viernes, diciembre 13, 2024
Por el mundo

El pueblo de Chile recuerda a Salvador Allende en las calles de Santiago

Por Luis Brunetto, desde Santiago de Chile/El Furgón

Decir que Chile es un cuartel es demasiado: tal vez una gran comisaría. Carabineros en todas las esquinas, de a 3 ó 4, perfectamente empilchados, orgullosos de su trabajo, cuidando el orden y tapando la basura de una ciudad que acaba en la calle San Antonio, para dar paso a otra ciudad de rascacielos, arquitectura neoclásica, edificios inteligentes y gente rica, muy rica. Una ciudad de burgueses de un lado, y proletarios del otro. Una maravilla del marketing urbano: las carpas de gente sin vivienda que a las 8 de la mañana rodean el Palacio del Museo de Bellas Artes, a las 9 ya no están, no hay ni rastros de ellas. Igual que las carpas que ocupan de a centenares las madrugadas del boulevard de La Alameda.

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Por suerte, la Plaza de Armas, la de la Moneda, han quedado de este lado de San Antonio, de nuestro lado. Eso no está muerto, dice Silvio, probadamente necio: La Moneda y sobre todo la hermosísima Plaza de Armas están pobladas de vendedores ambulantes, obreros, oficinistas y putas migrantes y chilenos, que van y vienen. Además del ejército de obreros de limpieza de la Ilustre Municipalidad de Santiago, que limpian lo que ya está limpio, y con los que se disfraza por 180 mil chilenos (unos 10 mil nuestros), el índice de desocupación más alto en décadas.

Por suerte, repito, han quedado de este lado del futuro, de lado del día en que van a abrirse las alamedas para que pasen de a miles los trabajadores chilenos. Del lado de la gente sin dientes, arrugada por el trabajo explotado, pero que lleva en la frente la marca de la dignidad de quienes han gobernado, quienes han dirigido, quienes han enfrentado con sus cerebros obreros problemas nacionales, allá entre 1970 y 1973. O en los rostros jóvenes se ve, se sabe, que una vez gobernaron: sus padres, sus abuelos, sus tíos.¡Eso no está muerto, señores carabineros! ¡No nos lo mataron, generales, momios y burgueses de Chile!

En Chile, el 11 de septiembre no es feriado. Lo fue bajo la dictadura, desde 1981, recordando el golpe contra Allende con el rótulo cínico de “día de la Liberación Nacional”. El feriado fue transformado, en 1999, por un acuerdo entre Pinochet, todavía jefe de las fuerzas armadas hasta 1998, y luego senador vitalicio, y el Presidente del Senado, el democristiano Andrés Zaldívar, en día de la “Unidad Nacional”. Gobernaba por entonces el también democristiano Eduardo Frei (h), representante de la Concertación, coalición que completaban el Partido Socialista y otros grupos menores, y antecedente directo de la Nueva Mayoría que elevó a Michelle Bachelet a su segundo mandato. El socialista Ricardo Lagos, también de la Concertación, derogará el feriado en el 2002: no hubo unidad nacional, la fecha se había convertido en ocasión de batallas campales entre pinochetistas, ex momios, y los partidarios del asesinado Salvador Allende Cossens.

Por eso, el martes 11, la ciudad de Santiago amaneció normal, tratando de sobreponerse como siempre  a la nube de smog que tapa los cerros y la miseria. Y que amenaza convertirse en catástrofe ambiental: a una centena de kilómetros de Santiago, en la zona industrial de Quintero, una nube tóxica provocó hace un par de semanas la evacuación de centenares de niños de las escuelas, y un total de 400 intoxicados. La nube, que no es la niebla que abriga como una infinita frazada blanca las mañanas de los valles del camino a Valparaíso, puso a la región en virtual estado de movilización contra las empresas que, no hay otra manera de decirlo, lo están destruyendo todo.

El martes 11, en la esquina de la Plaza de la Moneda en que Salvador Allende desgarra el viento con la mirada fija en las alamedas que se abren y se siguen abriendo, centenares de personas pasan, vestidas de negro, de luto, a dejar sus rosas rojas. A recordar, a analizar, a preguntar por aquellos tiempos, para repetirlos. Allí se escucha a los que ocuparon minas y empresas, dirigieron cordones y empuñaron metras, y se ve en los ojos de los viejos la mirada del hermano, de la compañera. Una señora grande, de más de 70 años, envuelta en una bandera roja con la cara de Allende, con un gorro de lana negro, tejido. Muchos pasan de largo, se van, otros vienen: ella se queda allí, acomoda las flores, las coronas, las banderas que rodean el monumento. Y llora, en silencio, el llanto de los desposeídos de Chile. Llora el llanto de los que nunca, nunca, dejan de luchar.

 

Cómo el 11 no es feriado, el homenaje a Salvador se hace el domingo anterior. El 9 por la mañana, la marcha parte de la Alameda y va por San Antonio y después por Avenida Recoleta, hasta el cementerio que guarda sus restos. En cada esquina, carros de asalto, y no menos de 20 ó 30 carabineros. Las 6 ó 7 cuadras de largo de la marcha van llegando, lentas, cantando, y preparándose para la represión. Cuando la retaguardia de la columna llega a San Cristóbal y Recoleta, frente al Cerro Blanco, y a unas dos o tres cuadras de la entrada del cementerio, varios carros de asalto y centenares de carabineros cercan por detrás a la columna, sin que medie provocación ninguna. Gases, palos, arrestos, piedrazos: en esas condiciones llega la movilización al cementerio. El homenaje se hace igual. El Santiago del smog y de la niebla es ahora el Santiago de los gases lacrimógenos de los carabineros. Todavía, al volver, en Recoleta y Av. Santa María, a un kilómetro, los gases siguen haciendo llorar.“Siempre fue así”, nos dice un militante del gremio de la salud: “…con Lagos, con Piñera, con Bachelet y otra vez con Piñera”.

Todos los que marchan saben que eso va a pasar. Marchan igual. Porque aunque lloren por los gases, por la memoria de Allende y los revolucionarios caídos, y por las desgracias del pueblo trabajador en el Chile miserablemente burgués, nunca dejarán de luchar.

Videos: HISPANTV

Fotos portada e interior: https://diario-octubre.com/ – El Furgón