Elecciones, pactos sociales y cordobazos
“El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”
Antonio Gramsci
Por Jorge Montero/El Furgón –
A una velocidad que supera todos los pronósticos, la crisis económica y social ha pasado al terreno político. Las clases dominantes, unificadas sin fisuras hasta poco tiempo atrás en apoyo a Mauricio Macri, exponen ahora públicamente graves tensiones internas y disputan diferentes tácticas frente a las elecciones. Los integrantes de la Asociación Empresaria Argentina (AEA), donde se concentra el centro decisivo del capitalismo en Argentina, comprueban que “su gobierno” no tiene tierra bajo sus pies y buscan alternativas con pasos vacilantes. ¿Mantener, bajo dificultades extremas, el apoyo a Macri y Cambiemos? ¿Jugar su futuro a un candidato “moderado” como Roberto Lavagna? ¿Negociar con la dupla Fernández-Fernández y el aquelarre peronista?
Aun cuando la iniciativa –en todos los órdenes– está en sus manos y la de sus agentes, les urge recomponer el entramado político. Saben que el tiempo es fugaz, y la crisis política se precipita. Desde hace mucho tiempo en Argentina no hay partidos políticos, ni fuerzas armadas, ni sindicatos, ni institución alguna capaz de gobernar efectivamente el país. Una realidad que no se ha manifestado con toda su potencialidad explosiva porque, al otro lado de la frontera social que separa explotadores y explotados, no hay una fuerza capaz de presentarse como proyecto alternativo de país.
A poco más de un año de la última corrida que culminó con el abrazo mortal del FMI, el país tuvo tres presidentes del Banco Central, el dólar subió 110 por ciento, el riesgo país se duplicó, el valor de las acciones medido en dólares cayó más del 50 por ciento, la fuga de capitales se hizo imparable. En todo este período la inflación fue del 54,7 por ciento y la canasta básica aumentó el 61,5 por ciento. Simultáneamente, las jubilaciones, pensiones, y las asignaciones por hijo, que cobran ocho millones de personas perdieron un 25 por ciento de su valor; más de 250.000 empleos formales fueron borrados del mapa y los ingresos de cerca de 4 millones de empleados públicos se desvalorizaron en un 30 por ciento.
Las consecuencias de este fenómeno están a la vista: vastos sectores de la población cayeron en la miseria y la indigencia. Hoy el endeudamiento se multiplica socialmente y el hambre cunde en el país que se ufana de tener el potencial de alimentar a cuatrocientos millones de personas. Estos son los “éxitos” que supieron conseguir nuestras clases dominantes y su gobierno, encabezado por Mauricio Macri.
Desesperados, temerosos, confundidos, los de abajo, como sobrevivientes de un naufragio,se aferran al primer madero que encuentran tras el desastre provocado por Cambiemos. Esperan a octubre y ponen su mirada esperanzadora en aquellos candidatos que prometen acabar con la ignominia. En este panorama desolador, Cristina Fernández de Kirchner parece ser la única que despierta algún tipo de expectativa popular.
Lejos dela metáfora del tablero de ajedrez, utilizada por el periodismo,la escena nacional ha quedado a merced de alquimistas que buscan la piedra filosofal. Ahora es el anuncio de la fórmula Alberto Fernández/Cristina Fernández, catalogada como jugada “genial”, “estratégica”, “única”, para quienes pretenden derrotar a Cambiemos en el desafío electoral.
Es la reedición de “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, afirman con sapiencia analistas variopintos. Una nueva abdicación histórica: “renuncio a los honores, pero no a la lucha”, se convencen los mitómanos del peronismo. La realidad, sin embargo, discurre por otro carril. Y el anuncio de Cristina Fernández trasunta un gesto de impotencia extrema: la imposibilidad histórica de un proyecto encabezado por la burguesía local; el inevitable fracaso del “capitalismo con rostro humano”; la muerte anunciada de una política que encabezó durante 12 años, con rótulos de “neokeynesianismo” y “neodesarrollismo” y buscó recomponer el Estado burgués después del gran colapso de 2001, que cerró el período abierto por Raúl Alfonsín en 1983.
Sorprendentemente el ungido Alberto Fernández se transforma de la noche a la mañana en un estadista capaz de aspirar a la presidencia. Su prontuario parece haberse evaporado. De lobbysta al servicio de personajes como el ex diputado Eduardo Varela Cid, denunciado como agente de la CIA; legislador por la Ciudad de Buenos Aires en la lista que en año 2000 encabezaron Domigo Cavallo-Gustavo Béliz; administrador de la campaña presidencial de Eduardo Duhalde-Palito Ortega, donde se lo vinculó a fondos provenientes del cartel de Juárez y a la penetración de esa organización narcotraficante en la provincia de Buenos Aires; jefe de gabinete de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández, hasta que abandono el barco en medio de las tormentas desatadas con el conflicto rural por la pretendida suba de retenciones; para continuar su periplo como jefe de campaña de Sergio Massa primero y Florencio Randazzo después; y volver al redil recitando: “Sin Cristina no se puede, sólo con ella no alcanza”.
Ahora es el hombre destinado a poner orden entre las facciones peronista encabezadas por gobernadores, intendentes del conurbano y siniestros figurones del aparato partidario, que disputan poder a dentelladas. Presentándose como garante clave en el relacionamiento con el capital financiero, “Los acreedores quieren cobrar y nosotros queremos pagarles”, declaró para ámbito.com. Y el de mejor diálogo con la embajada estadounidense; para lo cual se presenta, además, como un enemigo pertinaz de la Revolución Bolivariana y del presidente Nicolás Maduro.
Cristina Fernández de Kirchner es saludada como la hacedora de semejante portento.La presentación del libro “Sinceramente”, su presencia en la cumbre del Partido Justicialista y finalmente el anuncio de la fórmula presidencial Fernández/Fernández, son golpes de efecto que tratan de instalar a la ex presidenta argentina como protagonista indiscutida de la escena pública.
Su convocatoria a reeditar el “Pacto Social” que encabezara el presidente Juan Domingo Perón y su ministro de Economía José Ber Gelbard, con el acompañamiento de José Ignacio Rucci y la burocracia de la CGT (Confederación General del Trabajo) en los años 1973/74, tiene tanto de representación, como tan poco de sustancia.
La excusa para el hecho político fue la presentación del libro “Sinceramente”, durante la lluviosa noche del jueves 9 de mayo en el predio de la Sociedad Rural abarrotado de público. El marco lo dio la Feria del Libro, que en ediciones anteriores recibió autores de la talla de José Saramago, Ray Bradbury, Paul Auster, Ítalo Calvino, Jorge Amado, Susan Sontag, Elena Poniatowska, José Donoso, Henning Mankell o Eduardo Galeano… ahora era el turno de la ex presidenta. “Va a ser necesario algo más, un contrato social de todos los argentinos y argentinas, con metas verificables, cuantificables, exigibles” –demandó Cristina Fernández– “Me acuerdo del Pacto Social de Perón y José Ber Gelbard, un gran dirigente empresario, nos faltan dirigentes empresarios de esa magnitud…”
A fines de la década de los ’60, cuando era evidente que la dictadura del general Onganía y su proyecto de la “Revolución Argentina” se desmoronaban, los jefes de las dos instituciones políticas más representativas del capital hicieron un acuerdo para afrontar la transición. Esta sería previsiblemente muy difícil, porque venía precedida por acontecimientos como el Cordobazo, el Rosariazo y otras movilizaciones de masas indicativas de una honda crisis social y política. Aquel acuerdo, firmado en noviembre de 1970, denominado Hora del Pueblo, fue presidido por Juan Domingo Perón, el jefe de la estructura del Partido Justicialista, y por el dirigente más reaccionario de la Unión Cívica Radical, Ricardo Balbín.
Reunión de integrantes de “La Hora del Pueblo”
Frente a la dictadura, claro, el retorno a la democracia burguesa era una victoria. ¿Pero cómo posicionarse frente a esa victoria? ¿Asumiendo lo inmediatamente posible, aun considerándolo un mal menor, para evitar un mal mayor? ¿O sentando las bases de un proyecto de país, de sociedad, con proyección socialista? La alternativa fracturó a las vanguardias. En marzo de 1973 ganó el candidato de Perón, Héctor José Cámpora. Balbín se restregó las manos. Allí se encuentran las bases políticas del efímero “Pacto Social”, y el intento de la burguesía local de poner límites a la voracidad imperialista.
A Cámpora lo voltearon pocas semanas después. Nuevas elecciones. Perón puso a su esposa como candidata a vicepresidenta. La fórmula Perón-Perón triunfa en septiembre con el 61,85% de los votos. Hasta el Partido Comunista los vota. El mal menor. Mientras tanto operaban las bandas terroristas comandadas desde la Casa Rosada. Un sector importante de la vanguardia se lanzó a la guerrilla. Otro apoyó al gobierno, con lenguaje combativo. “Es el entorno”, decían. Ataques paramilitares a sindicatos no controlados por la burocracia, donde un sector considerable, pero minoritario de la vanguardia, intentaba afirmar una perspectiva obrera y socialista. Asesinato a gran escala de dirigentes clasistas y militantes revolucionarios. Se multiplican las huelgas. Surgen organismos de democracia obrera: las coordinadoras. Muere Perón. Asume su sucesora constitucional. Las operaciones terroristas de las Tres A se multiplican.
El otro mal menor, Balbín, hace una amalgama siniestra, uno de los crímenes más graves de nuestra historia: para enfrentar el alza del movimiento obrero, que comienza a crear organizaciones propias, independientes, clama el aniquilamiento de la “guerrilla fabril”. Los obreros son guerrilleros. Hay que tratarlos como tales. Las Tres A y el ejército atacan a los trabajadores de Villa Constitución.
El “Villazo”
Meses después, cuando todo el cuadro se agrava, Balbín emite otra frase histórica: “soluciones hay, pero yo no las tengo”. El mal menor para las elecciones que ya no serán le cede el paso a los militares. El país se hunde en las tinieblas. Eran otros tiempos. Y la historia no se repite. Excepto, como sostenía Marx, para darle forma de farsa a lo que antes tuvo carácter de tragedia.
“Miren los Estados Unidos: la economía vuela, tienen el índice de desempleo más bajo desde hace cincuenta años (…) algunos se dieron cuenta que tenían que volver a generar trabajo industrial dentro del país para volver a generar riqueza. Sería bueno que aquellos que viajan tanto y escuchan tanto lo que dicen allá también imiten lo que hacen allá”, volvió a ilustrar Cristina Fernández. En momentos en que la gobernadora de la Reserva Federal, Lael Brainard, daba su discurso en Washington alertando sobre el riesgo que para el sistema representan el endeudamiento en flecha y el desenfrenado crecimiento de la desigualdad en el país del norte. Ni una palabra de la ex presidenta sobre el rol del imperialismo en el mundo y en Latinoamérica. Ni una muestra de solidaridad con la Revolución Bolivariana. Mucho menos, por supuesto, que detrás del feroz ajuste de Macri y el FMI está el propio gobierno estadounidense como su principal impulsor.
Los gestos se suceden sin solución de continuidad, desde el viaje de Axel Kicillof para disertar en el Wilson Center de la capital estadounidense, garantizando el pago de la deuda ante los representantes más selectos de las finanzas internacionales, a la cesión de la hegemonía peronista al sojero Omar Perotti en las elecciones de Santa Fe, o el levantamiento de la lista del “kirchnerista” Pablo Carro en Córdoba, y el apoyo no retribuido a Juan Schiaretti.
Mientras tanto la sociedad está al borde de un ataque de nervios: el dólar vuelve a dispararse, la actividad económica se desmorona, los despidos no cesan, la inflación se realimenta, el riesgo país bate récords. En el centro de la crisis: la deuda pública. Argentina se disgrega. Los efectos de la economía –local e internacional– caen como misil sobre los trabajadores.
En 2020, entre capitales e intereses hay vencimientos por 60.000 millones de dólares. No hay forma de que el próximo gobierno pague esta suma. Y si no cae en default, deberá refinanciar, por lo menos, los vencimientos de capital. Como es conocido, en estas refinanciaciones los acreedores, sea privados o institucionales, imponen duras condiciones que apuntan a extender la miseria de las masas populares.
Sin dudas las clases dominantes necesitan que el peronismo se reconstruya, para actuar como el “partido del orden” en última instancia, al que ya debieron recurrir en 1973 para contener la marcha de la clase obrera y la juventud hacia el socialismo, o tras el levantamiento popular que generó la crisis de 2001, con Eduardo Duhalde primero y Néstor Kirchner después. Este parece ser el rol que la fórmula encabezada por Alberto Fernández-Cristina Fernández ofrece al gran capital: un gobierno racional y moderado,capaz de acometer con las “impostergables” reformas que la burguesía demanda (por ejemplo, la reforma laboral), garantizando a un tiempo la “paz social” ante el riesgo cierto de una rebelión espontánea y generalizada.“No se trata de volver al pasado ni de repetir lo que hicimos del 2003 al 2015 (…) el mundo es distinto y nosotros también” dejó en claro CFK, desautorizando a los militantes que cantaban en el predio de la Rural,el remanido “vamos a volver”.
El recientemente reelecto gobernador de Córdoba, el peronista Juan Schiaretti, acaba de fotografiarse en medio de risas y abrazos con Mauricio Macri en la Casa Rosada. La segunda provincia del país, epicentro de la Reforma Universitaria que en 1918 fue ejemplo de toda América Latina, atraviesa 2019 en medio de dos aniversarios fundamentales para entender su historia: el 29 de mayo se cumplen 50 años de El Cordobazo, que como definiera uno de sus símbolos emblemáticos, el dirigente de Luz y Fuerza Agustín Tosco, “…es la expresión militante, del más alto nivel cuantitativo y cualitativo de la toma de conciencia de un pueblo, en relación a que se encuentra oprimido y a que quiere liberarse para construir una vida mejor, porque sabe que puede vivirla y se lo impiden quienes especulan y se benefician con su postergación y su frustración de todos los días”. Y en febrero se conmemoraron 45 años del Navarrazo, golpe de Estado policial contra el gobierno popular de Ricardo Obregón Cano y Atilio López, en plena presidencia de Perón, quien entonces se limitó a expresar: “que los cordobeses se cocinen en su propia salsa”.
El Cordobazo – Canal Encuentro
Si bien las luchas en defensa de los derechos humanos en la provincia lograron movilizar miles de hombres y mujeres en estos años –por Santiago Maldonado, contra el 2×1 que promovía la impunidad de los genocidas, cada 24 de marzo–, junto a una fuerte presencia del movimiento de mujeres en reclamo de la legalización del aborto; si bien las organizaciones de la economía popular junto a agrupamientos juveniles y culturales, logran mostrar masividad en sus marchas, y llenar de color y rebeldía las grises calles capitalinas –Defensa del Bosque Nativo, Marcha de la gorra–; cuando incipientes agrupamientos desde abajo se dan en muchas barriadas de la capital y zonas del interior provincial; es en los momentos eleccionarios cuando Córdoba muestra su rostro más descarnado. Con Schiaretti en el gobierno, las sombras del Navarrazo, aquel ensayo de lo que sería la dictadura cívico-militar, parecen no querer quedar atrás.
Tras la tenebrosa noche del terrorismo de Estado la sociedad argentina fue ganada por la idea de que la así llamada democracia conquistada, lo era de verdad y consistía en elegir buenos representantes primero cada seis, luego cada cuatro o dos años. Así como fueron escasos los intentos de explicar por qué nuestro país y la región estuvo plagada por regímenes criminales, también fue exiguo el esfuerzo por comprender la naturaleza de la crisis que ahora, en plenitud de los gobiernos constitucionales, destruía partidos políticos, hundía sindicatos, entronizaba corruptos, abría camino a un nuevo flagelo contemporáneo: droga y narcotráfico, como centro mismo de su modelo de valorización del capital, hasta llegar a convertir esa democracia en una pantomima grotesca.
Sin dudas con estas elecciones generales, la burguesía aún fraccionada, retiene un espacio estratégico. Durante un período impreciso, continuará gravitando sobre la sociedad argentina, el hecho incontrastable de que el grueso abrumador de la población votó –aun cuando no sean lo mismo– candidatos amarrados al gran capital, que no pueden conducir al país sino a la aceleración de la descomposición y degradación que nos golpea desde hace décadas.
Si queremos otro país, si rechazamos la subordinación a la Casa Blanca y el FMI, si intentamos resistir las políticas de ajuste del capital, si aspiramos a asumir una propuesta diferente basada en las necesidades de los trabajadores, las juventudes y las grandes mayorías, y pretendemos una acción colectiva consciente y organizada; es posible hoy comenzar a debatir ideas y, como diría Gramsci “con el pesimismo de la inteligencia pero con el optimismo de la voluntad”, dar los primeros pasos que la situación política nos demanda.