jueves, octubre 3, 2024
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Celebremos: “Les pibis unides jamás serán vencides”

Por Paola Galano, desde Mar del Plata/El Furgón

“Les pibis unides jamás serán vencides”, fue el posteo reciente de la página de Facebook “Las pibas no nos callamos más“, un espacio de militancia feminista en el que se denuncia a abusadores, acosadores y violentos. La frase conmociona. Contiene la capacidad destructiva de una bomba atómica. Entiéndase que lo que se destruye –o lo que cae por su propio peso, es discutible- son las estructuras anquilosadas de una manera de nombrar el mundo que ya no es representativa. O por lo menos una parte para nada menor, nosotras, las mujeres, no nos sentimos representadas.

En plena ebullición feminista, en un momento crucial de Occidente en el que se revisan las desiguales relaciones que entablan hombres y mujeres (y sus múltiples formas de llevar adelante los géneros), el idioma castellano tal como lo conocemos emerge arcaico, antiguo, un bastión más del patriarcado. Y entonces ¿qué?

Entonces apareció la letra “e“. Para decir “todes”, para hablar de “hermanes” y de “diputades”, para decir que si la “o” nominaba lo masculino y la “a” lo femenino, la “e” incluye a ellas y ellos en un plano igualitario y visible y resuelve con su sonido la función que cumple en la escritura el símbolo arroba o la “x”. La “i” reemplaza a la “e” cuando las palabras ya tienen incorporada esa letra, como en el ejemplo de “pibis”.

Los períodos revolucionarios ejercieron la misma lógica: si la revolución alumbra un mundo nuevo, ese mundo tiene que poder nombrarse de otro modo. Porque ese mundo es otro, mejor, distinto y las palabras de siempre se vuelve inservibles. Es el lenguaje, espejo de ideología, herramienta del poder, el sitio para espejar la envergadura de la transformación.

Vendimiario, brumario, frimario, nivoso, pluvioso, ventoso, germinal, floreal, pradial, mesidor, termidor, fructidor. Así llamaron a los meses del año los revolucionarios franceses de 1789. Este Calendario Republicano Francés abolió al calendario gregoriano vinculado a la Iglesia Católica. El frenesí libertario decretó que el año empezaba en otoño y que cada mes tendría exactos treinta días y, sobre todo, otro nombre. En la base de la república ya no estaría el poder religioso.

Cada época tiene sus palabras. Miguel de Cervantes en el Quijote apeló a términos desconocidos para lectores y lectoras del siglo XXI. De igual manera que los y las hablantes del español de los siglos XVI y XVII no comprenderían qué decimos cuando usamos “emoticon”, “clickear”, “googlear”, “twittear” y otras propias del mundo tecnológico.

Cada grupo etario, cada tribu se adueña de unas palabras y suelta otras. Los y las adolescentes son ejemplo de neologismos que aparecen siempre en sus bocas como símbolo de identidad, como modo de diferenciarse del mundo adulto. En tiempos de “alta japa” hoy es “chapar”, hasta no hace mucho fue “transar” cuando dos se encontraban a los besos. El lunfardo es usina de palabras nuevas cargadas de ideología. Y los ejemplos siguen: el rock también tiene su argot.

Que si la Real Academia de Letras acepta o no el término “todes”, que si autoriza el uso de la letra “e” o “i” es una discusión que poco importa a los y las hablantes. Sabemos que el lenguaje es un hecho vivo, social, cambiante y poderoso. Y antes que de los académicos, es nuestro por derecho propio. Por eso la lucha feminista, la misma que popularizó conceptos como “femicidios” y “travesticidios”, también se juega en el campo de batalla del lenguaje. Y ya estamos celebrando por anticipado, sabemos que los puristas no tienen nada que hacer, porque “les pibis unides jamás serán vencides”.