martes, enero 14, 2025
Nacionales

El paro del 29 de mayo y un laberinto de espejos

“Mucho se ha hablado y poco se ha dicho, sobre la necesidad y la urgencia de apoderarnos de toda nuestra historia,de rechazar el canto de sirena imperialista que nos invita a olvidarla y esperar, con la boca abierta y la mano tendida, que una mano poderosa nos brinde algo de lo que sobra, a cambio de que entreguemos todo lo valioso que hemos creado…”  Fernando Martínez Heredia.

Por Jorge Montero/El Furgón –

Hace ya cincuenta años ocurrió lo mismo. Augusto Vandor convocó a un paro de 24 horas para el viernes 30 de mayo de 1969. Eran otros los protagonistas, otro el país, el mundo, y muy diferentes las circunstancias. Pero algo esencial era idéntico. Tal vez convenga recordarlo, para quienes no lo saben y, sobre todo, para quienes tienen memoria frágil.

Vandor, secretario general de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) y líder de las 62 Organizaciones Peronistas, había sido la clave para que la dictadura militar de la autodenominada “Revolución Argentina” pudiera establecerse. No usaba traje ni corbata, no trataba de tener aspecto de empresario, como sus sucesores de hoy en la cúpula de la Confederación General del Trabajo (CGT). Pero cumplió exactamente el mismo papel: contener y desviar al movimiento obrero para que el imperialismo y el gran capital local comenzaran a aplicar la política que hoy, medio siglo después, llega a su culminación.

Augusto Timoteo Vandor

El compromiso de Vandor y las 62 con el gobierno del general Onganía abrió la posibilidad de una fractura en la central obrera. Así nació la CGT de los Argentinos encabezada por el dirigente gráfico Raimundo Ongaro. El descontento de los trabajadores multiplicó aquellas grietas y dio lugar a la aparición de nuevos liderazgos sindicales apoyados en las bases y con una orientación de clase.

En Córdoba los sindicatos acordaron que la huelga se iniciara al mediodía del 29 de mayo con una movilización que recorrió las calles al grito de: “Luche, luche, luche, no deje de luchar por un gobierno obrero, obrero y popular”. Y ese día -un luminoso día para la historia argentina- ocurrió el Cordobazo. Una insurrección de obreros y estudiantes en el joven corazón industrial del país.

En la noche de ese 29 de mayo de 1969, Vandor convocó a la huelga general de 24 horas. El dictador en el gobierno, casi tan lúcido como el actual presidente, no sabía que su historia había terminado ese día, aunque las apariencias lo mostraran todavía por un tiempo como jefe de Estado.

Y empezaba otra historia. La de la lucha por la independencia política de los trabajadores, cuya vanguardia se había sublevado en Córdoba.

Saúl Ubaldini

Del otro lado, la burocracia de la CGT Azopardo, con Vandor al frente, lanzaba su ofensiva estratégica contra esa fuerza poderosa que desde las entrañas de la sociedad pugnaba por romper la camisa de fuerza impuesta al movimiento obrero por la ideología de conciliación de clases del peronismo político y sindical.

Aquella operación, fue coronada con éxito por las clases dominantes. Una vez encuadrado el movimiento de masas y aislada su vanguardia, se abrió paso la fase final de la maniobra estratégica: el exterminio físico de todos los que real o potencialmente pudieran significar una alternativa de clase, una amenaza para el aparato sindical y político sobre el cual se apoya el sistema capitalista en Argentina.

Así fue en aquella oportunidad histórica, simbólicamente iniciada por el Cordobazo. La respuesta del capital se inició con la huelga lanzada por Vandor y culminó con la masacre de la dictadura cívico-militar. Y toda la operación la condujo Juan Domingo Perón y la instrumentaron los aparatos bajo su mando.

Juan Carlos Onganía

Allí está ahora el contenido de la súbita combatividad de la mafia cegetista. No hubo, en este caso una insurrección de la vanguardia del movimiento obrero. Por tanto, alcanzó con un “paro matero”, desmovilizador. El proceso es completamente diferente en la forma. Pero no deja de ser amenazador en su contenido. Y exige una respuesta indispensable del capital: otra vez, una maniobra política destinada a impedir que la fuerza que bulle bajo la superficie tome la forma de una organización independiente de los explotados y oprimidos, con un programa propio que, por imperativo ineludible de las circunstancias, debería tener un contenido antimperialista y anticapitalista.

Los agentes del imperialismo y el capital, por lo tanto, se disfrazan de combativos para presentarse como dirigentes de ese movimiento inevitable, encuadrarlo en sus aparatos, enfilarlo tras una propuesta electoral, con consignas, partidos y personajes diferentes, pero con el mismo contenido esencial, es decir de defensa de la propiedad privada de los medios de producción.

René Salamanca

¿Vamos a repetir la historia delas vertientes combativas del sindicalismo peronista, que alineó finalmente sus fuerzas tras la figura de Perón, impidiendo de hecho la independencia política de los trabajadores y luego, tras extinguirse como la llama de un fósforo, intentó -y continúa intentando- maniobras políticas que lo han llevado paulatinamente a ponerse al servicio de lo más retrógrado que existe en el país?

¿Vamos a repetir la historia de las propuestas que llamaban a “corregir desde adentro” al peronismo?

¿Vamos a enajenar nuevamente tanta sangre joven, tanta generosidad, tanta valentía, tras falsos dirigentes impuestos por los burgueses de aquí y de afuera?

¿O acaso vamos a permitir que la sed de justicia se transforme en una reacción visceral, sin planes basados en las enseñanzas de las luchas del movimiento obrero aquí y en todo el mundo, para que la justa ira de los explotados y humillados pueda ser malversada o, incluso manipulada?

Contra toda apariencia, ¿cómo estamos hoy respecto a la mañana siguiente al Cordobazo? La analogía debe ser acotada, porque a diferencia de lo ocurrido en circunstancias semejantes, no está Perón en la reserva como en 1969, no está la UCR como en 1982, ni el PJ como en 1989; mucho menos la ilusión de un “capitalismo con rostro humano” como en 2003.

R. Ongaro y A. Tosco

Tras otro contundente paro nacional,pueden hoy Héctor Daer (exhortando a “las autoridades que tomen acciones inmediatas para lograr frenar esta caída que estamos viviendo en nuestro país”), Juan Carlos Acuña (afirmando que “el paro no es político, no es contra nadie, es un reclamo para que la situación cambie”), Hugo Moyano (sosteniendo “estamos haciendo el esfuerzo para poder en octubre cambiar la historia nefasta”), Hugo Yasky (atizando “es el paro de mayor contundencia en la era Macri, gracias a que lo convocamos la CGT, las CTA y las asociaciones empresariales Pyme”), execrables representantes de la burocracia sindical, ¿engañar a algún trabajador, a algún joven?

La Confederación General del Trabajo decretó la quinta huelga general durante el gobierno de Macri. Decretar es el verbo correcto. No se trata de una convocatoria a los trabajadores. Mucho menos de un proceso de asambleas obreras y populares para decidir un plan de lucha y contraponerlo a la estrategia de las clases dominantes. La maniobra cegetista presupone que el capital (o al menos una de sus fracciones) asumió lo obvio: Mauricio Macri ya no sirve más en el poder. No importa cómo se desarrollen los acontecimientos que dependen de innumerables factores internos y externos. Pero, así como el pase de Vandor a la oposición reconocía un cambio de régimen político ineludible, hoy la suerte del gobierno de Cambiemos parece estar echada.

Esta vez son las elecciones. Es el aquelarre, en que se ha transformado el otrora poderoso aparato peronista, el que convoca, como si ya no hubiéramos tenido suficiente.  Creer en Perón en 1970, respaldar a Ubaldini en 1980, votar a Menem en 1989, preservar a Duhalde en 2002, optar por Kirchner en 2003. Persistencia en buscar caminos contrarios a la independencia política de los trabajadores.

Al centro, Hugo Moyano

Estos son componentes distintivos de la situación política argentina, enmarcada en una profunda crisis del capitalismo, que lejos de atenuar las contradicciones de clase, las exacerba al extremo; lejos de alentar el crecimiento, arrastra a la decadencia; lejos de garantizar la paz, provoca la guerra; lejos de afirmar la estabilidad política, hace tambalear a los gobiernos; lejos de profundizar la democracia, conduce al recorte de los derechos humanos y las libertades individuales… a la represión.

Y esto es un imperativo del funcionamiento del mismo sistema. No depende de quién sea el titular del ejecutivo, el ministro de economía o del diputado que se apoltrone en el Congreso. Ocurre que el efecto mayor de la crisis capitalista es la polarización de las dos clases fundamentales de la sociedad -proletariado y burguesía- y la agudización extrema de las tensiones entre ellas. Ninguna fuerza política que pretenda mediar en este conflicto puede gobernar un país en momentos como este.

Además, en Argentina este proceso tiene un rasgo particular: ni el proletariado ni la burguesía cuentan con un verdadero partido, capaz de asumir la representación de su clase en el ejercicio del gobierno contra la otra. Aquel porque no llegó a edificarlo; ésta porque se le han desmoronado sistemáticamente -como en el caso de Cambiemos-, precisamente a resultas de la crisis. La polarización social que ya es un hecho y seguramente se acentuará día a día, no tiene representación política. Y es en este marco que se llevan a cabo las elecciones.

Las calles durante el paro del 29 de mayo

En la historia que se escribirá dentro de décadas, aquella fase de la lucha del movimiento obrero, que simbólicamente tuvo su punto de partida en el Cordobazo, y a la que hoy muchos ven como una derrota irreparable, aparecerá como un ensayo general. Ensayo cargado de heroísmos y dobleces, de alegrías muy hondas y dolores insondables, porque así es la historia de la lucha por la libertad del hombre. Un recorrido necesario parar arribar a la meta, al socialismo.

La nueva fase, la que transcurre ahora, figurará en la historia futura de acuerdo con lo que hagan sus protagonistas. Es decir: lo que hagamos cada uno de nosotros.