¿Otra vez el mal menor?
“Que no es lo mismo/ Pero es igual”
Silvio Rodríguez.
Elegir “lo menos malo” no es hacer una elección particular, es también elegir un sistema que nos fuerza a aceptar lo menos malo como lo mejor que podemos esperar, dice el filósofo británico Mark Fisher.
En este ‘realismo’ predomina la idea de que es “más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”… una lógica que se instala en nuestra forma de pensar y hasta de actuar políticamente. La impotencia de un pensamiento crítico, la percepción de que las cosas andan muy mal pero la percepción aún más concluyente de que no se puede hacer nada para cambiarlo. Todo en medio de una asfixiante confusión y de avidez por las certezas fáciles.
Con una inflación desatada y en el marco de una corrida cambiaria -el dólar paralelo trepó en algún momento a $1.100- que pulveriza salarios y jubilaciones, la decisión política mayoritaria del acto electoral de ayer, fue optar por lo malo conocido y por el candidato con posibilidades de ganar, que según cree le da algunas garantías democráticas y de preservación de derechos.
La gran performance electoral del liberalfascista, Javier Milei, en las primarias encendió todas las alarmas. No sólo las del “progresismo”, sino especialmente las de los agentes económicos y políticos del establishment. Ya el payaso de la motosierra no es su candidato, y aunque otrora los medios le dieron aire y le concedieron benevolentes entrevistas, hace ya tiempo que vienen tomando distancia de él con la finalidad de esmerilarlo… y lo consiguieron.
Ahora se abre el camino a Sergio Massa, el vocero de la embajada de Washington, que se desgañita insistiendo con la necesidad de un “gobierno de unidad nacional” ¿Con sus amigos Gerardo Morales, Larreta, Schiaretti?
Propuesta que, por otra parte, no es nueva. Sólo debemos remontarnos a un año atrás cuando su patrón, el embajador Marc Stanley, en el marco del Consejo de las Américas, exhortó a los candidatos a que “sin importar la ideología o posición partidaria, unan sus fuerzas ahora mismo, este es el momento”. Una coalición capaz, como dijo en el Alvear Hotel, de “ofrecer lo que el mundo necesita: energía, alimentos, minerales”.
Ese es nuestro destino, al compás de la aceleración de la crisis económica y la degradación política.
El ‘realismo’ exige abandonar cualquier proyecto de construcción alternativo y real, que se base en principios éticos, que proponga un desarrollo por fuera de la dinámica del aparato y que postule un programa revolucionario de transformación. Quienes defienden un cambio profundo, sin medias tintas, sin genuflexiones ni dobles discursos, son el blanco fácil para la ofensiva de los abanderados del ‘mal menor’.
Lo curioso, en todo caso, es que el observador atento que repase las últimas décadas de historia argentina se percatará de inmediato en la falacia de este axioma. El ‘mal menor’ ha ganado y perdido elecciones, ha levantado y enterrado figuras impresentables y oportunistas, ha gestionado durante años y ha unificado y disgregado fuerzas a lo largo de la historia. Pero jamás ha perjudicado los intereses de aquellos que -con ingenuidad- algunos suponen que enfrenta.
La lógica del ‘mal menor’ revive cada tanto, como un estigma. Confunde, fragmenta, dilata los procesos. Y, por lo que ha demostrado la historia, a la larga juega un papel reaccionario: le abre la puerta de par en par a la derecha más reaccionaria con su tendencia constante a defraudar y traicionar las expectativas de los sectores populares.
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Portada: Foto del Twitter de Unión por la Patria