martes, septiembre 10, 2024
Por el mundo

La campaña electoral pandémica de Donald Trump

David M. K. Sheinin*, desde Canadá/El Furgón

Donald Trump no es el único de los líderes políticos mundiales que trata de sacar provecho de la pandemia. Cuesta encontrar políticos a los que no les interese beneficiarse de una crisis. Trump, sin embargo, forma parte de un reducido grupo que está dispuesto a sacrificar vidas y la salud pública en favor de lo que espera que acabe siendo una exitosa estrategia electoral en 2020. Igual que Jair Bolsonaro, Trump no percibe la pandemia como una crisis generacional que sentará un precedente, ni en términos de salud pública ni en términos económicos.

Contradicciones de Trump durante la pandemia

Desde el principio la afrontó como un problema político con los mismos parámetros que han caracterizado su mandato. A la cabeza de sus cálculos ha estado, en todo momento, lo que le hizo ganar la presidencia en 2016: su base electoral. Desde la victoria de 2016, Trump ha tenido claro que no puede ganar un segundo mandato sin dicha base, que comprende un tercio del electorado. Su principal estrategia ha sido tener contentos a esos votantes -especialmente en los estados oscilantes clave: Florida, Ohio, Michigan, Wisconsin y Pensilvania-, en los que se decidirán las elecciones de 2020. Su base -más cinco u ocho puntos porcentuales- es la única vía que tiene hacia un segundo mandato.

Todos los elementos claves que definen la política de Trump frente a la pandemia representan oportunidades cargadas de cinismo para que el presidente dé un empujón a las prioridades que ya tenía, fortalezca el apoyo de sus votantes y logre la victoria en las elecciones de noviembre. El apoyo popular a Trump jamás ha superado el 50 por ciento. No obstante, es de destacar que se haya mantenido estable en el 40 por ciento y que a principios de mayo de 2020 estuvo en el 43 por ciento, suficiente como para conseguir una apretada segunda victoria electoral.

¿Por qué la pandemia es más severa entre negros y latinos en EE.UU.?

Cuesta reprocharle a Trump que hasta principios de marzo de 2020 le restase importancia a la enfermedad. Un sinfín de médicos chinos y funcionarios de la salud pública han denunciado la ocultación del brote de coronavirus que, en noviembre de 2019 es posible que ya estuviese propagándose exponencialmente en Wuhan, por parte de los gobiernos y burocracias de China. La Organización Mundial de la Salud reconoció que tardó mucho en hacer sonar la alarma de la pandemia. Trump no fue menos sagaz que otros líderes nacionales al subestimar la seriedad del virus. Igual que otros países, Estados Unidos no solamente estaba tremendamente mal preparado para combatirlo, sino que, además, hizo caso omiso de las advertencias de los responsables de la salud pública para que se abastecieran de ventiladores y equipos de protección personal.

Sin embargo, mediados de marzo de 2020 supuso un punto de inflexión para Trump en lo que se refiere a éste y otros aspectos políticos de la pandemia. A principios de ese mes se produjo un aumento sin precedentes del apoyo popular al presidente por su gestión de la crisis. Para la tercera semana de marzo, su popularidad ya había caído en picada. Su reacción inmediata fue retomar la política de siempre, y lo hizo mediante mensajes claves y conocidos.

En los distritos como Michigan, en el que Trump tiene que ganar en noviembre para seguir en la Casa Blanca, este tema está haciendo saltar chispas. El 30 de abril un grupo de manifestantes irrumpió en el Capitolio del Estado. Algunos portaban armas de fuego a la vista. La gobernadora de Michigan, Gretchen Witmer, desalojó a los manifestantes por exhibir la bandera confederada y otros símbolos racistas (aunque reconoció la legalidad de portar armas a la vista). Trump, por el contrario, alentó a los manifestantes.

Trump le restó importancia a la enfermedad pero, al mismo tiempo, avivó el miedo culpando a China. Trump ha insinuado en repetidas ocasiones que el virus no es más que un mal resfriado, que desaparecería rápidamente en verano (o como un milagro”) y que los representantes locales de Nueva York y otros lugares que criticaron a su gabinete por la tibieza de su respuesta, estaban exagerando el problema. Al mismo tiempo, empezó a referirse al coronavirus como el “virus chino”. Cuando el 18 de marzo le preguntaron si era un término racista, respondió que no. Después añadió con evidente tensión: “¡El virus llegó de CHINA!”. Trump conjeturó acertadamente que para muchos de sus seguidores, para quienes la raza es un punto crítico de hostilidad política, culpar a China podía servir para remodelar la pandemia como si fuese una contienda nacional conocida con un enemigo extranjero conocido. También dio pie a un grupo relacionado de estrategias sobre inmigración.

China “indignada” por tuit de Trump

A veces los legisladores esperan hasta que les llega una oportunidad. En los años ’80 el Assistant Secretary of Defense Richard Perle propuso que Estados Unidos derrocase al presidente de Irak Sadam Huseín. Quince años después, fue una figura clave a la hora de presionar al gobierno estadounidense para que invadiese Irak por las acusaciones falsas de poseer armas de destrucción masiva. A principios de 2020, el asesor de la Casa Blanca que más fervientemente se oponía a la inmigración, Stephen Miller, encontró la oportunidad de presionar eficazmente para que se detuviese la inmigración desde varios frentes: supuestamente para luchar contra la pandemia, pero con el objetivo de consolidar los cambios a largo plazo. Rápidamente el gobierno estadounidense prohibió los viajes desde China (mucho después de que la fuente primaria de infección se desplazase a Europa y a los propios Estados Unidos), cerró la frontera meridional con México, aceleró la construcción del muro de Trump en la frontera con su vecino del sur y suspendió todas las solicitudes de residencia permanente.

Hay quienes han denunciado que con su gestión de la crisis Trump está enviando mensajes contradictorios a los estados, incluso a los gobernadores con cuyo apoyo cuenta, como Brian Kemp, de Georgia. En parte, no es ninguna novedad que Trump se contradiga, pero hay una cuestión en la que no ha habido ambigüedad alguna. A diferencia de Alemania (o de Argentina), en Estados Unidos no hubo una respuesta centralizada por parte del gobierno federal, lo cual ha contribuido a las altas cifras de contagios y fallecimientos, como muchos han señalado correctamente. Al mismo tiempo, donde unos ven un caos otros perciben una maniobra política en curso.

Protestas en Michigan contra la cuarentena

Trump lleva mucho tiempo apoyando posturas constitucionales y políticas que reconocen el derecho de los estados a ejercer la autoridad en sus jurisdicciones (los denominados “derechos de los estados”) e incluyen mirar con desdén a Washington. En los distritos como Michigan, en el que Trump tiene que ganar en noviembre para seguir en la Casa Blanca, este tema está haciendo saltar chispas. El 30 de abril un grupo de manifestantes irrumpió en el Capitolio del Estado. Algunos portaban armas de fuego a la vista. La gobernadora de Michigan, Gretchen Witmer, desalojó a los manifestantes por exhibir la bandera confederada y otros símbolos racistas (aunque reconoció la legalidad de portar armas a la vista). Trump, por el contrario, alentó a los manifestantes.

Manifestantes armados en el Capitolio de Michigan

Trump se ha propuesto alentar a un variopinto grupo de representantes estatales y manifestantes para favorecer una serie de intereses políticos a veces contradictorios. Aunque el presidente esté presionando cada vez más para que se reabra la economía, no ha sido ése su objetivo principal a la hora de apoyar a los manifestantes de Michigan y de otros estados. Es consciente de que su base electoral son los que defienden los derechos de los estados y de que, con frecuencia, el apoyo a las autoridades políticas locales y la antipatía hacia Washington no solamente refuerza la sensación de que, sean cuales sean sus defectos, Trump sigue siendo la última esperanza que les queda para “hacer frente” a las élites corruptas que se han perpetuado en Washington. También se mezcla con el racismo de muchos de sus seguidores.

Obama critica a Trump por el manejo de la pandemia

En Michigan y otros estados los que más insisten en reabrir la economía consideran la pandemia como un problema urbano que afecta más seriamente a los afroamericanos y los latinos que a los blancos de las zonas rurales. Esto coincide con la división entre lo rural y lo urbano que lleva décadas agrandándose en Estados Unidos, donde muchos de los votantes blancos de las zonas rurales rechazaron repetidamente el gasto sanitario para los negros y latinos pobres de las zonas urbanas. Trump ha tenido la astucia de valerse de ese énfasis político racista en su batalla contra el Obamacare y en la actualidad al presionar para que se reabra la economía, a pesar de que si se hace con demasiada rapidez puede que mueran decenas de miles de personas.

A pesar de lo difícil que sería señalar cuáles de las políticas de Trump son las más dañinas, es bien posible que la politización de las burocracias sanitarias se lleve la palma. Hace mucho que los Centros para el Control de las Enfermedades de Atlanta son considerados como el patrón oro internacional en el ámbito de la salud pública. Los centros, que son una agencia del gobierno federal, llevan décadas siendo los protagonistas de la lucha contra la transmisión de enfermedades peligrosas, como el ébola en 2014. Sin embargo, en 2020 los responsables de la salud pública en los centros se han acongojado ante Trump, como ha pasado con otros burócratas de alto nivel. No es solamente que no hayan desmentido las peligrosas, erróneas e irresponsables declaraciones del presidente, sino que además han cedido el liderazgo de la actual crisis de salud pública a la Casa Blanca.

*El doctor David M. K. Sheinin es profesor titular de Historia en Trent University (Canadá) y académico correspondiente de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina. Ha publicado 13 libros. El más reciente es Making Citizens in Argentina (con Benjamin Bryce). Actualmente, está escribiendo una historia del sector atómico argentino durante la Guerra Fría y la política internacional.