viernes, diciembre 13, 2024
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En granjas de rehabilitación como en cárceles y campos de concentración

El Furgón/FM La Caterva – Hace algunas semanas nos visitó en FM La Caterva Pablo Galfré, autor del libro La Comunidad. Viaje al abismo de una granja de rehabilitación (Editorial Sudestada), junto Alfredo Mao y Sabrina, sobrevivientes de la “comunidad terapéutica” San Camilo. El encuentro tuvo lugar en el programa Vientos de Rebelión, y la charla se extendió durante las dos horas de aire.

La comunidadActualmente hay dos causas judiciales por muertes en esta institución. En una de ellas, que investiga la muerte de Saulo Rojas (23 años) ocurrida el 14 de Junio de 2013, están imputados Victoria Bonorino y Martín Iribarne (dueños de la Fundación), el director terapéutico, Alejandro Jacinto, y su director médico, Sergio Rey, por el delito de homicidio culposo.

El libro, la investigación

La contratapa del libro reza: “Son parte del paisaje urbano, pero el periodismo nunca se ocupó de ellas. Se las conoce con el nombre de ‘comunidades terapéuticas’ o granjas de rehabilitación pero detrás de sus intenciones terapéuticas o de recuperación de jóvenes con problemas de adicción, se oculta un negocio millonario y una larga lista de estafadores, vinculados estrechamente con obras sociales, prepagas y sectores del Poder Judicial. La investigación de Pablo Galfré deja al desnudo una oscura trama a partir de un caso: la Fundación San Camilo, escenario de la dudosa muerte de un joven internado”.

En torno a la temática del libro, Pablo abre la extensa charla explicando que “el libro trata especialmente sobre una comunidad, San Camilo. Yo en este libro, como soy periodista, no soy científico, psiquiatra, no hago investigaciones sociales, me dediqué específicamente a investigar en un 80 por ciento San Camilo y en 20 por ciento San Antonio. En San Camilo mueren dos chicos, Saulo Rojas y Felipe Mariñansky, y en San Antonio muere Matías Lamorte”. El diálogo continúa por el lado de qué es San Camilo, y Pablo no duda en afirmar que “es una cárcel, y en libro se pueden ver las fotos que publicamos: tenía rejas, había celdas, los cuartos estaban enrejados, había pasillos, precisamente esta cuestión foucaultiana del panóptico, y en Derqui, que era la otra sede que tenían ellos, que no era la cárcel sino la quinta, había una torre, exactamente en el medio del Campo B había una torre para que puedan observar todo”. Además, Pablo señala que “San Camilo, por un lado, era una cárcel y también un campo de concentración, porque en San Camilo prácticamente no había trabajadores remunerados, había algunos psicólogos, algunos operadores, algunos empleados de seguridad, pero los chicos, los pacientes, se encargaban de cocinar, de limpiar, de cortar el pasto, de darle de comer a los caballos, de armar las camas y es más, algunos de los chicos iban a cortar el pasto a la casa de Martín Iribarne, dueño de la Comunidad San Camilo. La Comunidad San Camilo era una cárcel y un campo de concentración, y Alfredo Mao puede dar fe de lo que digo, porque Alfredo ya es un compañero, y en algún momento fue un entrevistado mío, y estas cosas que yo digo él las vivió en carne propia”.

Granja 2La charla sigue precisamente con Alfredo Mao, sobreviviente de San Camilo, que no duda en empezar a hablar de él y de todos/as aquellos/as que padecieron ese infierno: “Como yo y todos mis compañeros, como los 80 que estuvimos en Del Viso y como los 60 que estaban en el campo, lo vivimos todos a la par, cada uno a su manera, sufrimiento, y de todo esto hoy lamentamos la vida de Saulo, porque él no aguantó más”. La vida de Saulo, más bien la muerte de Saulo será -según el relato del autor de La Comunidad– motor de esta investigación. Alfredo Mao continúa describiendo los padecimientos de Saulo, a la vez que reflexiona sobre la necesidad de construir espacios dignos de rehabilitación: “Vino de Mendoza, tal vez un poco engañado, no aguantó más y se ahorcó. A mí todavía me siguen pasando cosas, hablé ayer con la madre y hoy tuve una noche particular y un día también. Estos tipos no fueron conscientes de tanta amplitud, de que de cuidado no había nada, y de recuperación tampoco, capaz había algo más siniestro en ellos, y los que lo pagamos somos nosotros, la familia. Y gracias a nosotros que estamos acá sentados poniéndole huevo a esto, tratando de transmitir el mensaje de que sí hay lugares de rehabilitación, los tiene que haber, hay que meterle pilas, pero cuidado, tranqui, confiar en uno y buscar la ayuda en lo que tenemos, en lo que uno hace todos los días”. La muerte aparece, por primera vez, en el emotivo relato de estos sobrevivientes, y será un hilo rojo que enhebre los episodios del libro de Galfré.

Las formas de llegar a San Camilo

Hay un punto importante a la hora de pensar, de indagar en esos lugares del horror; una pregunta que parece obligada: ¿cómo llega una persona a un lugar como San Camilo? Y sobreviene el relato del Pelado Mao: “Mi forma de llegar creo que fue la más sana de todas. Yo agarré el teléfono, llamé a mi familia y me interné. Tengo una extensión de mi obra social, que paga todos los meses, y tenés las (comunidades terapéuticas) que están de turno. La que salía mucho en esa época era San Camilo, una comunidad cerrada. Como yo ya había estado en una comunidad abierta… a conciencia lo hice. Cuando llegué me abrieron la puerta… Antes siempre pasás por un psiquiatra, te hacen diagnóstico, te dicen que te tomes la pastillita y luego te derivan. Cuando llego a San Camilo me atiende Alejandro Jacinto (psicólogo actualmente imputado por la muerte de Saulo) y me pregunta si me iba a internar. Sí, le contesto. Cuando entré, escuché el ruido de la reja que se cerró; las llaves dieron vuelta, etc., ahí entras en un mundo donde, con los meses, luchás con ese submundo que no tiene que existir”. El relato se vuelve un tanto denso, espeso. Imaginamos un sólo día de ese infierno; Alfredo sigue: “Yo estuve dos años”. ¿Dos años?, pensamos. ¿Cómo se están dos días ahí? ¿Dos años? Continúa explicando la forma en la que ingresó: “Esa fue mi manera, hay chicos que capaz los traen engañados. Cuando pasas la puerta te la cierran, y no salís más”.

Granja 1

La referencia a la puerta, esa puerta que se cierra tras la que quedan los pibes, aquellas y aquellos catalogados como los adictos/as, los locos/as, los sidosos/as y diabéticos/as. Y del otro lado, los familiares, muchas veces indefensos por culpa del desconocimiento profundo sobre el efecto de las drogas, ya que como afirma Sabrina en la conversación “también abusan de que el familiar no sabe qué significa fumarse un porro, entonces atacan por ese lado, entonces les dicen ‘si fuma un porro va a terminar muerto’, se agarran de eso, de lo que no saben nuestros padres”. En relación a esto, de acuerdo al autor del libro, se puede ser un usuario y no desarrollar una adicción maligna a las drogas.

Los pormenores de lo que implica la internación continúan en la voz de Pablo Galfré: “Hay internaciones que son voluntarias, como la de Alfredo, y las hay involuntarias”. Para explicarnos este segundo tipo de internación, nos cuenta un caso que reconstruye en el libro. “Axel estaba en su casa en San Isidro en el cuarto y de repente le entran tres monigotes grandotes, lo agarran y le dicen ‘cámbiate que te vas’. Él obedece, se cambia, lo bajan por la escalera y la ve a la mamá sentada de espaldas llorando. Y piensa: ‘Me están secuestrando, es un secuestro extorsivo’. Luego se sube al auto. Cuando van en el auto, con Martín Iribarne (dueño de San Camilo) manejando, y le dicen que van a Pilar, a tal lado, él se da cuenta que lo están llevando a San Camilo”. El episodio termina, prosigue el análisis de Pablo, quien denuncia al hecho como “un secuestro es una internación involuntaria sin ningún tipo de orden judicial ni de profesionales”.

Granja 4La puerta regresa una vez más al relato de Pablo, que retoma lo que dijo Alfredo: “Cuando pasas la puerta perdiste. Los padres, por ejemplo, les dicen ‘quiero despedir a mi hijo’, y les responden, ‘no, pasó la puerta, a su hijo durante un mes no lo va a ver, y no está autorizado a llamarlo por teléfono’. Y lo que hacían en general era sobremedicarte con etumina y dejarte un día, dos, tres, cinco encerrado en una de las celdas”. ¿Qué implica la sobremedicación con etumina? “Significa que estás trabado con la mandíbula, que se te cae la lengua, que se te cae la baba y que pedís lo que sea para bajar. Así uno entraba al antro San Camilo”, describe Pablo.

El Estado es responsable

La charla continúa en torno a desidia y complicidad de los organismos estatales. En la página web de San Camilo se puede leer al día de hoy que “con la sola firma de un familiar responsable y la posterior ratificación en sede judicial, se puede internar al paciente. Para eso se podrá contar con un equipo especializado que lo retira de su domicilio y lo interna”. De acuerdo a Galfré, “esto viola la ley de salud mental 26.657. Y está en Internet. Es increíble que el Ministerio de Salud, Revisión y Catastro, el órgano de revisión de la ley de salud mental, etc., todos tienen acceso a esta información y de oficio podrían intervenir”. En San Camilo debieran actuar los jueces de civil uno y dos, y  cuando una persona es internada en contra de su voluntad tiene que ser un caso judicializado. Una de esas juezas, de apellido Velázquez y que se supone debe velar por los internados/as en San Camilo, fue destituida por la Corte Suprema de Justicia, porque mandaba a sus secretarias a las villas de Pilar a buscar pibitas que quieran regalar a sus hijos en adopción en vez de pasar por los trámites legales. Pablo denuncia que “las acordadas de la Corte dicen que los jueces y defensores deben ir cada tres meses a hacer relevamientos”. Sin embargo, nada de esto ocurre en el submundo que son este tipo de “granjas” en general y San Camilo en particular.

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Premios y castigos

Tanto el autor del libro como los sobrevivientes de San Camilo van a describir una modalidad de disciplina regida por premios y castigos. En relación a la concepción que prima en San Camilo, Pablo Galfré afirma que “ellos piensan que castigando al consumidor problemático de drogas la van a dejar a atrás, y que a través del ejemplo y del castigo se va aprendiendo para dejar las drogas, pero no tiene razón de ser”. A su vez, la forma de “premiar” que tienen es ir dándole poder a los mismos internos/as sobre otros/as. Alfredo Mao cuenta cómo es: “Te acostumbras a sufrir, te haces amigo del sufrimiento, y aceptás y avalás porque estás ahí. Porque no podes abrir la puerta e irte. O te haces amigo, o qué hacemos”.

La resistencia

¿Cómo se resiste ahí, cómo se combate? “Con motines -responde Pablo-. Así se combatía. Lucas, que hoy no pudo venir, o Matías, lideraron motines. Matías lideró un motín agarrando cuchillos tramontina y poniéndolos en el cuello a las pibas, y esto no habla mal de él, porque cuando él me da testimonio me dice ‘yo lo hice con miedo, con vergüenza, pero no me quedó otra, porque Ramón me estaba cagando a palos, y Ramón me iba a matar’”. El relato de Pablo, como muchas veces en la charla radial, deriva en quiénes son las personas de las que habla, y sigue: “Matías es un pibe de Ezeiza, adicto al paco, que estaba en situación de calle, en San Camilo se lo cruza a Ramón”. Y continúa con Ramón: “Que es otra víctima, un empleado de seguridad, que vino desde Santiago del Estero en 1990, cuando Menem hizo mierda todo. Vino de Santiago del Estero para acá, buscando un laburo, por eso hablaba del lumpen proletariado. Ramón fue cooptado por Raúl Bonorino, que murió y era el dueño de La Comunidad, el señor burgués, lo vio a Ramón laburando de seguridad en un comercio, y le dijo ‘venite conmigo’, y cuando le dieron poder, lo empoderaron, le empezó a dar duro a los pibes, y Ramón, que había laburado en algunos hogares de menores en Santiago del Estero, tenía espíritu de cana, se cortaba el pelo como cana, le da más duro a los pibes, y más duro le daba a los pibes como Matías, un pibito de barriada de Ezeiza”. No cuesta imaginar a Ramón, pero seguimos con Matías. “Con un cuchillo tramontina puesto en el cuello a las pibas, con tres locos más. Así se escapó de Del Viso. Después lo agarraron y cuando se escapó de Derqui se electrocutó las manos, y no sólo me lo contó él, tengo los papeles médicos donde dice que tiene quemaduras por electrocutarse”.

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Los dueños del infierno

Galfré comparte los pormenores de la investigación que dio lugar al libro: “Martín Iribarne es el director general, hay una presidenta que es su mujer, Victoria Bonorino. Antes el dueño era Raúl Bonorino, es todo bastante endogámico. Martín Iribarne entró como consumidor problemático a San Camilo, así conoció a su mujer, a la hija del dueño, y se hizo la mano derecha, así fue creciendo, fase a fase. Después está el director terapéutico, Alejandro Jacinto, el director médico, que es el psiquiatra, y después hay un ejército de gente que va y viene, los psicólogos pueden estar dos o tres meses, mal pagos, en negro, recién recibidos, algunos ni siquiera recibidos, y que les hacían firmar las historias clínicas, los mismos operadores que son chicos que entran con consumo problemático y después hacen el curso de operador que son pocos meses, los mismos operadores que son empleados de seguridad. Vos te portas bien, te premiamos, sos empleado de seguridad, te vas a quedar ahí, al lado de esa celda, cuidando que Alfredo no se escape. Entonces te premian por ser un hijo de puta”.

El autor continúa trayendo a la memoria el testimonio de una de las pibas, internas de San Camilo: “Eso me hace acordar textual a lo que me dijo Laura: que ella aprendió que para sobrevivir tenía que ser una hija de puta. No me acuerdo los detalles, pero creo que Laura contaba que aprendió que debía agarrar a Guillermina, una chica de Mendoza, ponerle los brazos atrás, y Silvia, la mujer de Alejandro Jacinto, la precintó o algo así. Digamos: donde precisamente si eras una hija de puta eras premiada e ibas ascendiendo fase a fase”. En relación a esto último, Alfredo continúa: “Yo digo que aprendí a sentirme como un hijo de puta, a sentirme de una manera que ninguno de nosotros nos merecíamos, aceptando actos de violencia: que a una chica que recién llegaba le bajen los pantalones y le metan una pichicata porque se dio cuenta dónde estaba y vos ver esa situación, al lado mío, y yo no actúe porque no era partícipe, pero era parte, porque a la piba la están llevando con los pantalones bajos, recién entró. Y yo sabía que después venía el cóctel de pastillas, que la va a hacer tener coherencia recién en 20 días”.

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Es característico de este lugar el movimiento por fases. “Cuando digo fase a fase, es fase uno: estas encerrado y no salís; fase dos: empezás a tener las primeras salidas, vas a tu casa, te quedas de lunes a viernes en la comunidad, pero el fin de semana te quedas en tu casa; y fase tres es cuando ya te quedas en tu casa y vas X cantidad de días a la comunidad”, explica.

Por qué leer este libro

Cuando le preguntamos a Pablo Galfré cómo espera que impacte la publicación del libro y en qué medida puede aportar a generar conciencia, empieza explicando el tema de las causas judiciales: “Como cuestión de conciencia es algo bastante lejano, a largo plazo. Como herramienta política en lo concreto trata sobre Saulo Rojas, que murió en San Camilo, y están imputados Martín Iribarne, Victoria Bonorino, Alejandro Jacinto y Sergio Rey (directores, psicólogos y psiquiatras). Está la muerte de Matías Lamorte, que hay una causa en la UFI 3 que está lenta, y después está la muerte de Felipe Mariñasky, en San Camilo también, por la que no hay ningún tipo de causa. Con respecto a la conciencia, lo veo algo a largo plazo, creo que después de 12 años de kirchnerismo, movimiento político al que a veces aplaudo de pie y a veces aplaudo sentado, creo que nos perdimos la oportunidad de legalizar las drogas. Es verdad que está la ley de salud mental que es muy importante, es verdad que está la ley que obliga a prepagas a financiar los tratamientos para rehabilitación en adicciones, y es verdad que hay otros avances. Aníbal Fernández, con quien no concuerdo mucho, instaló en los medios la despenalización de las drogas, la revista THC está haciendo un trabajo increíble, pero no hemos avanzado en la legalización de las drogas”. Con respecto al contexto actual, reafirma la centralidad de la lucha y expresa: “Nos encontramos que con el gobierno macrista se legalizó el cannabis medicinal, lo cual es un logro bastante importante, que no es de la sociedad política sino de la sociedad civil; les tocó a estos que nos gobiernan ahora”. Galfré concluye afirmando: “Yo voy a estar contento cuando cierren San Camilo, cuando cierren San Antonio, y cuando haya justicia para Saulo Rojas, que mañana se cumplen cuatro años de su muerte. A largo plazo… que se ocupen otros de esa batalla”.

La charla continúa por dos horas, durante todo el programa de radio, un martes de invierno en Barracas. Podría extenderse mucho más. El libro desarrolla detalles y pormenores de esta historia, que empezó siendo un artículo para la revista THC, y ahora además de un libro es un grito de justicia por Saulo, y por todos y todas las víctimas de San Camilo.

*Artículo publicado: http://www.fmlacaterva.com.ar / Para escuchar el programa de radio completo: https://archive.org/details/VientosDeRebelion13062017