y lo calificaron de “representante de la derecha antidemocrática”, comparable al expresidente Donald Trump, a quien su ídola ayudó a derrotar en su intento de reelección.

Debatir es la consigna
Las encuestas, que no dan en el blanco desde hace bastante tiempo, pero no solo por sus errores metodológicos sino también, y mucho, porque es muy difícil medir un flan en pleno terremoto, después de la primera vuelta electoral cambiaron la deriva que traían y, contra la ventaja de Unión por la Patria que se ampliaba con ritmo, pasaron a poner a Milei arriba. Las herramientas del Sistema de Propaganda Privada de los Medios de las Corporaciones para crear una sensación de “triunfo” entre los votantes golpeados por aquella derrota, por las patinadas de su candidato y por su abrazo a “la casta” que tanto repudiaba y que, en la mayoría de los casos, en particular de la juventud, fue decisivo para optar “por lo nuevo”. Las usinas del massismo por temor a un “relax ganador” que desactive parte de la marea militante, provincial y municipal, que “dio vuelta” el humor y condujo a su candidato hasta el centro del escenario.
Ese es el marco en el que, por primera vez en la historia política argentina, “el debate” puede jugar un papel importante en la decisión de la ciudadanía que, en esta coyuntura, se divide en votantes, votantes en blanco y abstencionistas o turistas de fin de semana larguísimo, que son tres cosas diferentes pero con posibilidad de concurrir en un fenómeno nunca visto desde que Raúl Alfonsín se asomó al balcón del Cabildo de Buenos Aires el 10 de diciembre de 1983 y se abrazó a la multitud democrática: porcentaje altísimo de faltazos a las urnas y de sobre vacíos o con papeluchos inválidos en esas cajas que contendrán la decisión del rumbo de este momento dramático del país.

Sergio Massa es quien es y muestra lo que es. Un ex liberal devenido en peronista suave y gestor eficiente devenido en gestor eficiente y redistributivo e impulsor de aquel peronismo de Perón de la Unidad Nacional y el abrazo fraterno y del tercermundismo de esta globalización multipolar en la que China o Brasil son imprescindibles para la sobrevivencia de poderosos, medianos, pequeños, trabajadores… y trabajadoras. Algo que Milei no entiende, o desprecia… y así le iría a pocos meses de asumir, y con un pueblo más desesperado de lo que hoy está. Esa es la clave del “imposible” de cada candidato citado al inicio y la paradoja de que, para muchos, Massa “es el cambio”.

Con ese traje subirá al estrado de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Buenos Aires, para discutir a lo largo de 2 horas sobre Economía, Educación y Salud, Relaciones Exteriores, Producción y Trabajo, Seguridad y Derechos Humanos y Convivencia Democrática.

Lo harán sin papeles, como aceptó el sentido común de la Cámara Nacional Electoral ante una compulsa como la actual, teniendo en cuenta que un presidente preside, no se copia; podrán moverse por el escenario, ¿trivialidades…? No lo parecen ante uno de los candidatos que lagrimea cuando ve una foto de su perro-asesor ya muerto, que leyó hasta sus declaraciones de principios y que estalla si lo contradicen, y otro que siempre quiso ser Presidente y aceptó subirse al Titanic de la administración argentina en su peor momento, apostando a convertir la crisis en su gran oportunidad, lleva 12 meses buscando instalar la imagen de un coraje rayano con lo imprudente y medio año impulsando medidas que, ahora, presenta como muestras gratis de “su” gobierno.

Uno y otro deberán esmerarse, sobre todo sus equipos que, salvo el caso del encanto impune de quien se sabe perdedora de antemano, como Myriam Bregman, caen en la trampa de intentar, en vano, adaptar el discurso al reloj, en lugar de imponérsele. Es decir, pretender que en uno, dos o tres minutos, entren discursos cuya lectura solo de los títulos demandaría entre diez y quince. De ese modo (fue el caso de Agustín Rossi el miércoles pasado) tratan de meter con cadencia de metralla un millón de frases que, ni se entienden ni son espontáneas. Especialistas muy bien pagos, nacionales e internacionales, tal vez a alguno se le ocurra dominar al minutero con el discurso y lograr que el candidato exprese solo lo esencial, pero con claridad, destruya lo que el rival dijo antes, contextualice incoherencias y dislates y se exprese con naturalidad, con calidez y tono coloquial. La mayoría de los docentes públicos podrían proponérselo a su alumnado, de cuarto grado en adelante.

Mujeres y hombres, jóvenes y ni tanto, estarán del otro lado de las pantallas, como antes estuvieron en cada timbre, plaza, colectivo, escuela, negocio. Muchos recibirán el último empujón, el de no votar a Massa pero no soportar a Milei y rajarse o, al revés, el de rechazar al peronista, taparse la nariz y poner la boleta recontraliberal… Por una vez el juego de la ausencia puede definir una presencia, entre compleja y desastrosa.

Carlos A. Villalba. Periodista argentino. Investigador asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (https://estrategia.la/). Miembro de la Usina del Pensamiento Nacional y Popular.

(1) Carlos A VILLALBA: Victoria Peronista: Hay vida en el Titanic argentino (https://estrategia.la/2023/10/25/victoria-peronista-hay-vida-en-el-titanic-argentino/)