El idioma de Walsh
Por Marco Teruggi, desde Venezuela/El Furgón – Hace calor de Caracas, ruido de ventilador y teclado. Una escena que se repite en estos días. Miro a mi alrededor, tengo unos pocos libros apilados, reservas de comida para la crisis, reportajes pendientes -uno me preocupa en particular, es sobre el desalojo a campesinos. Escribo la palabra Walsh. Me cuesta empezar. No me preocupa la dificultad, recuerdo que, contra lo que había imaginado, a él no le resultaba fácil escribir. Era disciplina, constancia, voluntad. Así me dijeron hace años en un taller y nunca más lo olvidé.
Otras cosas recuerdo de esos días: no utilizar los “pero” -ensucian el texto- y cuidar la presencia de adjetivos, utilizarlos sólo en caso de ser imprescindibles. Fueron mis primeras lecciones de escritura, las fundantes. Las traía Vicente Zito Lema al taller, citaba a Walsh.
Desde entonces está presente al escribir. Cuando limpio los textos, reviso los adjetivos, aplico -eso intento- sus enseñanzas, busco claves en sus trabajos. La descripción de los personajes en Operación Masacre, por ejemplo: es necesario releerlas cada tanto. Quisiera describir un personaje -uno sólo- como lo hizo en ese libro. Walsh tiene algo de Guevara: es el ejemplo de lo que podemos escribir, un desafío, una pista en la historia. Hablo de los cuentos, las novelas, las crónicas, los diarios. Y de la poesía también. Porque en su literatura está la poesía, es decir la música.
Walsh construyó su idioma. Pocos pueden decir lo mismo. Hizo la mejor literatura de su tiempo y rompió con la forma clásica que tiene la escritura de abierta intención política/militante. Por eso, entre otras cosas, es uno de los maestros. Y un desafío: ¿buscamos en la cosa en sí -la escritura- con la misma obsesión con la que buscaba Walsh? A veces nos parecemos demasiado a nosotros mismos: predecibles en el lenguaje, las formas, en nuestra manera de escribir. Él no.
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Lo admiramos -no está mal decirlo- mientras él se cuestionaba: “Cosa que me molestó, lo que dijo Raimundo (Ongaro), que yo escribía para los burgueses. Pero me molestó porque yo sé que tiene razón, o que puede tenerla. El tema me ha preocupado siempre, aunque no me lo formulara abiertamente. La cosa es: ¿Para quién escribir, sino para los burgueses? Tendría que preguntarle a Raimundo qué literatura le gusta a él, qué novelas no están escritas para los burgueses y qué cuentos pueden escribirse ‘para’ los obreros”.
Escribir la mejor literatura. Y hacerla para los trabajadores.
¿Cómo lograrlo?
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Cuando vine a Venezuela traje su Obra Periodística. Uno de los tres libros que llevé en la valija. Su trabajo sobre Palestina es otra obra maestra. En la escritura, la capacidad histórica/política, y el lugar desde el cual está escrito. Esto último es imprescindible para comprender su dimensión: Walsh era militante, no contaba/indagaba/confrontaba la realidad para ganar una beca, una publicación en una revista de moda, una conferencia con hotel bien pago. Hablaba del fuego y se quemaba en él. En el futuro de sus héroes estaba su propio futuro. Desde ahí la escritura, el hombre, el montonero, el padre, el compañero.
Sin esa dimensión no hubieran existido sus preguntas. Si no se busca participar de un proceso de transformación, enfrentar las estructuras de poder, revertirlas, construir una organización que aporte a ese proceso -con todos los debates posibles sobre las características de la misma, que él dejó por escrito- entonces difícilmente se llegue a esas necesidades, a esas decisiones. Que en cada época son contestadas de una manera diferente.
Ser entendido por los trabajadores, participar en esas pulseadas históricas, de eso se trataba.
Y se trata todavía, ¿no?
Walsh dejó, junto a otros compañeros que condensaron esos mismos debates, una serie de hipótesis. Debemos retomarlas, resolverlas bajo nuestras claves. ¿Cómo seguir su legado de escritura, militancia, el cruce entre política/literatura/periodismo/historia? Hacerlo con los debates que sean necesarias dar -me anticipo a quienes, desde la comodidad de sus sillas que nunca se arriesgaron ni se arriesgarán, se han dedicado al ejercicio de la crítica de todo lo que sucedió en los ‘70.
Hay en Walsh el final de la distancia entre la palabra y el cuerpo.
¿Cuál distancia nos atraviesa a cada uno de nosotros?
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“Debe ser posible, sin embargo, escribir para ellos, pero ¿qué es lo más específicamente burgués de lo que yo escribo, lo que más le molesta a Raimundo? Creo que puede ser la condensación y el símbolo, la reserva, la anfibiología, el guiño permanente al lector culto y entendido (…) Tengo que hablar con él (con Ongaro) de todo esto. Claro que mis proyectos, lo que yo quisiera hacer, le están dando la razón. Agarrarlos a ellos como tema, sus vidas, sus luchas, etc.”.
Esas son síntesis de una época que logró amenazar el orden de las clases dominantes.
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Cuando pienso en él siento el peso que dejó la dictadura. Con su muerte y la de tantos otros, se rompió un acumulado histórico. No de un individuo sino de una clase, dentro de la cual estaba él. El hombre/la mujer y sus circunstancias son inseparables. ¿Walsh hubiera sido Walsh sin la época histórica que le tocó? Creo que no. Es cierto que dentro de cada tiempo existen quienes -como él- logran romper la misma ruptura, dar un paso más, ser mejores. No está mal tampoco decir que era uno de los mejores.
Quienes venimos después nacimos como arqueólogos de la derrota -que existió, aunque no triunfó. Nos hicimos y buscamos en las cenizas, los silencios, los miedos, las historias reconstruidas en cocinas, charlas, ruinas, comenzamos desde otro punto, con otro peso sobre el pecho, el de 30 mil detenidos-desaparecidos, los bebés secuestrados, un genocidio.
El pasado de los ‘60/’70 tiene fuerza de gravedad. Siempre se vuelve a él, desde un lugar distinto según nuestro propio tiempo, nuestras necesidades, los avances o retrocesos. Hoy por ejemplo pienso y escribo a Walsh desde Venezuela, en una revolución asediada por el imperialismo y las traiciones internas, épica, aislada, con una responsabilidad histórica única, y un pueblo -siempre dudo en usar esta palabra- con una capacidad de resistencia que nos sorprende cada día. En ella pongo el cuerpo y la palabra, intento, como enseñó Walsh, acortar esa distancia hasta hacerla indivisible.
También lo recuerdo, le pregunto, desde la realidad de una Argentina que llega como un ataque directo, donde las clases dominantes -esas mismas que nos mataron en masa- buscan recuperar terreno perdido, y dicen en editoriales que fueron 8 mil, que eran terroristas, y que se debe liberar a los genocidas de las cárceles. Nombro con esto sólo uno de los tantos golpes que intentan descargar.
Walsh está presente cada día en los textos, la militancia, la relación/conflicto entre ambos. Es una pregunta que regresa: ¿para qué y quiénes escribimos? No existe la victoria por fuera de la victoria colectiva. Es bueno decirlo en tiempo de intelectuales -palabra generosa- francotiradores, que opinan sin riesgo, no juegan el partido que pretenden dirigir desde computadoras. De qué sirve este texto que escribo mientras ya es de noche y sigue el ruido de ventilador y teclado. ¿Cómo contaré el desalojo de campesinos en una revolución? Hay en el futuro de esos campesinos un futuro compartido. Igual que en el de los comuneros. El camino de los héroes de nuestros textos es el nuestro.
Tenemos una responsabilidad con Walsh.
Nos dejó las mejores conclusiones con su vida y sus palabras.