Parresía. La libertad de palabra construye la pluralidad de voces
Luego del escenario de las PASO, y a días de las elecciones generales, el cambio de postura de medios y periodistas oficialistas, abre de nuevo la necesidad de un debate profundo sobre los postulados de la desarmada ley de medios. Es necesario avanzar en una nueva regulación y legislación que plante las bases del acceso universal a las herramientas de la comunicación y la alfabetización para su mejor aprovechamiento social, que restringa la monopolización de la palabra permitiendo la pluralidad de voces, piedra angular de la democracia.
Por Ariel Duarte/El Furgón –
Michel Foucault en el curso “El coraje de la verdad” -el último que el filósofo dictó en el Collége de France, entre febrero y marzo de 1984- rescató para el pensamiento y la sociedad contemporánea, el concepto antiguo de parresía. A este se refería como la acción del hablante que, en el marco democrático, reconoce que tiene un deber respecto de la verdad para mejorar la comunidad, más allá de ninguna otra consideración, y elige libremente la franqueza y la libertad de palabra en vez de la persuasión, la falsedad o el silencio. La libertad de expresión nació así como libertad de palabra y posteriormente fue protegida y consagrada como libertad de creación en el marco democrático.Esta práctica se sitúa en la prehistoria y como eje fundante del periodismo conformando una estrecha e histórica relación con la ciudadanía.

A diez años de la Ley de Medios, promulgada en octubre de 2009, quedan sólo vestigios de la validez de esta legislación. El macrismo disolvió los órganos de aplicación y los reemplazó con una institución que aún está acéfala. Derogó, recortó y modificó la mayoría de sus artículos. Quitaron las trabas a cuantas licencias de televisión y radio puede tener un titular y el plazo (por cuánto tiempo). Todas decisiones tomadas por Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) y resoluciones administrativas. El argumento: Que la ley no comprendía a las nuevas tecnologías.
En consonancia al imperativo de una reforma constitucional en materia de medios, el que se expresó a favor fue Eugenio Raúl Zaffaroni, juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y ex ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación: “Hay que insistir con otra ley de medios o crear otra. Hay que repensar el Estado, reformar la Constitución e incluir en la Constitución esa ley de medios”, calificó el juez y continuó: “no cabe duda de que hay que legislar con los medios” y deliberó que “hay un monopolio de medios que genera una realidad única, eso es incompatible en una democracia plural, creo que lo que queremos es una democracia plural, y eso requiere un pluralismo de medios”.

El desfile discursivo de los medios oficialistas que se vio el día después de las PASO dejó expresiones del tipo: “No llegue a dimensionar con total envergadura el daño que el ajuste le terminó haciendo a la clase media y la más pobre”, “No investigue lo necesario”, “No me digan que me di vuelta”. Otras más categóricas: “Parece que el cambio era Alberto, no Macri”, “La big data se la van a tener que meter en traste, ¿lo entendió, Señor Presidente?, sino mire el mapa”. Algunos hasta se animaron a hacer diagnósticos patológicos: “La conferencia de Macri hay que leerla como la de un hombre afectado por el mal de hubris, el paciente piensa que todo lo hace bien y que los otros no lo entienden, es decir, Macri hoy”. Se habló incluso de listas negras de periodistas. Estas declaraciones no asombrarían si no fuese que vienen de todo el arco del periodismo oficialista. Desde Luis Majul, pasando por Eduardo Feinmann y Luis Novaresio, hasta Jorge Lanata y Alfredo Leuco, entre otros. Todos se hicieron eco de los resultados de las elecciones primarias pero en tono crítico como nunca antes se había visto en estos cuatro años de Gobierno PRO. Es en ese carácter crítico que vislumbra un oportunismo para nada arbitrario y que debería abrir de nuevo la necesidad de un debate serio, sincero y profundo sobre los postulados de la desarmada ley de medios. Es menester avanzar en una nueva regulación y legislación que plante las bases del acceso universal a las herramientas de la comunicación y la alfabetización para su mejor aprovechamiento social e individual y que impida la monopolización de la información permitiendo la pluralidad de voces, piedra angular de la democracia.

Antonio Gramsci (1891-1937), teórico, filósofo y político italiano, pagó con once años de cárcel, ejercer la parresía y haber enfrentado a las clases dominantes de Italia queriendo hacer una sociedad mejor, como le pasó también a Sócrates en la antigua Grecia, acusado de corromper a los jóvenes y a la polis. La verdad históricamente siempre se pagó con la muerte. En esos once años encarcelado, Gramsci trató de explicarse por qué la gente piensa como piensa, cómo era posible que no se comprendiera la raíz represiva y antiobrera del fascismo. Cómo podían apoyarlos aquellos que iban a ser marginados y hasta reprimidos por el gobierno de Mussolini. Por qué las mayorías populares siempre obedecen y votan a las minorías aún en contra de sus intereses.
Para ello analiza y escribe, 32 cuadernos donde explica la hegemonía de los sectores dominantes y la construcción de un sistema de dominación, coerción y consenso. En este punto sostiene que gracias a los medios y técnicas de socialización (medios de difusión masiva), se genera una falsa conciencia social (ideología), cuyas creencias y representaciones legitiman las acciones hegemónicas sobre el resto de la sociedad, dando paso a un conductismo de las clases subordinadas para lograr una cohesión social que permita la aceptación de los valores e intereses de los sectores dominantes como naturales y lógicos.
Hoy, en la globalización y el liberalismo, el problema se radicaliza. El mercado adopta un espacio irreversible y su dominio profundiza la manera en que el capitalismo se transforma en la única manera de entender el desarrollo de la sociedad. Ya es conocido el rol de la palabra como herramienta de poder y la información como aparato ideológico, pero no por eso hay que doblegarse. La verdad es un contrapoder y ahora viene el momento de reforzar lo que se tiene y pelear por lo que falta. Lo que importa y no debe dejar de alarmar, es la impunidad para mentir. Porque la mentira es la muerte de la verdad. Y, frecuentemente, en muchos medios del ostentoso “periodismo independiente” se hizo uso y abuso de ésta.Los periodistas tienen que ser conscientes del poderío y el compromiso social e individual que tienen en la palabra y actuar en consecuencia. En eso, como en tantas otras cosas, se puede aprender de la historia y la experiencia griega.