viernes, abril 19, 2024
Cultura

Sobre heroínas y tumbas: “Santa Evita” y el rescate de la memoria de un teatro de barrio

Una vez más, vamos pasando por el largo viaje horroroso de Evita, desde su fallecimiento hacía su enterramiento final años después. La nueva versión televisiva –Santa Evita, con Natalia Oreiro– se globaliza para 2022 con los derechos de distribución de la serie en manos de Disney Media Distribution, Disney+, Hulu, y Star+. Pero la historia la conocemos desde hace años. La serie se basa en una obra “histórica”, la novela Santa Evita, escrita por Tomás Eloy Martínez hace 25 años.

Las novelas de Eloy Martínez son brillantes. ¿Pero qué perdemos cuando se confunde la historia con la ficción? Queda afuera y tapada la historia de muchos argentinos y de las instituciones que los definieron.

Tapa del libro “Santa Evita”.

El por qué de la novela como historia

Los historiadores no tienen un monopolio sobre la verdad histórica. En 2000, el historiador Michael Bellesiles sacó el libro Arming America: The Origins of a National Gun Culture (“Armando los Estados Unidos: Los orígenes de una cultura nacional de las armas de fuego”). Fue un éxito total. Bellesiles reveló que la locura de las armas de fuego en manos privadas en Estados Unidos no tiene sus orígenes en la Constitución Nacional como insisten los que defienden aquel principio. Fue un invento político del siglo XX. Pero Bellesiles citó documentos inexistentes. El libro fue un invento del autor. Poco después, Bellesiles perdió su trabajo universitario por haber cometido fraude.

Mientras que algunos historiadores echan cuentos, a veces los novelistas escriben historia, o algo parecido. En su obra maestra Cien años de soledad, Gabriel García Márquez habla de una huelga violenta en la zona bananera de Colombia en 1928. Cita 3.000 muertos como consecuencia de enfrentamientos entre soldados armados y obreros. Pero años después de haber publicado el libro, contó que en su investigación histórica del evento encontró menos de 20 fallecidos. “No alcanzó a llenar ni un vagón”, aclaró el escritor. “Entonces decidí que fueran 3.000 muertos, porque era más o menos lo que entraba dentro de las proporciones del libro…. La leyenda llegó a quedar ya establecida como historia”. De hecho, mientras que muchos colombianos conocen las exageraciones de García Márquez, muchos más siguen creyendo en la cifra 3.000, un número que sigue apareciendo en obras históricas y periodísticas como la verdad histórica.

El novelista canadiense Mordecai Richler publicó en 1989 la novela Solomon Gursky Was Here (“Solomon Gursky estuvo aqui”), basada en parte en la trayectoria de la familia Bronfman, dueños de la casa de whisky escosés Chivas Regal y mucho más. Richler cuenta que escribió la novela porque no pudo escribir la historia. Años atrás, los Bronfman le habían contratado para escribir una historia “oficial” de la familia. Pero los Bronfman terminaron escondiendo tantos detalles que Richler dejó la obra (y su sueldo). Escribió su novela, insistió el autor, para contar la historia escondida y verdadera de los Bronfman.

“Santa Evita”, la serie.

Tomás Eloy Martínez relató una interpretación parecida (e igual de pícara) de su obra La novela de Perón. Desde su exilio en Madrid, Juan Perón le había contratado a Eloy Martínez para ayudarle a escribir sus memorias. Eloy Martínez contó que durante sus muchas horas de entrevistas con Perón, estuvo siempre presente José López Rega, manipulando la biografía de Perón. Salieron las memorias, pero el escritor decidió escribir su novela para aclarar la historia, ya que las memorias representaban una versión sospechosa contada por López Rega.

Es posible que en manos de un novelista, la historia termine siendo tan buena y tan clara como una obra de un historiador. Pero como en el caso de los 3.000 de García Márquez, el peligro queda en lo que se espera de una obra de ficción —como Santa Evita. Michael Bellesiles no tuvo derecho de inventar el pasado y de citar documentos inexistentes. Tomás Eloy Martínez no solamente tiene aquel derecho. Sus lectores esperaban nada menos de él. Y, en última instancia, no podemos saber donde la historia termina y la ficción empieza.

Un caso puntual: El Teatro Rialto

En la novela Santa Evita, Yolanda Astorga de Ramallo, hija del operador de cine en el Teatro Rialto, se acuerda de unos detalles siniestros: “Entre noviembre y diciembre de 1955 llevaron al cine un cajón grande, como de metro y medio, de madera lustrada. Lo dejaron detrás de la pantalla. Lo trajeron una tarde antes de la función matineé. Ese día daban Camino a Bali, La Ventana Indiscreta y Abbott y Costello en La Legión Extranjera”. Allá quedó depositado el cadáver de Eva Perón, desde el 14 de diciembre de 1955 hasta el 20 de febrero de 1956.

Como en el caso de los 3.000 muertos de García Márquez, la historia del cadáver de Evita depositado en el Rialto quedó grabada en la cultura popular como “historia”. El cuento apareció cientos de veces en libros y sitios de internet, siempre basado en el relato ficticio de Eloy Martínez, pero sin evidencia. Es importante señalar que Eloy Martínez escribió Santa Evita para contemplar la historia a grandes rasgos, no para ser citado palabra por palabra como lo hicieron muchos. Es posible que el autor imaginó el episodio Teatro Rialto como posible, pero no cierto.

Ubicado en Buenos Aires, Avenida Córdoba 4287, el Rialto, funcionó como teatro de barrio desde 1914 hasta 1991. Pero sin lo que cuenta Eloy Martínez del cadáver de Evita, ¿qué nos queda de la historia del teatro? Se sabe muy poco.

Plan Original del Rialto (1914). Foto del autor.

Es poco probable que dieran las películas indicadas por Eloy Martínez a mediados de diciembre de 1955 o más tarde. Y casi seguro, el autor lo sabía; posiblemente nos dio información equivocada para señalar su intento de entender el caso Rialto de forma metafórica y posible, no como un caso cierto y comprobable. La Ventana Indiscreta llegó a cines en Buenos Aires el 1 de septiembre de 1955. No estaba todavía en cines más de tres meses después cuando supuestamente llegó el cajón misterioso al teatro. La Legión Extranjera salió en 1950 y llegó a Sudamérica unos meses después y Camino a Bali llegó a Buenos Aires en 1952, no en 1955.

El Rialto abrió en 1914 en lo que era la Avenida Rivera 4287 (renombrada “Avenida Córdoba” a esa altura en 1929, cuando el teatro también se denominó “Cine Teatro Rialto”).

Plan Original del Rialto (1914). Foto del autor.

El plan original del teatro muestra un detalle inusual de la arquitectura; el edificio tuvo un diseño único, de forma cuadrilátero irregular.

En 1929, el dueño del Rialto, Joaquín Marioni, comenzó una renovación importante del teatro que duró dos años. Los detalles de las obras revelan que el teatro representó algo más significativo que un cine de barrio. El propietario anticipó los cambios que vendrían con el cine sonoro y efectuó reformas antes de la mayoría de los cines porteños de la época. Marioni amelioró el sistema eléctrico e instaló generadores para la nueva maquinaria de proyección. Un sistema de sonido “Victrola” de la empresa estadounidense RCA Victor apareció para dar el público una experiencia teatral de las más modernas.

Nuevo Sistema Eléctrica con Generadores y una Victrola (1929).

Los planos también nos indican que por el diseño inusual del edificio, la sala del operador y los proyectores de cine no quedaron al fondo y en el centro, sino que al fondo y al lado derecho de la platea.

Casilla de Proyección Atrás y a la Derecha de la Platea Baja (1929). Foto del autor.

Como en el caso de muchos dueños de teatro, Marioni no quedó convencido de que el cine sonoro iba a durar. Mantuvo el foso y el palco de orquesta, o para acompañar películas mudas o para obras de teatro.

Palco de Orquesta (1929). Foto del autor.

Hubo reformas de los camarines en el sub-sótano indicando el intento de Marioni de dar obras de teatro en vivo. Pero si hubo un sótano, un sub-sótano, un entre-piso, y por lo mínimo seis camarines, si dejaron el cadáver de Evita en el Rialto para esconder sus restos, ¿por qué dejaron el cajón detrás de la pantalla en una sección del teatro con dos puertas que daban a la calle, ventanas, y una claraboya?

En 1946, un nuevo dueño del Rialto comenzó una nueva serie de reformas del edificio. A raíz de cambios tecnológicos rápidos en el sector, el coronel José Luis Villegas modificó de nuevo el sistema eléctrico e instaló una segunda fuente de corriente. Amplió el “Hall” de entrada y construyó una serie de “puertas altas” sobre la Avenida Córdoba, dando al teatro un toque de elegancia moderna como los teatros en el centro porteño. Esos cambios también indicaron el éxito del Rialto: La vieja entrada no pudo acomodar el número de personas entrando y saliendo para cada espectáculo. Un nuevo toilet para damas fue no solamente más amplio pero tuvo también una nueva antecámara, otro toque de elegancia como los teatros más importantes en el centro. Instalaron un nuevo letrero luminoso, pisos de mosaicos, y un hormigón armado para soportar el peso de las nuevas construcciones. Una inspección municipal en 1937 revela que el teatro tuvo dos sistemas de sonido nuevos de Western Electric.

Hubo otra indicación del éxito del local. Las reformas de 1946 incluyeron la construcción de un departamento muy amplio para Villegas y su mujer y sus dos hijos arriba del teatro, con cuatro dormitorios, un depósito, un consultorio, un escritorio, una cocina, una terraza y un jardín de invierno.

Las Bodas de Oro

Mientras que se puede saber mucho del Teatro Rialto por sus dos momentos de reformas estructurales, no sabemos por qué fracasó el negocio. Quizá más importante, conocemos casi nada de cómo la gente del barrio integró al Rialto a su vida nocturna durante la mayor parte del siglo XX.

Algunos acusaron a Villegas de ser un oficial de inteligencia, leal a Perón. Pero nunca fue comprobado. El último dato que tenemos de Villegas es que el 22 de enero de 1962, celebró con su esposa sus bodas de oro en el Hermitage Hotel de Mar del Plata. Noventa y siete invitados consumieron 34 botellas de Norton Blanco, 35 de Norton Tinto, y 27 de Champagne Rolland. El evento costó 71.719 pesos, lo que representó US$858.40. De ese dato, se sabe no solamente que la gente disfrutó de una noche espectacular, sino que con o sin el cadáver de Evita, el Teatro Rialto había sido un negocio muy exitoso durante los años cincuenta.

Bodas de Oro (1962). Foto del autor.

Hace cuarenta años, circulaba en los medios un caso casi milagroso. Hubo ancianos en Azerbaiyán de 120 y hasta 130 años de edad. Lo que tenían en común es que comieron mucho yogur. El biólogo distinguido J. Gordin Kaplan observó que los ancianos tenían otra cosa en común: la falta de un certificado de nacimiento.

Portada: La fotografía está publicada en el Facebook ALE Cinema, una pagina para los estudiosos y amantes del cine.