El enigma Busqued
La cita con Carlos Busqued fue un mediodía de noviembre de 2009 en “Macondo”, un bar que estaba en la esquina de San Juan y Pichincha. Un mozo con la camisa afuera del pantalón por la presión de una panza rebelde y el moñito a la altura de la oreja oficiaba como anfitrión de los parroquianos, una especie de Armada Brancaleone del barrio de San Cristóbal. Entró por la puerta de la ochava y exploró la escena. “Excelente elección”, dijo, y sentí que lo conocía de toda la vida. La entrevista la publicó la revista Sudestada en la edición de junio de 2010 y hoy la compartimos en El Furgón tras la muerte de Busqued, el 29 de marzo pasado.
Carlos Busqued nació en 1970 en Presidente Roque Sáenz Peña, Chaco. Es ingeniero metalúrgico, vivió en Córdoba capital y hace un tiempo se radicó en la ciudad de Buenos Aires. Tiene una rutina de trabajo en la editorial de la Universidad Tecnológica Nacional y es profesor. También tiene un blog. Hace las compras en un supermercado chino del barrio de San Cristóbal y le gusta caminar por la noche. ¿Qué acontecimiento trascendente cruzó su vida para lo mencionen en los suplementos literarios de la Argentina y una parte importante del mundo? ¿Cuál es el motivo por el cual este muchacho de ojos claros y pinta de gringo contesta una y otra vez que no tiene nada para escribir?
En definitiva, ¿Quién es Carlos Busqued?
“El día 3 de noviembre de 2008, un jurado compuesto por Salvador Clotas, Juan Cueto, Luis Magrinya, Enrique Vila-Matas y el editor Jorge Herralde, otorgó el XXVI Premio Herralde de Novela, por unanimidad, a Casi nunca, de Daniel Sada (México, 1953). Resultó finalista Un lugar llamado Oreja de Perro, de Iván Thays (Perú, 1968).” Esta información sobre los ganadores no significó una buena nueva para Busqued, quien presentó un original al concurso porque “era el único que no exigía una extensión mínima”. No desesperó. Tenía una carta bajo la manga. En su momento invirtió unos pesos para el envío de un texto en formato de novela que le demandó cuatro años de trabajo. ¿Por qué estaba tranquilo? Antes que se conociera la decisión un llamado desde España lo alertó. Del otro lado de la línea le decían que, sin importar el resultado final del concurso, Bajo este sol tremendo sería publicada por Anagrama. El mismísimo Jorge Herralde le dio la novedad a un sorprendido Busqued, quien escuchaba al editor y miraba el estante de su biblioteca con algunos libros de la editorial. Ahí, junto al volumen Charles Bukowsky estaría el suyo. Increíble. En febrero de 2009 apareció la edición española y un mes después llegó a las librerías argentinas.
“Sigo sin notar la repercusión que tuvo en mi vida porque donde me muevo están muy afuera de la literatura; veo algunas notas en los diarios y lo agradezco en el blog, pero lo que leo parece que le pasa a otro”, dice sorprendido.
La novela cuenta una historia, pero su escritura tiene la propia: “La escribí con un estado de ánimo confuso. Por momentos intento entender que esto que empecé a escribir en una casa vacía, en el culo de un barrio cordobés, de repente, lo lee mucha gente. Es raro”.
Carlos Busqued es un tipo sencillo y no tiene nada del estereotipo que suponemos para alguien que será traducido al holandés, alemán e italiano. Con el adelanto por esta última edición, pudo comprar una heladera, algo que cuenta en su página web como un verdadero logro ¿No lo sería también para cualquiera de nosotros?
-Es una novela corta, pero me llevó mucho tiempo, cuatro años. Escribí y armé una historia que terminé de hilar en el tercer año. La leí y me pareció una bosta. Creí que iba a copiar y pegar, pero la escribí completa.
-¿El proceso de producción significó una cierta ingeniería?
-Sí, busqué equilibrio y tensión a partir de mis costumbres como lector, porque soy vago. Odio rendirle culto a un autor y que me cuente boludeces sobre las cosas que piensa, que se delire sobre cómo el personaje prende un cigarrillo… Entonces, a la hora de escribir, busco distancia para juzgar y sacar las seis frases que me gustan y dejar sólo dos, las que sirven. En ese sentido, fue un proceso artesanal porque busqué un equilibrio en la distribución para que cada palabra aparezca en el momento adecuado y que los elementos se ayuden entre sí y no se entorpezcan.
Así modeló a los personajes de Bajo este sol tremendo: Cetarti fue echado del trabajo por “falta de iniciativa y conducta desmotivante”; duarte, que desde la superficialidad nada tiene de marginal, elabora un concepto de la tortura como herramienta para obtener recursos, aunque eso no quita que sienta lástima cuando le cuentan la historia de un elefante que es maltratado con descargas eléctricas; Danielito, que hace algunos trabajos con Duarte, tiene como ocupación principal mirar documentales y fumar porro –hábitos que también tiene Certati-. Y está la madre de Danielito, quien le pregunta al hijo: “¿Hay alguna hora del día que no vas a estar drogado? Así no te molesto”.
“No hay un juicio moral explícito, pero toda la gente tiene actitudes de mierda. En un sentido, los personajes son marginales porque tienen una articulación social nula, pero entre ellos colaboran aunque se terminan cagando unos a los otros”, explica.
La trama de la obra cuenta con un aliado que la potencia: el clima denso de Lapachito, un pueblo de la provincia del Chaco donde suceden los hechos. “No conozco Lapachito, sé que hay instalaciones de la Comisión Nacional de Actividades Aeroespaciales, con casamatas abandonadas, playones de tiro de cohetes y demás. En realidad, cuento la atmósfera del lugar donde nací, Presidencia Roque Saenz peña. Para la época en que nos tenemos que ir porque mi viejo estaba mal de salud, había problemas con las cloacas. Las casas se hundían en un clima de catástrofe permanente, con olor a mierda en todos lados… Yo tenía todo ese clima adentro. Allí viví hasta los quince años, yendo mucho al monte. Mi papá volaba en aeroclubes de la zona. Guardo un recuerdo de lugares con una gran desolación”, dice. Otro elemento que le dio material fue su historia familiar: papá fue funcionario de rango menor durante la última dictadura militar, sobre el que -si bien no tiene denuncias en su contra por violaciones a los derechos humanos- su hijo cree que sabía qué pasaba en el país. La lectura de libros sobre jerarcas nazis y sus hijos; de los militares franceses y los métodos que utilizaron en Argelia y de historias de represores en la Argentina, todo se convirtió en una masa crítica que está presente en el entramado de las ciento ochenta y dos páginas de la novela.
-¿Cómo la escribió?
-La escribí sin pensar que alguien la leería, sin otro punto de referencia que una serie de libros que me gustan. La preparé solo y siguiendo mis impulsos. Ahora, que venga un feedback tan grande respecto de aquella situación es algo complejo a la hora de escribir nuevamente en serio. Sentirme juzgado y examinado me provoca un estrés terrible. El tema es absorver un golpe que vino de la nada y no contaminarme con la expectativa ajena, con tener que cumplir.
-¿Cedió en alguna de sus convicciones?
-En nada. Al contrario, fue la única vez que no cedí. En mi vida, y durante mucho tiempo, hice un montón de cosas por mandato familiar o para comer. Y estoy absorviendo el impacto de saber que la única vez que no le di bola a nadie fue cuando mejor me fue… Pero no termino de arreglarme con eso porque una vez que te sale bien, es complicado incorporar al otro que te mira.
-¿Qué reacciones advirtió en la gente más cercana después de la lectura del texto?
-Hubo quien se enojó, por ejemplo, mi jefe que es un tipo bárbaro. Estaba furioso, algo que para mí es un halago ¡Se había creído la novela! La leyó en tres horas. Le quedó tan adentro que me decía “¡Vos sabes que termina más o menos bien, porque el que tendría que haber muerto es el otro hijo de puta!”. Ahí me dije: “Funcionó, tragó el señuelo hasta el fondo”. Después le envié unos correos electrónicos donde mencionaba a escritores que se refieren a cuestiones parecidas, y fue bajando los decibeles hasta decirme: “A mí me preocupa qué cosas tenés en la cabeza”.
-¿Es una preocupación válida?
-Bueno, conozco a tipos que tienen mucha más mierda en la cabeza y sotienen una existencia: uno que vivió durante años en un bar y otro que se fue con un travesti porque no tenía dónde parar y terminó en la calle, porque se murió el loro del trava. Entonces me digo: “¡Estoy más ordenado!” Es difícil lidiar con la vida real, así que las observaciones raras que salen de mi cabeza tienen que ver con eso.
-¿Qué desea para la novela?
-Me gustaría que cuando salga en Alemania y Francia provocara efectos hipnóticos y la gente que se lleve de a quince ejemplares, que es una moda tan poderosa como fugaz que deje un montón de plata. El sueño que tengo es nunca más preocuparme por lo cotidiano, no preguntarme: “hoy, ¿qué negocio para comer?”.
-¿Y qué le deja la experiencia de Bajo este sol tremendo?
-Me demostró que sirvo para algo, que es un hito. Siempre tuve la idea de que no servía para nada, un malestar común a mucha gente. Ahora hay un dato que me dice que algún requecho mío funcionó.
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Imagen de portada: composición con la edición de Sudestada nro. 89, que tiene una foto de Leandro Aguirre, y las portadas de los libros Magnetizado y Bajo este sol tremendo.