César Brie: “Dividámonos por las estéticas y unámonos por la ética”
- El dramaturgo argentino cuenta por qué eligió Bolivia para desarrollar el Teatro de los Andes, experiencia teatral que lo forjó como un artista responsable con su época.
Por Paola Galano, desde Mar del Plata/El Furgón – “Bolivia, Bolivia, Bolivia”. Mueve el brazo en gesto de saludo y su boca estira el nombre de ese país, repetido cual mantra, cual sueño. “Me dije ‘si tengo que migrar, quiero migrar donde valga la pena’”, recuerda César Brie. Dramaturgo, director teatral, actor, maestro de actores, el argentino se sabe un náufrago que construyó destinos a fuerza de deseo. “Argentina es un país del que nunca voy a terminar de volver, pero al que he vuelto ya desde hace un par de años” y le inyecta poesía a su hablar, sin dejar de lado la charla entretenida ni el humor, el otro gran aliado para este artista de 64 años, que llegó a El Galpón de las Artes, en Mar del Plata, para ofrecer un seminario de varios días y mostrar tres de sus obras más emblemáticas.
Principios de los ’90. César orilla los cuarenta y abandona ricas experiencias formativas y comunitarias en Europa. Deja Italia, el sitio que lo abrigó tras el exilio. Deja el Odin Theatre en Dinamarca, deja a su gran maestra Iben Nagell Rassmussen, quien también fue su compañera de vida durante una década, deja las discusiones con Eugenio Barba. Y emprende la aventura del Teatro de los Andes, “lo más importante que hice en mi vida”, asegura. “No quería vivir en Buenos Aires, busqué en Argentina y no supe encontrar. Busqué en Chile, busqué en Ecuador y busqué en Bolivia. Regresé a Europa porque estaba juntando el dinero para el proyecto y un día me desperté y dije ‘voy a ir a Bolivia’. Y me fui”. Llega como un otro Che, poblado de utopías, aunque sin más armas que el teatro.
Desea vivir cerca de una universidad, cerca de las juventudes, de la belleza y del agua. Busca su oasis y lo encuentra en Yotala, Chuquisaca (departamento dentro del que se encuentra Sucre). Construye su teatro-laboratorio en “un casco de estancia destruido de 1860, con capilla y campanas forjadas para ese lugar”. También levanta las habitaciones para todos los miembros del grupo, porque a Bolivia no llegó solo. Se le unieron alumnos europeos, colegas, un administrador y dos jóvenes bolivianos. “Bolivia era un lugar donde no había teatro profesional, donde nadie te daba un centavo por tu trabajo. Un político me preguntó enojado una vez ‘¿dónde se ha visto que se le pague a un artista?’ Ese era el nivel cultural de los políticos en plena democracia”.
La primera obra del Teatro de los Andes fue un monólogo actuado por Brie, “El mar en el bolsillo”. “Lo hice en el Teatro Municipal de La Paz, un teatro para setecientas personas. Había dieciocho espectadores. Me preguntan en la conferencia de prensa ‘¿cómo le fue?’ Respondo: ‘Estoy feliz porque peor que así no hubiera sido posible, ahora sé lo que tengo que hacer’”. El plan es sencillo: sacar el teatro de los teatros. A la calle, a las universidades, a las escuelas, a los pueblos, a los gallineros y a las canchas de básquet. “Entonces el público va a venir a verme”.
La segunda producción fue “Las abarcas del tiempo”, una pieza que considera “impactante” y con la que llegó a Argentina. La historia, sobre en un ritual de los difuntos, genera tanto interés que las entradas se revenden “al doble o triple” de su valor. “En tres años las cosas cambian. Las primeras obras que hicimos fueron cómicas, yo sabía que para ganarme al público lo tenía que hacer reír”. Su teatro también se dedica a los próceres contemporáneos de Bolivia, como Marcelo Quiroga, “un grandísimo intelectual que fue asesinado y desaparecido en el ‘80, hombre de cine, poeta, escritor y político brillante que nacionalizó el petróleo en el ‘69, mientras era Ministro de Energía de Ovando”.
Fue tildado de “gringo” y “argentino de mierda”. Sin embargo, no fue por el teatro por lo que recibió golpizas sino por sus valientes documentales que denuncian el nivel de violencia de la política boliviana actual. En “Ofendidos y humillados” (2008) muestra cómo se gestó un ataque racista a indígenas y campesinos de Sucre, ciudad que mantiene una rivalidad con La Paz y cuyos habitantes, en su mayoría, son contrarios al presidente Evo Morales.
Humillados y ofendidos
Es 25 de mayo y César tiene su cámara en el bolsillo para filmar a sus hijas que bailan en un acto escolar. El presidente visitaría Sucre. “De pronto llego a la plaza y veo a estos indígenas arriados por los cívicos y me pongo a filmar, grito ‘¡Prensa!’ y todos se abren. Los indígenas que iban a recibir a Evo en Sucre fueron golpeados por los cívicos, Evo no llegó porque lo quieren matar. La población de Sucre, incitada por la clase dirigente, se desencadena contra los indígenas, los desnudan, les untan de mierda de perro la cara, los obligan a quemar sus banderas y a gritar slogans contrarios, muchos terminan en el hospital. Después los arrían como vacas, queman sus pertenencias, robaron su dinero”. La televisión pública mostró su filme. El material logró que la justicia juzgara y apresara a seis de los responsables del ataque.
Ese año tuvo otra chance para comprometerse. En septiembre, la región fronteriza de Pando, que limita con Brasil y Perú, se ve alterada por una masacre que, de nuevo, tiene a campesinos e indígenas como víctimas mortales. “Fue un intento de la derecha por hacerle un golpe de Estado a Evo”. “Tahuamanu, morir en Pando” muestra la compleja trama de intereses que anidan en esa zona caliente “de trata de mujeres, tráfico de armas y de drogas, triple frontera y antigua región del caucho”.
En el fondo del conflicto está la reforma agraria que lleva adelante Evo y que enfrenta a terratenientes con campesinos. “Los terratenientes perdieron derechos, habían ocupado el Instituto de Reforma Agraria, los campesinos quieren recuperar el instituto, hacen una marcha y son reprimidos. Empiezo a recoger material, a entrevistar y noto algo raro, no es claro como en Sucre. Estaba lleno de grises. Una de las columnas campesinas tenía un grupo armado que acompañaba. Evo se había aliado a un fascista local que gobernaba porque no tenía entrada en Pando. Descubrí que todas las autopsias estaban falsificadas. Prendí un ventilador. Ese documental provocó que me fuera finalmente del país”.
Tahuamanu, morir en Pando
-¿Considerás que la tuya es una obra política?
-Yo hago teatro, no hago teatro político. Aclaro eso. Si nos justificaran los argumentos estaríamos perdidos, lo que nos justifica es la belleza que creamos. Lo que pasa es que yo me siento responsable por el mundo en que vivo, creo que mi arte no está separado de mi sentimiento de responsabilidad por el mundo. Y divido mis responsabilidades: las responsabilidades de un artista son muy precisas y las otras son las de un ciudadano o un intelectual. Como intelectual no podía callarme frente a lo que vi en Sucre. Y eso fue lo que me dividió de mis compañeros.
-Después de diecinueve años del Teatro de los Andes, ¿qué dejaste en Bolivia?
-No creo que el teatro haya tenido un lugar preponderante mientras estuve, simplemente tuve un poquito más de público. Tengo una idea que me asila: quiero que la gente haga su teatro, no que haga mi teatro. Mi intento pedagógico en Bolivia fue enseñarle a la gente a hacer su teatro. Les doy elementos para que aprendan a pensar en términos dramatúrgicos, imaginativos, teatrales, de ese modo cada uno hace su teatro. El teatro se nutre de las diferencias. A mí me encanta el teatro que nunca haría. Dividámonos por las estéticas, seamos diferentes entre nosotros y unámonos por la ética, hay tantas cosas por cambiar. El fascismo es también un mecanismo de relación entre las personas. Yo me coloco en otro lugar.
Foto de Portada: Demián Basualdo, Archivo El Galpón de las Artes