Alejandra Pizarnik: poemas de vida y muerte
María Belén Ancarola/El Furgón* – Alejandra Pizarnik se crió en una familia de inmigrantes judíos en Buenos Aires, con su hermana y sus padres, que llegaron al país sin saber hablar español. En la secundaria comenzó a tener interés por la lectura y a los 19 años publicó su primer libro. La poesía fue su compañera de vida y la acompañó hasta el último día
Elías Pozharnik, 27 años. Llegó a Buenos Aires sin hablar ni una palabra en castellano. Casado con Rejzla Bromiker, de 26 años, que pasó a llamarse Rosa. Ella también llegó a Buenos Aires sin hablar una palabra en castellano. Tuvieron dos hijas, Myriam y Flora. Myriam era delgada y linda, rubia y perfecta, según el ideal materno. Flora, en cambio, tuvo graves problemas de acné, de asma, tartamudez y una marcada tendencia a subir de peso.
El matrimonio de inmigrantes judíos de Europa del Este vivía junto a sus hijas en una casa espaciosa de Avellaneda, que mantenía gracias al negocio de venta de joyería al que se dedicaba Elías. Las dos hermanas realizaron sus primeros estudios la escuela pública Nº 7 de Avellaneda.
En Argentina, el apellido de la familia pasó a ser Pizarnik gracias a -según el escritor César Aira- uno de los comunes errores de registro de los funcionarios de inmigración. Flora, la menor, que con el tiempo pasó a usar su segundo nombre, Alejandra, ingresó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires en 1954, pero sus expectativas académicas le hacían imposible permanecer en un solo lugar. Lo demuestra en el hecho de que pasara de la carrera de Filosofía a la de Periodismo, luego a la de Letras hasta llegar al taller del pintor Juan Batlle Planas para, finalmente, abandonar todo estudio sistemático y dedicarse plenamente a escribir.
Estudiando Periodismo conoció a Juan Jacobo Bajarlía, profesor que la condujo en las corrientes poéticas modernas del surrealismo y las vanguardias. Una tarde de noviembre de 1955 se encontraron en un bar y Alejandra le pidió matrimonio. Él la rechazó.
Alejandra era, principalmente, lectora. El existencialismo, la libertad, la filosofía y la poesía fueron sus temas favoritos. A los 19 años presentó su primer libro, La tierra más ajena. Su papá fue el que pagó su edición así como las clases de pintura, el psicoanálisis y el viaje a Europa.
París, refugio de cualquier poeta de aquella época para la vida y el arte. En la década de 1960, Alejandra decidió viajar a la ciudad francesa, donde entabló amistad con los escritores Julio Cortázar, Octavio Paz y Rosa Chacel. Estudió historia de la religión y literatura francesa en la Sorbona y trabajó para la revista Cuadernos y algunas editoriales francesas. Le gustaba perderse en las galerías del Louvre, jugar a cadáver exquisito toda la noche y admirar la obra denominada como “La dama y el unicornio”, ubicada en el Museo Nacional de la Edad Media. Su diario personal fue el más fiel compañero mientras estuvo en Francia; allí plasmó en papel sus reflexiones, aspectos sobre su vida y emociones más primitivas. Todos estos escritos son considerados los más controversiales de la poeta, que brindan pistas claves sobre su personalidad e incluso las razones de su suicidio.
En 1964, volvió a Argentina con su poética definida. Desde ese entonces publicó siete obras, entre ellas Los trabajos y las noches, en 1965; Extracción de la piedra de la locura, en 1968 y La condesa sangrienta, en 1971. Esos años estuvieron marcados por serias crisis depresivas que la llevaron a intentar suicidarse en varias ocasiones. Cuando finalmente lo logró, encontraron escrito en el pizarrón de su cuarto: “No quiero ir nada más que hasta el fondo”.
Fue un lunes 25 de septiembre de 1972. El día siguiente se inauguró la nueva sede de la Sociedad Argentina de Escritores para velarla. Pasó sus últimos meses internada en un centro psiquiátrico bonaerense. El 25 de septiembre de 1972, en el fin de un transcurso de un fin de semana de permiso que pasó en su casa, terminó con su vida con una sobredosis de seconal sódico. Tenía 36 años.
Según Ana Calabrese, amiga de Pizarnik, el mundo literario de la época es en parte responsable por la muerte de la poeta, por fomentarle y festejarle el papel de “enfant terrible” que ella actuaba. Calabrese consideraba que ese ambiente fue el que no la dejó salir de su personaje, olvidándose de la persona que había detrás.
*Dibujos de Alejandra Pizarnik