¿Cuánto importa el deporte?
César R. Torres* y Francisco Javier López Frías**/El Furgón
Rory Smith es un corresponsal deportivo del The New York Times especializado en fútbol.En su columna del domingo 15 de marzo, cuando el coronavirus ya había paralizado todo tipo de competencias deportivas alrededor del mundo y confinado a gran parte de la humanidad a sus hogares, expresó que, en relación a una pandemia que puede costar cuantiosas vidas, el fútbol no importa en un sentido real. Agregó que hay cosas más importantes en que pensar y que el fútbol es, después de todo, un deporte.
Al domingo siguiente, Smith volvió a reflexionar sobre la importancia del deporte.Reconoció, admitiendo haber sido influido por la correspondencia que recibió del público lector durante la semana, que para muchas personas el deporte es importante y que eso está bien.Sin embargo, insistió en que no importa tanto como otras cosas.Aunque no es la prioridad de nadie en este tiempo funesto, el deporte importa, elaboró, como industria y economía, pero también como algo a lo que dedicamos mucho tiempo.Concluyó su repaso del tema estipulando: “Más de una cosa puede ser importante.No todas las cosas tienen que tener igual importancia”.
Las dos columnas de Smith remiten a una frase atribuida a varias personalidades futbolísticas: “El fútbol es lo más importante de las cosas menos importantes de la vida”. Este juicio axiológico se extiende al deporte en general. Según esta postura, bastante propagada, el deporte ocupa un lugar importante en las actividades que consideramos triviales. Esto sería aún más aparente en tiempo de coronavirus, en el que prima la satisfacción de las necesidades básicas para la supervivencia. Así, el deporte, en el mejor de los casos, tendría un valor secundario.
No obstante, la emergencia sanitaria y sus consecuencias ponen de relieve, al impedirlas, el valor de un conjunto de actividades, entre las que figura notoriamente el deporte. Al contrario de lo que planteó Smith, éste no es primariamente importante por su dinamismo como industria y economía, sino por su naturaleza y por las posibilidades existenciales que ofrece. Aquella y éstas, conjuntamente, elucidan su valor y la ferviente adhesión de millones de personas.
A partir del trabajo del filósofo Alasdair MacIntyre, puede afirmarse que el deporte es una práctica social. O sea, es una actividad establecida socialmente, coherente, compleja y de carácter cooperativo con bienes internos (aquellos que sólo se materializan por medio de su práctica continua) y estándares de excelencia. La peculiaridad del deporte radica en que es un problema artificial establecido y regulado por reglas que requieren la implementación de habilidades físicas menos eficientes para alcanzar el objetivo especificado simplemente para hacerlo posible. Dicho de otra manera, el deporte es un juego regido por la “lógica de la gratuidad” en el que los participantes intentar resolver un problema innecesario por medio de habilidades físicas simplemente con el objeto de resolver el problema.
Al poner a prueba a sus cultores, el deporte abre la posibilidad de demostrar aptitud y lograr algo que se intenta con ahínco. El filósofo Thomas Hurka argumenta que el logro –así como el intento por lograr– es intrínsecamente bueno porque tiene la capacidad de unificar la vida en un todo coherente. De acuerdo con su visión, los objetivos de amplio alcance que se extienden en el tiempo y son complejos, que demandan cooperación, planificación y precisión, como los que ofrece el deporte, son más valiosos que los objetivos que adolecen de estas condiciones. Hurka resalta el valor de lograr algo difícil sólo porque es difícil y no porque es agradable, correcto o esperable. Esto, a su vez, destaca la “importancia trivial” –o artificialidad– del deporte como plan de vida.
- Web de River Plate
Asimismo, involucrarse en una práctica social como el deporte implica tanto reconocer sus bienes internos y estándares de excelencia como comprometerse a cultivarlos y a ennoblecerlos, a aceptar ser juzgado en función de los mismos y a respetar a la comunidad de practicantes que también permite su existencia, manutención y avance. En este sentido, podría decirse que el deporte representa un “estilo de vida perfeccionista” signado por la búsqueda de la excelencia atlética y, consecuentemente, por el ejercicio y la extensión de las capacidades y virtudes necesarias para lograrla. Ya afirmaba el filósofo John Rawls que el perfeccionismo requiere orientar todos los esfuerzos en pos de maximizar el logro de la excelencia humana. El deporte facilita la noble aspiración del rendimiento excelso.
El tipo de relación con el deporte que exige el perfeccionismo manifiesta un compromiso de todo corazón. Según el filósofo William J. Morgan, este compromiso es apasionado, consciente, atento y comunitario. La buena vida incluye alguna actividad con la que las personas se comprometen de todo corazón, ya que dicho compromiso orienta y enriquece la vida. Morgan enfatiza que el deporte es una de las pocas actividades en las que ese compromiso es tanto visible como valorado. Y es especialmente apto para el compromiso de todo corazón porque al focalizar en los bienes internos y estándares de excelencia su lógica invierte el instrumentalismo vigente en la sociedad. Nuevamente, el potencial emerge de su artificialidad. Quizá por ello el filósofo José Ortega y Gasset escribió que el desinterés instrumental de la filosofía y del deporte era un “don de generosidad que florece sólo en las cimas de mayor altitud vital” y recomendó no tomarse la vida muy en serio, “antes bien, con el temple de espíritu que lleva [a] ejercitar un deporte”. En palabras suyas, el deporte, el juego enérgico, es “un esfuerzo espontáneo, lujoso […] que se complace en sí mismo”, practicarlo es tomarse la vida vigorosamente.
- Web de Real Madrid
Los diferentes valores del deporte señalan su fuerza humanizadora. Cuando las personas se encaminan en lo deportivo ponen en acto y preservan la capacidad para darle forma y sentido a la propia a la vida. Las personas se humanizan eligiendo y construyendo significados en relación a sus elecciones. Elegir ser deportista abre la posibilidad de cumplir con lo que el poeta Píndaro prescribió enigmáticamente: “Llega a ser el que eres”. Si los seres humanos están determinados para algo, es para autodeterminarse e intentar llegar a ser quienes quieren ser. Al elegir deportivamente, moldeamos el ser. Entonces, la vida deportiva induce a forjarse, en ese ingente esfuerzo por autodeterminarse, una identidad. Este proceso tiene una dimensión comunitaria. Como mostró el antropólogo Clifford Geertz, el deporte conforma un conjunto de significados que estructuran una historia que las comunidades humanas se cuentan a sí mismas sobre sí mismas. Es decir, el deporte también genera identidad común. Nos comprendemos como comunidad ejercitándolo.
Sus cualidades y su potencialidad permiten sostener que el deporte se encuentra entre las cosas más importantes de la vida. Nada de lo dicho aquí deber ser interpretado como justificación para relajar la veda deportiva. En cambio, todo debe ser interpretado como una defensa del valor y la importancia del deporte, así como de su apasionado cultivo. También debe ser interpretado como explicación de por qué se lo echa de menos. Mientras afrontamos a la pandemia y lo añoramos, intentemos, dentro de las limitaciones del confinamiento actual, mantenernos deportivamente activos y replicar, aunque sea imperfectamente, su altitud vital.
* Doctor en filosofía e historia del deporte. Docente en la Universidad del Estado de Nueva York (Brockport).
** Doctor en filosofía. Docente en la Universidad del Estado de Pensilvania (University Park).
—
Portada: Estadio mundialista de Pacaembú, Brasil, sede de un hospital de campaña con 200 camas.