Colectivo Conurbardo: El brote que surge del barro
Gonzalo Peuhen/El Furgón – Inscripto dentro de una corriente que se vuelve cada vez más fuerte, el Colectivo Conurbardo viene realizando hace ya más de un año eventos de diversa índole bajo la premisa de la descentralización, proponiendo al público la construcción de un circuito alternativo que pase por cada uno de los receptores del mensaje, y construyendo así una resistencia cultural cuyo centro seamos todos y tods. Asistimos a una de las fiestas y charlamos con sus gestores sobre la implicancia de generar una lucha y un cambio desde las afueras de la hegemonía.
El cielo está nublado hace varios días, la lluvia de la noche anterior dejó las calles hechas un barrial; el viento apenas sopla y hace frío.
Es sábado por la noche y a pesar de encontrarnos en una casa más del barrio, adentro el ambiente no da cuenta de eso; ni siquiera del clima imperante durante los días anteriores. La sala está cubierta hasta el techo de afiches serigrafiados y pinturas en flúor; luces negras puestas en paredes y techos (incluso sobre un espejo frente al cual las personas juguetean con maquillaje de colores) vuelven la habitación un espectáculo sacado de una película de Gaspar Noé o de los años noventa (“como cuando Batman va al suburbio a buscar a Hiedra Venenosa”, bromea alguien). En otra pieza hay música, un grupo de personas baila, parecen conocerse entre todos. Y si bien es temprano, el ambiente de algarabía se siente en toda la casa. La gente está contenta por ver la forma que tomó la labor que realizaron durante todo el día, desde temprano en la mañana. Ya el mero hecho de ver cómo quedó el lugar es para ellos una fiesta. Y eso es lo que es.
El barrio es Villa Dorrego, ubicado en la localidad de González Catan, en el Partido de La Matanza; y la casa un grupo de gente toma mate mientras última detalles y juguetea con la instalación creada durante toda la tarde. Pronto se llenará de gente, diversa no sólo por su apariencia sino también por su procedencia, aunadas todas por una misma razón: “La Conurbardo”.
Y puede que parezca algo nimio al decirlo, al mencionarlo coloquialmente, pero hay una fiesta, tocan bandas, se pasa música, la gente toma cerveza, fuma, charla, algunas personas andan “chamuyando”. Nada raro si de la juventud se trata. Que a la par de todo esto haya una feria, que se realicen performances y actos de acrobacia es tan sólo una de las cosas que la distingue de otras actividades realizadas un sábado a la noche. La mayor cualidad de la movida es que en todo Catán, y si se quiere en toda La Matanza, apenas abundan los eventos de este tipo. Si no hay “Conurbardo” o algún recital en la “Biblioteca Popular Chinaski”, la gente tiene que ir a la Capital para encontrar alguna cosa que hacer, sobre todo si está en busca de algo por fuera del circuito comercial, o que le resulte “nuevo”.
Que algo así ocurra en un barrio como Dorrego es único.
Construyendo un camino alternativo
El lema es sencillo: “Seamos el circuito”. Bajo esta premisa tan clara, el Colectivo Conurbardo viene realizando desde principios del 2016 diferentes actividades con el fin de descentralizar la circulación del contenido cultural, forjando un circuito que pase por cada uno de los actores allí presentes, tanto activos como pasivos. La fiesta no la hace sólo la banda que está tocando o la persona a cargo de la música; la alegría se da no sólo en las paredes intervenidas o en las luces de colores que llenan la casa; la fiesta es también la gente allí reunida simplemente para despejar la mente un rato de la rutina de la semana, aquellas personas ávidas de un ambiente que no sea el de los boliches o el de un recital punk, heavy metal o de rock barrial. El circuito se forja en todos y todas, ya sea como canal o como receptores del mensaje; si este es bien recibido, aquel actor pasivo es susceptible de tornarse uno activo.
Provenientes de diferentes experiencias anteriores, los integrantes de Conurbardo eligen definirse así: “Somos un colectivo que nuclea trabajadores culturales que intentan llevar a la mayor cantidad de formatos posibles, la labor realizada por diferentes artistas emergentes de La Matanza y otros distritos”.
Y casi como si fuera un ejemplo tangible del significado del lema que enarbolan, cada una de las actividades realizadas por el colectivo comenzó llevándose a cabo en los pocos espacios que disponían: básicamente, las propias casas de sus integrantes. Y no por lo pintoresco que esto resulte al darle un aire intimo o de barrio; simplemente porque “no había donde”.
“Siendo asiduos de un circuito que pasaba principalmente por la Capital, uno comenzaba a preguntarse si era posible generar algo así pero cerca de donde vivimos”, comentan al relatar el surgimiento del colectivo. “Siempre partíamos de la base de que en la zona no pasaba nada, pero al empezar a hacer uno se daba cuenta que todo el tiempo estaban pasando cosas”, continúan, comentando así que la realización de una fiesta o evento aleatorio allá por los años 2012-2013 demostraba que en La Matanza había una gran cantidad de gente con ganas de hacer, de “activar” un circuito alternativo en el distrito. Fue este tipo de hechos los que fueron conectando poco a poco a sus integrantes, hasta llegar al grupo de hoy en día.
El Colectivo sube al tren
Enmarcándose a sí mismos dentro de un contexto, afirman que son tan solo un ejemplo o “foco” de un “ambiente” que se hace sentir cada vez más en la zona. Provenientes de diferentes puntos del partido y con edades también distintas, el grupo humano que conforma a Conurbardo se integra no sólo por aquel equipo inicial de seis personas, sino también de un gran número de colaboradores, tanto ocasionales como permanentes. Si bien cada uno tiene una definición propia de lo que están haciendo, todos coinciden en algo: la gestión cultural. “El gestor cultural es básicamente en lo que uno se convierte al empezar a activar los espacios, es el que toma la posta de construir y generar el canal por el que las ideas van a circular”. Y afirman cómo la labor en conjunto con gente que no pertenece (de forma estable) al colectivo, es fundamental a la hora de poder crecer y que el tan mencionado circuito se forje.
Fue así, cuentan, que al ir sumando distintas disciplinas a las actividades realizadas (en un principio fiestas algún sábado a la noche y siguiendo con ferias autogestivas domingos por la tarde) los formatos en que el Colectivo comenzó a difundir las ideas se diversificaron; fue también ese prueba y error lo que animó a más gente a prestar una mano (el cuerpo, mejor dicho) para que los eventos realizados con tanto esfuerzo “salieran sencillamente bien”. De esta forma, comenzando con la gráfica callejera (afiches serigrafíados con postales de paisajes matanceros y luego pegados en la vía pública), pasando por una muestra en la Universidad de La Matanza y participando de una jornada en reivindicación de Diana Sacayán en el centro de Laferrere (junto con MAL), durante el otoño de 2017 Conurbardo salió literalmente a las calles, o más precisamente al tren.
Dos fueron las intervenciones realizadas hasta el momento en el Ferrocarril Belgrano Sur, donde cada uno de los participantes se vistió como un personaje típico de la “fauna local” (de la que ellos mismos se asumen a modo de chiste), satirizando el transcurrir del día a día en los vagones de la única línea de ferrocarril que pasa por el partido movilizando a miles de personas, y cuyo servicio muchas veces deja bastante que desear.
“La idea de la intervención surgió de la interrogante de cómo llevar la propuesta del Colectivo a aquel público al que no se le puede llegar con un fiesta o una feria”, cuentan. “Había que llegar a la calle e ir en busca del espectador”. Desde Conurbardo aseguran que esta experiencia fue una demostración de cómo “hacer arte con las herramientas que te da el territorio”.
“Fue un trabajo de meses en que cada uno, desde su disciplina, buscó qué podía decir y contar con el lenguaje”, dice y agregan cómo esta actividad en sí misma sumó nuevos brazos a las labores “conurbardas”, sobre todo del ramo actoral y audiovisual.
La estética como una ética
La noche avanza, las bandas pasan, las performances se suceden. Hay gente de Haedo (“Sembrando Rebeldías”), gente de Padua (“Casa Periferia”), también de una escuela de circo de Laferrere (“Gravedad Cero”). El público es diverso, el ambiente que genera la sala oscura y a la vez brillante anima a todo el mundo. En la barra también se escucha música, quienes la atienden bailan. La gente llega, saluda contenta; hay abrazos, se presta atención a cada número performático sucedido; las bandas hacen bailar a la gente, algunas personas hacen malabares en el patio, otros leen poesía. La casa reboza en vida. Desde la organización afirman que no se imaginaban tal concurrencia, ni siquiera creían que llegarían a tener todo listo para la hora en que empezara a llegar la gente; pero esta vez las manos trabajando fueron muchas, el esmero de cada participante a la hora de armar la muestra es notorio. Hubo organización, hubo coordinación. No es una simple casa de familia limpia y libre de muebles para hacerle lugar a quien asiste; ni siquiera parece que lo fuera y que al mediodía siguiente sus dueños se encontrarán almorzando fideos con salsa. No.
Por la forma en que todo sucede parece que el evento ya se esperaba hace rato, las personas que van cayendo ya tienen una idea con qué pueden llegar a encontrarse. La gente viene a una fiesta; y aun cuando en el evento se anunció un “bono contribución para ayudar a los artistas”, al atravesar la puerta a nadie se le cobra entrada; llegado un momento de la noche se pasa una gorra para que cada quien contribuya con lo que puede.
Todo está hecho a pulmón, no hay una sola persona que se lleve ganancia; cada cosa es autogestiva, está hecha en función de que pueda seguir moviéndose y creciendo.
Al hablar sobre la implicancia que tiene un evento de tales características en la zona, desde el colectivo comienzan a rememorar a la par de los chistes. Es que los integrantes del grupo se conocen tanto que a la hora de la chabacanería no tienen tapujos entre sí. Son gente del Conurbano, de localidades durante mucho tiempo relegadas y que van viendo cómo ese mundo de barro y ranchadas en las esquinas poco a poco va cediendo el lugar a asfaltos y una cada vez más importante presencia policial en las calles; cómo esos barrios otrora campo hoy día ven el paso de miles de personas por las veredas de sus reducidos centros comerciales.
Eso es lo que el Colectivo intenta graficar en postales y afiches.
“Buscamos indagar en nuestra identidad”, dicen. “La cosmovisión de un pibe que vive en el conurbano es diferente de quien vive en el centro de la ciudad; uno tiene dos o más horas de viaje todos los días hasta el trabajo o para ir a estudiar, se tiene que levantar a las 4 o 5 de la mañana; y esas cosas que no se tienen resueltas desde la base, generan en uno una predisposición distinta para con la vida”, comentan al referirse a la “búsqueda estética” que propone el Colectivo. “Hay una búsqueda de poner en valor ciertos aspectos identitarios que son visibles no sólo en el paisaje, sino también en la gente. Estamos en ciudades como ‘Lafe’ que son muy latinoamericanas, en donde confluyen gran cantidad de culturas, donde uno va por la calle y escucha al paraguayo vendiendo chipa, donde tenés hasta un pequeño Liniers”, cuentan antes de afirmar que realizar un evento artístico en un lugar así no tiene las mismas características que hacerlo en otro lado, ya sea Almagro, San Telmo o algún punto del primer cordón del Conurbano (cuya población es en su mayoría descendiente de inmigrantes europeos). “Se trata también de tomar la estética como una ética, evitar la ambigüedad de no saber si lo que se está haciendo es una mera reivindicación o de caer en la mirada antropológica burguesa. Hay cosas que uno tiene arraigadas dentro de sí, como habitante de la zona, y que si bien hacen a una cosmovisión, no necesariamente son buenas, como por ejemplo el viejito que todos los días sale a vender pan casero porque no tiene ni jubilación. La idea es tomar esa estética y usarla como herramienta no sólo para mostrar una realidad, sino también para incidir en ella”, coinciden.
Ejemplo de esto fue la participación de Conurbardo en el festival realizado en noviembre del 2016 por los 10 años del “Catanazo”. Dicho evento, iniciado con una marcha desde la estación de González Catan hasta las puertas de la CEAMSE (Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado, o el basurero de La Matanza), conmemoró la manifestación popular realizada en noviembre de 2006 luego de que, tras varios días bloqueando la puerta del mencionado predio, un grupo de vecinos autoconvocados que se encontraba luchando, fue reprimido y encarcelado impunemente en horas de la madrugada. La jornada de 2016 contó con una reivindicación hacia la figura de Diana Sacayán (también participante activa de la lucha contra la CEAMSE), la difusión de la lucha de los vecinos de Virrey del Pino contra Parex-KLAUKOL, una radio abierta, y un “bloqueo cultural” donde diversos grupos de artistas presentaron sus actos en repudio de las políticas de tratamiento de residuos llevadas a cabo desde el Estado.
Crecimiento “independiente”
La tarde pasó, se hizo de noche. La fiesta fue hace ya una semana. El grupo se reunió para hacer un balance, al igual que lo hacen tras cada evento. Estamos en “Los Cipreses”, otro de los espacios donde se realizan actividades, y también casa de varios de los integrantes. Tomamos mate, comemos facturas; previo a comenzar la charla, se toma una suerte de decisión tácita de hablar no como individuos, sino como colectivo. Las referencias no dejan de sucederse. Si bien la mayoría promedia los treinta años, parte del grupo apenas toca o pasa los veinte; el Colectivo es variado, no sólo por el lenguaje utilizado sino también por el tipo de experiencia. Los más grandes recuerdan los tiempos en que asistir a un recital implicaba ir a un lugar triste y desolado, donde bandas de punk barrial tocaban en sucuchos pelados, en los que parecía que cuanto más feo y deprimente fuera todo, mejor. También hablan sobre cómo la masacre de Cromañón dejó severamente herida a la “movida contracultura nocturna”, dando como resultado años en los que no pasó nada en la zona, salvo los mismos recitales desganados de siempre, eventos en los que el individualismo gustaba de asistir.
Sin embargo, no obstante las experiencias de la década de 2000, desde el grupo ubican la semilla del movimiento que hoy se genera en el partido entre los años 2010 y 2014, donde pequeñas fiestas se fueron realizando en casas particulares y cuya idea no era el sólo “caer a escabiar y ver una banda”; donde la parte visual comenzó a jugar un papel importante, hasta llegar a las instalaciones y exposiciones que pueden verse en recitales de la “Biblioteca Popular Chinaski” o la “Conurbardo” misma. Entre todo ello, mencionan a la “Casa Mutante” como un espacio que fue de importancia en la resistencia cultural que desde hace varios años se viene llevando a cabo en el partido. Si bien la existencia de dicho espacio fue de sólo dos años (2015 y 2016), ahí se generaron talleres de participación para los chicos del barrio (Jorge Newbery, en Gregorio de Laferrere), muchas veces dejados a la deriva por sus propias familias. “Fue la confluencia de un montón de ideas que se venían generando hasta entonces, pero que todavía no tomaban cuerpo”, dicen al respecto.
Viendo la historia del circuito alternativo matancero, se puede ubicar 2015 como un año bisagra. Sí, justo el año de cambio de régimen político. Y fue todo ese bombardeo propagandístico y la inevitable caída del “Estado de Bienestar” propuesto como placebo económico durante doce años por el FPV, lo que volvió de esa resistencia cultural una necesidad. Las ideas que hasta entonces parecían bailotear en las diferentes fiestas y charlas de mate, ahora comienzan a tomar forma, a ser hilos de un entramado de grupos y colectivos artísticos que desde distintos puntos del Conurbano Bonaerense intentan llevar a su territorio una nueva realidad, por fuera (en muchos casos) de cualquier institución y sus banderas políticas.
En La Matanza corren aires de lucha. En mayor o menor medida, y con mayor o menor consciencia y pertinencia al enunciar el discurso, diferentes grupos humanos interconectados entre sí llevan a cabo todo tipo de acciones en pos de generar una resistencia contra un sistema que no deja de oprimir, sin importar la bandera enarbolada. Toda esa juventud nacida en las últimas dos décadas del siglo XX tomó las riendas para modificar el paisaje de la tierra que habitan; una juventud que sigue en difusa forma los pasos de esa generación decapitada en los años de la última dictadura militar y de la cual son hijos. Localidades como Gregorio de Laferrere o González Catán recién tienen su tercer o cuarta generación de nativos: es una región poblada por inmigrantes de las provincias del Norte Argentino, así como de Paraguay, Bolivia y Perú. Los barrios todavía poseen ese aire mestizo que durante décadas los caracterizó y que poco a poco va dejando paso a la modernización de la “Gran Ciudad” de la cual son “periferia”.
El segundo cordón del Conurbano es una zona que, recién en los últimos años, apareció en las agendas políticas. Durante mucho tiempo, cada intento por hacer algo pasó desapercibido o fue vapuleado. Toda esa época de desidia fue lo que permitió que de una forma cuasi salvaje la semilla plantada por aquellos luchadores que sobrevivieron a la avanzada del imperialismo y no cayeron en las garras del neoliberalismo, diera como brote un árbol cuyas ramas se van extendiendo a cada vez más lugares, sin limitación más que el cielo mismo.
Nuevos aires corren por el Gran Buenos Aires: provienen del interior de la llanura y recorren todo el territorio, se conectan con otras corrientes. Las semillas llevadas por este viento no son transgénicas ni importadas de otras geografías; se fueron formando con el pasar de las generaciones por la tierra, esas que desde hace décadas, y día tras día, se toman tres colectivos o el tren para ir al trabajo; las que caminan el barro y desagotan las casas tras la lluvia; las que sienten el olor a basura quemada cuando cae la tarde y el rocío cubre los barrios. Hay un nuevo aire recorriendo el llano, y lleva el grito de la población nativa del Conurbano.