miércoles, noviembre 13, 2024
Por el mundo

Los orígenes del ELN en primera persona

Stella Calloni*/El Furgón –La reconocida periodista argentina reseña, de manera sentida y profunda, el libro “¡Papá, son los muchachos! Así nació el Ejército de Liberación Nacional (ELN) en Colombia” que Ocean Sur* editó para América Latina, obra construida con las palabras de su principal comandante, Nicolás Rodríguez Bautista. La primera marcha guerrillera, la toma de Simacota, la incorporación del sacerdote Camilo Torres a la guerrilla y su caída en combate son los principales hechos que narra “Gabino” con la colaboración de Antonio García, otro de los principales líderes de la organización. 

ELN libroNicolás Rodríguez Bautista y Antonio García recogen voces, historias y personajes que van dejando estelas de luces, y también de dolorosas pérdidas. Ese grito de: “¡Papá, son los muchachos!”, que da título al libro, define el alma, el ánima de esos adolescentes, casi niños que, sin embargo, cumplen, desde pequeños, tareas de hombres. Lo más extraordinario de lo que nos ofrece esta escritura limpia, transparente, natural como el agua que corre en los arroyos de pueblos detenidos en el tiempo, es que nos hace comprender, con una desafectada intensidad literaria, las razones de una lucha inevitable para los sufridos, desheredados, condenados al olvido, a la desolación, a ser dominados, atrapados sin salida.

No hay caminos, nadie los abrirá para terminar con la injusticia que marca sus vidas no vivas, vidas muertas por la obediencia y la dominación. De la simplicidad de esos pueblos donde todos se conocen, donde existe una solidaridad de base, donde se ríe y se llora colectivamente, surgirán los combatientes del rocío.

Sucede la relación de los que desde muy jóvenes van cosechando y sus razones de rebeldía, que por diversos caminos los llevarán a encontrar a los que anduvieron años en esa lucha desigual, los dueños de la esperanza, que no se ofrece fácilmente, sino con la responsabilidad del que sabe lo que cuesta enfrentarse al poder brutal.

Pueblos pequeños arrasados por las empresas multinacionales, que se lo llevan todo, que les van ganando sus tierras, acorralándolos hasta que ya no tienen sitios adonde huir.

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Esta es la historia contada por los que la hicieron a partir de una decisión de dignidad: el nacimiento de un grupo guerrillero, una columna, que será el corazón del Ejército de Liberación Nacional. No quiero hacer una síntesis política, porque eso está bien narrado en este libro, cuya mayor belleza es la sencillez de la palabra justa, medida o embellecida por lo que la propia naturaleza despierta en cada uno.

Pocas veces he leído la historia de un comienzo de la formación de un grupo guerrillero que se prepara para entrar en la lucha directa, en el enfrentamiento contra aquel que invade, destruye, mata sin piedad. Es imposible olvidar aquel tiempo de La Violencia, aquellos años después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán un 9 de abril de 1948, una de las primeras grandes acciones de la CIA creada solo un año antes. Asesinado frente a su pueblo que lo amaba, mientras ahí mismo, en Bogotá, se estaba creando la Organización de Estados Americanos (OEA) bajo la manipulación de los enviados de Estados Unidos, que además utilizaron esos momentos de confusión, dolor y terror para conformar la organización que necesitaban para dominar con mayor efectividad mediante ese nuevo ministerio de colonias que rigió nuestras políticas y decidió golpes e invasiones en nombre de la democracia.

Signos ominosos de entones, de ese tiempo feroz, donde los pájaros paramilitares matarían en forma atroz a miles y miles de campesinos, instalando lo que se conocería como La Violencia. Para defender al pueblo nacieron las primeras guerrillas liberales, nació la lucha popular en un país que ya había vivido tantos hechos heroicos, solo basta con recordar las rebeliones en las bananeras. La historia de Colombia fue ocultada a los pueblos de América porque fue la historia de una eterna rebelión. Nadie recuerda que, en los primeros años del siglo XX, Bogotá era considerada la Atenas de América, por los intelectuales de entonces -tan comprometidos- como Gabriela Mistral.

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Esa es la Colombia de la que habla este libro, relato, novela, casi el diario de una vida mirada con ojos de adolescente y contada en las voces de todos aquellos que iban a la lucha. No hay historia de héroes, sino de hombres y muchachos simples, con miedos, como debe ser, con errores, con dudas. Esa forma de narrar con transparencia el impacto de la primera vez que ven morir a compañeros, de la primera vez que se mata al enemigo y se entiende que también es un hombre. Esta narración es muy valiente e íntegra, porque es de personas en lucha de lo que se trata; ninguno se propone ser héroe, van aprendiendo en el camino de peligros infinitos la enorme responsabilidad que significa elegir ese camino sin descanso de la lucha. Es duro el camino bajo vientos helados, con hambre, con sed, pero se aprende a vencerlo todo y a disfrutar un pequeño pozo de agua, como si se alcanzara el cielo.

Pocas veces he leído historias como esta, escenas de luchas, con los tropiezos lógicos, donde no se ocultan los momentos de debilidad o dudas, porque esa es la realidad y esa es la fortaleza del que va superando cada prueba, creciendo cada día, escuchando a los viejos maestros de voces duras, y capaces de grandes momentos de ternura. Escuchemos esas voces en una página del libro para entender la pureza del tono:

Cuando voy con Segundo a buscar los plátanos, siento que le sale desde lo más profundo la canción que empieza a entonar:Allá atrás de las montañas donde temprano se oculta el sol quedó mi ranchito triste y abandonado ya sin amor.

-Está triste?- le pregunta Alberto, que también nos acompaña.

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-Triste no- responde Segundo y, manteniendo los ojos apagados, continúa diciendo—Quizá un poco de nostalgia porque lo bueno sería que los problemas no fueran tantos, que existiera justicia, menos violencia, que el gobierno atendiera al campo, que la policía y el ejército no fueran el símbolo de la represión. Seguramente si la vida fuera diferente, en lugar de empuñar una escopeta, todos los que vamos aquí empuñaríamos un azadón, una rula, y la tierra pariría comida y las gentes tendrían el disfrute hoy de lo que nos proponemos alcanzar después que triunfe la revolución.

Los tres callamos por un momento. Mientras corta un vástago de plátano para bajar un racimo, Alberto rompe el silencio.

-Si llego vivo al triunfo, quiero venirme a sembrar cacao a esta vega- y señala con la mano un plan grande a la orilla de la quebrada La Pitala.

-Qué bueno que llegara ese momentole contesto yo-, siempre soñé con ser piloto, porque dicen que desde arriba uno se siente con la cabeza más lúcida para ver el mundo; pero cuando me enteré que para ser piloto necesitaba ser rico, comprendí que mis sueños eran fantasía… Claro que, si llego vivo al triunfo de la revolución, seré piloto.

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Y en esta historia en que vemos formarse los cuadros de una guerra de liberación auténtica, que ha transitado tantos años la vida de Colombia y América, vamos a conocer aquella fe emblemática del sacerdote Camilo Torres, en este caso como parte de esta historia, este relato novelado con la belleza de la palabra justa, no efectista, simple como la tierra donde los hechos transcurren. Conocemos -por primera vez en mi caso- otra faceta de Camilo, que tanta poesía, canciones y amores populares despertó e inspiró en nuestra América. Camilo llega un día a encontrarse con el grupo combatiente. Habla con los más jóvenes. Todo lo quiere saber y su presencia, la sencillez de su trato, la sabiduría sobre las flaquezas y las fortalezas humanas, hacen parte de esa especie de diario de una lucha guerrillera que va creciendo día a día.

En esta historia la verdad se revela con todos sus matices. En una parte cuenta el relator:

El padre Camilo pasa cerca de donde me encuentro y me dice:

-¿Te sientes bien?

-Sí, compañero- le respondo.

-¿Te sientes bien en medio de los mayores?

-Al comienzo me dio duro, pero ya me he ido acostumbrando.

-Yo conozco San Vicente- me dice, buscando establecer conversación conmigo-. Sus gentes son buenas, laboriosas y luchadoras, he hablado con Carlos de tu familia y quiero que me hables de ellos, de tu papá, de tu mamá y tus hermanos.

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-Nosotros somos dieciocho hermanos y veinte con mi papá y mi mamá. Mi hermano Pedro y yo estamos en la guerrilla y dos hermanos estaban presos porque el ejército los encontró en la casa de Alberto; eso fue el año pasado, estos días me comentaron que ya están en libertad.

-¿Por qué los detuvieron?

-Porque estaban en una casa que no era la suya, y allí cerca estábamos nosotros, entonces el ejército dijo que eran colaboradores por ser hermanos míos.

-Qué injusticia. ¿Y ellos son mayores?

-Mi hermano Álvaro tiene quince años y mi hermana Beatriz tiene dieciséis.

-¿Y ahora dónde están?

-Yo no sé, parece que deben seguir presentándose a las autoridades.

-Caramba, todo esto es demasiado injusto, pero es el precio de la lucha. Norberto, cuéntame de tu papá.

Camilo escuchaba cada una de las historias como la del relator, que iba desde las huelgas bananeras a una serie de luchas en las que participó su padre. El Padre Camilo Torres fue conociendo la otra historia nunca contada de Colombia, por esas voces reales:

Mi papá nació en Charalá, Santander, el 29 de junio de 1903; no conoció a sus padres. No pudo estudiar, pues desde muy temprana edad tuvo que trabajar para mantenerse. Él nos contó que cuando tenía once años consiguió empleo en la alcaldía de Charalá, llevando cartas a los municipios vecinos. Ese oficio se lo asignaban a los niños porque corrían más rápido y les pagaban poquito. Cuando cumplió los quince años se voló para San Vicente porque lo acusaban de haber embarazado a una muchacha y lo iban a llevar preso. Allí se dedicó a la herrería, trabajó en el taller del señor Rodolfo Flores, un dirigente popular que organizó a los artesanos del lugar. En 1927, junto a otros activistas del movimiento, entró a coordinar actividades revolucionarias con los dirigentes de los trabajadores ferrocarrileros y bananeros, todo esto en el área que se extendía a lo largo del río Magdalena.

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Y así, como estos párrafos, este libro va describiendo momentos únicos. La historia oral, la razón de ser de la lucha, trasmitida desde bisabuelos, con la humildad del heroísmo de vidas desconocidas.

¿Cómo no va a ser ya tiempo de la paz para Colombia, que ha transitado la violencia y la injusticia de generación en generación? En estas páginas podemos ver a Camilo Torres, el sacerdote y el hombre, conmoviéndose a cada paso con todas esas escalas de vidas, con la certeza de que la lucha era el único camino si alguien quería alcanzar una paz justa en un país de extraordinaria belleza, donde sus habitantes no tenían derecho al paraíso de su propia tierra.

El Padre Camilo escucha mi relato sin perder detalle, quizá relaciona esta historia con otras tantas que habría estudiado o conocido. Luego de un instante de reflexión me dice:

-Norberto, te agradezco mucho lo que me has contado. Ya está tarde y el cansancio nos hace daño. Mañana segura- mente viene el ejército, es mejor descansar.

Con un gesto que lo caracterizaba, Camilo coloca sus manos en mis hombros y con una mirada cariñosa me dice:

-Hasta mañana, que descanses.

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El relator seguirá contando la historia al Padre Camilo Torres mientras se alista para una batalla. Esa intimidad de los momentos necesita ser hablada, de boca en boca, para que no se pierda, enriquecida por detalles increíbles.

La sinceridad con que los autores, a la vez relatores y combatientes, narran los pormenores de los preparativos de las batallas, nada tiene que ver con otros relatos fríos de la historia a la que yo llamo desalmada, sin alma, sin cuerpo, sin escalofríos, sin miedos, sin dolor, sin lágrimas. La lucha misma, en la desigualdad impactante entre una fuerza y otra, se refleja en cada párrafo, convirtiendo a este libro no en un folleto de una guerrilla en su tiempo, sino en algo mucho más profundo: la revelación del hombre frente a los hechos que se registran como son, sin subterfugios inútiles a la hora de la verdad que necesitamos como el agua. Fue después de esos momentos en que se da una dura batalla contra el ejército. Unos fuertemente armados, los otros con armas absolutamente menores.

Es en esa batalla donde mueren varios de los compañeros que conocimos desde el principio de esta historia, y muere Camilo Torres, un golpe muy fuerte para el ELN y también para toda América Latina.

“Camilo Torres muere para vivir”, cantará el uruguayo Daniel Viglietti. Y así es. Ese mismo Camilo afable, sonriente, compañero, camarada, con sed de saber y con la decisión de estar junto al pueblo de Colombia en su lucha, se convertirá en una fuerza de pensamiento y acción para América y el mundo. Será poesía y canción entre los pueblos. Y será símbolo y ánima (alma) entre los combatientes.

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Este es un libro único en su estilo de transmitir los hechos con tanta lealtad, que hasta duelen. Voces recogidas con amor, porque solo así pueden darse las palabras con tanta sinceridad, tan humanísimas aún en los momentos más crudos. A través del relato en primera persona, la palabra está como tallada en un recuerdo fiel, una memoria que deslumbra con dolores, con alegrías, con críticas también. Hasta la profundidad del heroísmo se cuenta como algo que transcurre tan sencillamente como la vida en esos pueblitos perdidos, porque tienen que haber sido heroicos para sobrevivir a una guerra de terrorismo de Estado contra el pueblo, como ha sucedido durante tantos años, bajo disfraces de gobiernos democráticos, mientras el paramilitarismo y el ejército sembraban miles de tumbas colec- tivas que convirtieron el territorio de Colombia en un enorme cementerio.

El pueblo colombiano merece la paz. Es la hora de la paz, es hora que desaparezca toda ocupación extranjera. Colombia no necesita bases militares gringas, necesita paz y justicia. Y América Latina debe agradecer a un pueblo que ha conservado intactas las raíces de su cultura, su música, su escritura, sus sueños, aún entre el horror y la muerte.

Gracias a los autores por este libro, que nos revela causas y consecuencias, en una historia verdadera, con sus luces y sus sombras, como la vida que merece vivirse.

*Stella Calloni, periodista y escritora argentina. Recibió el Premio Latinoamericano de Periodismo José Martí (1986), fue corresponsal de guerra en América Central y se especializó en política internacional, lo que le permitió conocer de cerca el conflicto social y armado en Colombia.