Legere quaeso*
Por Pibuchi (texto) y Anna Escobar (ilustración)/El Furgón –Doña Luisa sabe amasar panes, tortas fritas y calientes guisos. Vive con su oveja y por su ranchito pasaron varias pollitas. Sabe tejer, bordar y abrir la puerta para ir a jugar.
Experta en conservas, cocina dulces ilusiones a leña, la que ella misma hacha y seca para el invierno, mientras mate amargo en una mano y mermelada de sauco en otra, relata como llegaron al mundo todos y cada uno de esos que ahora juegan a la pelota.
Luisita asistió más partos de los que soporto, aprendiendo de dos propios fallidos, nunca quiso que una mujer pase por lo que ella así que le juro a su diosito que todos los hijos serian suyos. Así fue como medio pueblo fue bienvenido por sus manos suaves pero fuertes como el viento que hace sonar las chapas de su casita allá abajo, por la cuarenta yendo al sur.
Aunque todos recurriamos a ella, a veces se quedaba sola, pero sola de gente. Siempre anda la Nube, como llama a su ovejita lanuda, pastoreando por ahí.
La doña lleva en el lomo setenta y dos cansados años y un marido que se fue porque “la fallada no le daba hijos”. Fue equitativo en el divorcio dejándole la mitad de sus miserias, un manojo de penas y la casa a medio hacer. Sin tiempo de llorar, la Luisita , levantó cimientos de vida, con ladrillos de esperanza.
Aprendió mecánica, cuando más de una vez ella y el viento pusieron en marcha varios motores turistas. Te cura todos los dolores de tripa con los yuyos y hasta veterinaria se volvió un día curándole la pata a la Bruja, la yegua de Don Celso…
Y hablando de Celso…
Me acuerdo un día cuando me la crucé con cara tapada como un beduino en el desierto para proteger sus arrugas del polvo que levantan los apurados de chapa nueva. La vi acompañada de sus años, agitando con pasitos cortitos un morral hecho a mano al que le pesaban los frascos con delicias:
– Don Celso me necesita.
Ese día eran las seis de la tarde y afuera hacia tanto frío que no quedaba ni el sol.
Me mostró el papelito amarillento que decoraba su mano llena de callos. Argumentó su apuro sin darme respiro ni para justificar mi asombro.
Un minuto después, ya de espaldas, molesta por mi falta de respuesta y sin saludar, dijo: “Yo sé que me lo dejó él”.
Su enojo tenía sentido porque lo único que Luisa nunca aprendió en la vida fue a leer.
Celso, con letra temblorosa, a sus 69 otoños, le estaba pidiendo matrimonio y dejó la esquelita por miedo a un no.
Dos días después, los treinta y siete habitantes del paraje, contando a la Bruja y la Nube, estuvimos de fiesta.
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*Lege, quaeso: ‘lee, te lo ruego’. Es un refrán (paremia*) en latín muy utilizado por los romanos. En este caso su significado no está relacionado directamente con la microhistoria, pero fue el detonante de la misma.
*Paremia: La paremia es un enunciado breve, sentencioso e ingenioso que transmite un mensaje instructivo, incitando a la reflexión intelectual y moral.
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