Silvia Plath. Poeta, mujer y víctima
Por Flavio Zalazar, desde Rosario/El Furgón –
Hace más de cincuenta y cinco años se quitaba la vida la escritora norteamericana Sylvia Plath en un departamento del centro de la ciudad de Londres. Dejaba dos chicos, un libro publicado, varios inéditos y una relación de idas y vueltas con el también escritor Ted Hughes, padre de sus hijos. Hoy es la expresión del desencanto o quizás la asfixia de la mujer/ poeta en el siglo XX.
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¿Qué hace a una poeta prender el gas de la cocina y meter la cabeza en el horno? Joven, hermosa, egresada en literatura y periodismo, Sylvia recibe la beca Fulbright y viaja a Inglaterra, a la Universidad de Cambridge. Allí conoce al poeta Ted Hughes, con quien contrae matrimonio. La pareja, a instancia de la familia Plath, se asienta en los Estados Unidos, en las inmediaciones de Boston. A dos años de casada descubre a su marido correteando alumnas en el Smith College, lugar donde ella enseñaba escritura creativa. En pos de restituir el vínculo, los esposos vuelven a las islas británicas. Una breve temporada de convivencia en North Tawton sella la separación, la mudanza de ella con sus dos hijos a la capital inglesa y la inauguración de una puerta a los infiernos.
Acosada por el alquiler, las llamadas maternas exhortando a la vuelta con Hughes, las horas cátedras, la crianza de Frieda y Nicholas y los requiebres sexuales con su ex, Plath toma la decisión última, la final. Tenía treinta un años, había nacido un frío otoño del año 1932. Corría el invierno de 1963.
Extravagante en intensidad, su poesía va más allá de lo confesional, raya la locura ditirámbica, The Colossus (1960), la única colección publicada en vida lo refrenda. Luego se publicaron Ariel (1965), Crossing the Water (1971) y Winter Trees (1971) a instancias de su editor post mortem, Ted Hughes, convertido en el cancerbero de la obra, pero también de los infiernos de la mujer.
Premonitorio tal vez, aquí se presenta Advertencia:
Si diseccionás un pájaro
para hacer un esquema de la lengua
vas a cortarle la cuerda
que articula el canto
Si desarrollas una bestia
para admirar la crin
vas a arruinar el resto
donde nace el pelaje.
Si arrancás el corazón
para ver cómo funciona,
vas a detener el reloj
que sincopa nuestro amor.