jueves, septiembre 12, 2024
Nacionales

La Patagonia Rebelde, cien años después

“Sois obreros, sois trabajadores. ¡A seguir con la huelga, a triunfar definitivamente para conformar una nueva sociedad donde no haya ni pobres ni ricos, donde no haya armas, donde no haya uniformes ni uniformados, donde haya alegría, respeto por el ser humano, donde nadie tenga que arrodillarse ante ninguna sotana ni ante ningún mandón!”.

Antonio ‘Gallego’ Soto.

En Los Vengadores de la Patagonia Trágica (1974), Osvaldo Bayer narra los episodios de ‘La Anita’ –asambleas, negociaciones, torturas, fusilamientos– con increíble detalle, en base a múltiples fuentes escritas y orales.

Los hechos son bastante conocidos, pero vale recordarlos brevemente. En 1920, la Sociedad Obrera de Río Gallegos y otros grupos de trabajadores declararon la huelga general en todo el territorio de Santa Cruz, en reclamo de mejores condiciones laborales y salariales. En particular, se exigía un módico alivio en la penosísima situación que atravesaban los peones rurales que trabajaban en las enormes estancias, propiedad de familias inglesas, españolas y argentinas. Con el apoyo de obreros portuarios, ferroviarios, hoteleros y otros de varias localidades, la huelga se intensificó y el gobierno nacional presidido por el radical Hipólito Yrigoyen envió tropas del ejército al mando del coronel Héctor B. Varela. Al cabo de unas semanas de escaramuzas y negociaciones, la patronal nucleada principalmente en la Sociedad Rural accedió a los reclamos.

Trabajadores en la sede de la Sociedad Obrera

Sin embargo, las mejoras prometidas no fueron cumplidas y sobre finales de 1921 se declaró una nueva huelga general. Esta vez Yrigoyen envió al Regimiento 10 de Caballería, comandado nuevamente por Varela, que regresó al territorio con órdenes de reprimir la protesta sin miramientos. Ya en los primeros encuentros con grupos de huelguistas en Paso Ibáñez, Río Chico y la estancia Bella Vista, Varela no titubeó en ordenar fusilamientos sumarísimos. Los acontecimientos alcanzaron su punto culminante cuando, tras haber tomado algunos estancieros, administradores y capataces como rehenes, los obreros se atrincheraron en la estancia ‘La Anita’, cercana al límite con Chile, propiedad de la familia Menéndez Behety. En ese lugar, entre el 6 y el 7 de diciembre de 1921, ocurrió la masacre.

El relato de Osvaldo Bayer nos lleva al momento en que, al verse rodeados, conscientes de que tenían pocas probabilidades de derrotar al ejército y de que Varela no daría tregua, los huelguistas debían tomar alguna decisión sobre cómo continuar la protesta. En la estancia estaba Antonio Soto, un joven, pero experimentado dirigente sindical anarquista, secretario general de la Sociedad Obrera santacruceña, con un nutrido grupo de seguidores.

“De Río Chico -donde las tropas de Varela ya habían fusilado a varios huelguistas- había llegado un muchacho muy inteligente, Pablo Schulz, chileno de origen alemán, que provenía de Punta Arenas (…). Contaba 25 años de edad en aquel entonces y era hombre entregado a los ideales anarquistas. (…) Era un muchacho que leía constantemente y que para él las resoluciones de las asambleas eran sagradas. Ese espíritu de disciplina será lo que lo llevará a la muerte”.

Entierro de un obrero asesinado

Schulz estaba convencido, al igual que Soto, de que en esta segunda huelga los militares no darían tregua. Pero las posiciones no eran unánimes: la mayoría de los peones creían posible un nuevo entendimiento con Varela, Soto pensaba que era preciso salir de ‘La Anita’ y continuar la huelga, Schulz quería resistir el asalto de los militares.

“Schulz creía en la acción directa, como buen anarquista, y sostenía que el único camino era enfrentar a las tropas. ‘Al primer disparo van a huir como ratas’, decía. Antonio Soto estaba en contra. Aunque había demostrado su valor repetidas veces no era lo suficientemente fanático como para creer en el éxito de un enfrentamiento con el ejército”.

En la madrugada del 7 de diciembre, en una extensa asamblea, los obreros ponen todas las cartas sobre la mesa. Juan Farina, un peón chileno con gran apoyo entre los trabajadores, propone parlamentar con los militares. Después, Schulz toma la palabra y, sin ser un gran orador, habla con una exaltación que asusta:

“La única forma de triunfar es pelear, no podemos volver a la esclavitud después de demostrar que fuimos capaces de levantarnos contra los poderosos, no podemos negociar con los que han asesinado a compañeros nuestros en Punta Alta y Paso Ibáñez; esta huelga se hizo para libertar a los compañeros presos en Río Gallegos y no podemos abandonarlos ahora, sólo nos queda una posibilidad: combatir, hay que preparar las armas, organizarnos (…) atrincherarnos aquí mismo, en ‘La Anita’, detrás de fardos de lana, y resistir hasta el último hombre”.

Antonio “Gallego” Soto

El ‘Gallego’ Soto entonces, propone continuar la lucha pero sin un encuentro decisivo en ‘La Anita’. Quiere dispersar sus fuerzas, seguir escondiéndose, tomar rehenes, y así hasta forzar un pacto con las patronales:

“Os fusilarán a todos, nadie va a quedar con vida. Huyamos compañeros, sigamos la huelga indefinidamente hasta que triunfemos. No confiéis en los militares, es la traílla más miserable, traidora y cobarde que habita la Tierra. Son cobardes por excelencia, son resentidos porque están obligados a vestir uniforme y obedecer toda su vida. No saben lo que es el trabajo, odian a todo aquel que goza de libertad de pensamiento. ¡No os rindáis, compañeros! Os espera la aurora de la redención social, de la libertad de todos. Luchemos por ella, vayamos a los bosques. ¡No os entreguéis!

Finalmente, la posición de Farina, de aceptar la rendición incondicional, es votada por gran mayoría.

“Schulz dice que está absolutamente en contra pero que acatará la decisión de la mayoría (esa enfermiza herencia germánica de la disciplina lo perderá). Soto, en cambio se va a rebelar contra la decisión. Dice que él no piensa caer en poder de los milicos y que no va a dar su vida en forma tan miserable. Hace un último llamado a todos de que lo sigan. Schulz le recrimina diciéndole que todos tienen que respetar a la mayoría y seguir la misma suerte. Soto se despide diciendo: ‘yo no soy carne para tirar a los perros, si es para pelear me quedo, pero los compañeros no quieren pelear’”.

Horas después, Soto y otros 12 compañeros cabalgan hacia la cordillera. En el camino, se reunieron con otros grupos de rebeldes, hasta totalizar medio centenar de huelguistas. Como advirtiera el dirigente obrero, esa misma noche los soldados del Ejército Argentino continuaron con los fusilamientos, que habían comenzado el 12 de noviembre.

Entre los primeros en ser fusilados estaba Schulz, quien comparte su destino junto a su camarada Otto. Es éste quien les grita a sus verdugos: “No se mata así a la gente. Ni en la guerra europea, donde estuve cuatro años, jamás se fusiló a los prisioneros desarmados”. Osvaldo Bayer destaca cómo “las muertes de Pablo Schulz y de su compatriota el alemán Otto son una demostración de cómo el ser humano puede enfrentar el destino con serenidad y estoicismo”. Juan Faure, uno de los soldados que asesinó a Schulz, Otto y otros cinco huelguistas, entrevistado por Bayer, narra que los dos prisioneros “de origen alemán, pidieron permiso al subteniente para abrazarse antes de morir pues dijeron ser viejos compañeros de aventuras y que con la muerte no pagarían todo lo que habían hecho juntos. El disparo que le efectué a este alemán lo hirió en el costado del pecho, por lo que abriéndose la camisa y señalándose el corazón dijo: ‘pégueme otro tiro pronto así me matan enseguida’”.

Los fusilamientos siguieron durante cuatro días, del 7 al 10 de diciembre de 1921. Sólo en ‘La Anita’ fueron ejecutados entre 120 y 150 trabajadores.

La premonición de Antonio ‘Gallego’ Soto había sido certera.