1° de Mayo de 1974: El otoño del patriarca
“Lo curioso no es cómo se escribe la historia, sino cómo se borra.”
Manuel Alcántara (poeta andaluz)
Por Jorge Montero/El Furgón – “Encolumnados por Diagonal Norte, avanzando con espesor variable hacia la Plaza de Mayo, los grupos circularon pacíficamente desde el Obelisco hacia el río. Eran las dos de la tarde, un cielo inmaculado coincidía con el ambiente de fiesta: en la esquina de Suipacha y Diagonal, camiones volcadores desparramaban torrentes de manzanas, criollitas y agua carbonada, envasada en sachets de leche”. Así comienza Enrique Raab, su crónica del 1° de Mayo de 1974 para el diario La Opinión.
“A las dos y media, menos de un tercio de la Plaza estaba cubierto. Los sectores más próximos a la Casa de Gobierno se iban agrupando, enarbolando banderas argentinas y carteles por sindicatos”, continúa el cronista. “Algunos amagos de consigna no prosperaron: muchachos y chicas se intercambiaban vinchas celestes y blancas”.
“En un momento apareció, a la altura de la Catedral, la primera columna de Montoneros. La amplia bandera argentina con el sol dorado precedió, solo por segundos, a otra más pequeña con la estrella octogonal; a las 15.40, las primeras consignas montoneras resonaron por la plaza, mientras un bombo ritmaba la palabra Mon-to-neros, y otros grupos de voces entonaban ‘¿Qué pasa, qué pasa, qué pasa general, que está lleno de gorilas el gobierno popular?’”. Las primeras filas de la Plaza contestaron de inmediato, haciendo coincidir –como ya lo habían hecho el 12 de octubre– el equivalente silábico de Ar-gen-tina con el de Mon-to-neros”. El periodista Enrique Raab, detenido-desaparecido por la dictadura, da un cuadro vivo de lo que está sucediendo en Plaza de Mayo.
“Instalado en la tribuna, Antonio Carrizo presentaba a Susana Rinaldi”, recitando un poema ante la indiferencia de todos. El remedo de la Fiesta del Trabajo trataba de mitigar la tensión en aumento. “Desde las cercanías de un grupo identificado por el cartel Agrupación Bancaria Justicialista volaron hacia el sector montonero pedazos de manzanas y algunas pedradas. En el linde entre las columnas montoneras y las otras no identificadas, se iban reforzando los cordones mediante astas de banderas usadas como cerco. ‘Duro, duro, estos son los montoneros que mataron a Aramburu’ –se oyó- a las 16:20, por primera vez de modo multitudinario: la consigna tapó, implacablemente, las frases de Carrizo”.
El actor “Santiago Goméz Cou trató de llevar a buen término un fragmento de Leopoldo Lugones”, Luis Brandoni, tuvo que interrumpir su monólogo sobre ‘La Pucha’ un texto de Oscar Viale y hasta interpeló a la concurrencia: “pero que les pasa che”, o el “impagable José Marrone, ‘el querido Pepitito’, que sin embargo no llegó siquiera a articular su primer chéeee, porque un revuelo confundió, por un instante, a montoneros y antagonistas”. Un helicóptero sobrevoló la Plaza.
Los artistas populares se sucedían en el escenario. Desde abajo el grito era: “No queremos carnaval, ¡Asamblea Popular!”. Había que mantener a cualquier costo la liturgia de la Fiesta del Trabajo, marcando una clara diferenciación con marchas de banderas rojas y conmemoraciones de los ‘Mártires de Chicago’, su resentimiento y sus desmanes clasistas.
En un costado, confundidos, mientras sonaban los acordes del ‘Canto al Trabajo’ –“Hoy es la Fiesta del Trabajo/unidos por el amor de Dios/al pie de la bandera sacrosanta/juremos defenderla con honor”, compuesto por el fascista confeso Oscar Ivanissevich y Juan de Dios Filiberto–, pocos ya esperaban que se eligiera a la reina del Trabajo.
Faltaban 10’ para las 17 horas, cuando la vicepresidenta Estela Martínez de Perón, tozuda, en medio de una atronadora silbatina, coronó a la joven María Cristina Fernández, representante de Obras Sanitarias, que embolsó un par de pasajes a Europa con los gastos pagos. “No rompan más las bolas, Evita hay una sola”. El locutor Antonio Carrizo hizo denodados intentos por encausar el acto, solicitó un minuto de silencio “por la compañera Evita y los caídos en la lucha por la liberación”. Logro el efecto contrario. “Evita presente en cada combatiente”.
“A partir de ahí, todo ocurrió muy rápido: ‘No queremos carnaval, asamblea popular’, ‘Argentina peronista, la vida por Perón’, contestaban desde otros sectores” -continúa la narración de Raab- “La multitud seguía convergiendo. Adelante, rodeando el palco, unas 20.000 personas organizadas por la CGT; atrás unas 50.000 movilizadas por la ‘jotapé’ con participación de núcleos estudiantiles, radicales alfonsinistas, comunistas y de otras tendencias. El clima era tenso. Se sabía que el ejército estaba acuartelado. De repente se produjo un hecho insólito. Entre los 50.000 jóvenes comenzaron a aparecer carteles de Montoneros, JP, JTP, JUP. ¿Cómo habían pasado? El operativo de seguridad montado por la policía federal era gigantesco, y la decisión de los organizadores había sido sólo con banderas argentinas.
“La plaza se había cubierto para las 16:30 horas. El proletariado industrial estaba ausente como clase. Pero la juventud, como capa social, estaba presente. Y en esa juventud había también obreros y villeros. Este era el clima cuando llegó Perón en helicóptero. Durante casi diez minutos el grito de ‘El pueblo te lo pide, queremos la cabeza de Villar y Margaride’, impidió el comienzo del acto”. La referencia era clara, el presidente Perón había decretado los ascensos de los dos conspicuos represores a subjefe de la Policía Federal y a superintendente de Seguridad Federal. La Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), a imagen y semejanza de los paramilitares del Somatén franquista importado de Madrid, ponía en marcha la masacre selectiva. Más de 1.500 militantes de izquierda, trabajadores, intelectuales, artistas, estudiantes, caerían bajo su accionar genocida entre 1973 y 1976.
“Algunos inocentes preparativos bélicos se gestaban, entretanto, en ambos bandos: astas de banderas quebradas, cinturones sacados de las presillas y enarbolados como látigos, pedradas aisladas y, cerca de las 16.35, una bandera montonera quemada por algunos muchachos entre muy ralos aplausos del sector delantero controlado por la CGT. La entrada de Perón al palco desencadenó por fin el pico del enfrentamiento verbal”.
“De pronto, el Himno Nacional paralizó a los presentes. Fue el único momento en que la plaza pareció políticamente homogénea”. Con el presidente Perón en el balcón de Casa Rosada, detrás de un vidrio blindado, que por primera vez intentaba proteger al líder de una supuesta agresión. “Y luego el discurso…”
“Compañeros: hoy, hace veintiún años que, en este mismo balcón, y con un día luminoso como el de hoy, hablé por última vez a los trabajadores argentinos. Fue entonces cuando les recomendé que ajustasen sus organizaciones, porque venían días difíciles…No me equivoqué, ni en la apreciación de los días que venían, ni en la calidad de la organización sindical, que a través de veinte años…pese a estos estúpidos que gritan…”
“¡Que pasa, que pasa, que pasa, general, está lleno de gorilas el gobierno popular!” “Perón, Evita, la patria socialista”
La réplica del aparato no se hizo esperar: “Ni yanquis, ni marxistas, peronistas”
Perón arremete, “…decía que a través de estos veintiún años, las organizaciones sindicales se han mantenido inconmovibles, y hoy resulta que algunos imberbes pretenden tener más mérito que los que durante veinte años lucharon…”.
“¡Que pasa, que pasa, que pasa general, está lleno de gorilas el gobierno popular!”.
“…Por eso compañeros, quiero que esta primera reunión del Día del Trabajador sea para rendir homenaje a esas organizaciones y a esos dirigentes sabios y prudentes que han mantenido su fuerza orgánica, y han visto caer a sus dirigentes asesinados -su voz se eleva y su gestualidad se endurece- sin que todavía haya tronado el escarmiento…”
“¡Se va a acabar, se va a acabar, la burocracia sindical!” “¡Rucci traidor, saludos a Vandor!”.
“Se va a acabar, se va a acabar, los Montoneros y las Far”, se regocija la burocracia.
“…Ahora resulta que, después de veinte años, hay algunos que todavía no están conformes de todo lo que hemos hecho…”, advierte el presidente.
“¡Conformes, conformes, conformes, general, conformes los gorilas, el pueblo va a luchar!”.
La Tendencia Revolucionaria pliega sus banderas y se retira por donde había venido, Plaza San Martín, Retiro. “Aserrín, aserrán, es el pueblo el que se va”. Se producen algunos encontronazos con sectores sindicales y de la derecha peronista acicateados por las palabras de Perón.
“…puedo asegurarles que los días venideros serán para la liberación, liberación no solamente del colonialismo que viene azotando a la República a través de tantos años, sino también de estos infiltrados que trabajan adentro…” -un iracundo Perón agrega- “Y que traidoramente son más peligrosos que los que trabajan de afuera…Sin contar, que la mayoría de ellos son mercenarios al servicio del dinero extranjero”.
Muchos militantes se sienten apaleados, se desahogan, corean: “¡Boludos, imberbes y boludos!, servimos a una muerta, a una puta y a un cornudo”.
El 1° de Mayo de 1974, la desilusión de los jóvenes peronistas ante un Perón que se les muestra siniestro, sin máscara, en un último acto compartido. Una verdadera declaración de guerra. Dos meses después muere. Las palabras entonces no sirven. El silencio. Balas, balas. La noche negra del terrorismo de Estado se cierne sobre Argentina.