Una educación que rompe esquemas
Constanza Chávez Flores/El Furgón – El bachillerato popular “Vientos del Pueblo” desarrolla una educación paralela a la establecida desde la tradicionalidad. Con nuevos desarrollos pedagógicos y métodos de enseñanza innovadores logra integrar a jóvenes y adultos que, por diversas razones, no pudieron concretar sus estudios secundarios en los ámbitos educativos clásicos.
La vista desde la puerta de una de las aulas muestra una imagen poco cotidiana en el mundo de la educación. Pibes y pibas sentados alrededor de una mesa rectangular, mirando la pared de azulejos blancos que deja ver la película reproducida por el proyector. Mientras una de las alumnas intenta calmar a su bebé, palmeándole la espalda, sus compañeros, un poco apretados, miran el video que muestra la realidad pasada de Argentina en su momento de auge, a fines del 1800, cuando era conocida por ser “el granero del mundo”. Minutos después empieza el debate.
“¡Se queda pobre!”, dice una de las alumnas con firmeza, cuando Paula Basilico, una de las docentes y licenciada en Relaciones Internacionales, pregunta: “¿Qué pasa con esa persona que vino desde el campo, en ese tiempo, a buscar trabajo en la industria, y no consigue porque hay mucha demanda?”. La chica, un poco vergonzosa, responde sabiendo, porque ese es el contexto que a ella y a sus compañeros les toca vivir en la actualidad.
Todos los días de semana alrededor de setenta estudiantes asisten al Bachillerato Popular “Vientos del Pueblo”, a cargo del movimiento social Patria Grande, para poder terminar el secundario. Son tres los años por los que tienen que transcurrir los alumnos para obtener el título que, en este caso, tiene su orientación en Economía Popular.
La sede del bachillerato ubicado en el barrio porteño de Congreso, más precisamente en la calle Adolfo Alsina al 2100, no es nada difícil de encontrar. Desde la esquina se puede ver a chicos jugando a la pelota entre la calle y la vereda, momentos antes de que empiecen las clases. Cuando se llega al frente del lugar, la puerta de entrada de vidrio con un marco de colores está abierta. Desde ahí se ve una biblioteca que rellena las paredes, y algunos cuadros con fotos de diversas figuras que, en algún punto de la historia, tuvieron un rol importante tanto el campo cultural como en el político. Mafalda, Rodolfo Walsh, Mariano Ferreyra y algunos más. También hay cuadros con la consigna #NiUnaMenos y frases del educador popular brasileño Paulo Freire.
Basilico, una de las docentes de la materia Economía Popular, que se dicta los martes, recorre el lugar para mostrar que hay tres aulas correspondientes a cada año, además de una cocina que tiene lo esencial para que cualquiera que concurra no pase frío ni tenga hambre. El bachillerato no es sólo un espacio de educación, sino que también pasa a ser un lugar de contención, donde la inclusión es una condición fundamental.
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Si bien esta sede depende de Patria Grande, es una de las muchas que hay en tanto la Ciudad Autónoma de Buenos Aires como en provincia. La mayoría de los centros de educación popular están nucleados por la Coordinadora de Bachilleratos Populares en Lucha (CBPL), que se formó como tal en 2008. Aun así, la Cooperativa de Educadores e Investigadores Populares (CEIP) fue la que impulsó este movimiento en 2004, teniendo como base algunas experiencias que habían practicado seis años antes.
Estos movimientos de educación popular que se imponen ante las prácticas tradicionales de formación, brindadas por las escuelas, tanto del sector público como del privado, se gestan teniendo un objetivo en concreto: La necesidad de hacer frente al modelo educativo aplicado por el neoliberalismo que se vivió en Argentina durante los años noventa, y que dejó secuelas a largo plazo. En esos tiempos, con la reforma educativa que impulsó el gobierno menemista, la educación, más que un derecho colectivo, era un servicio que sólo algunos podían gozar. El CBLP y el CEIP logran dar un margen de auxilio a aquellas personas que habían quedado totalmente excluidas del sistema educativo, y crean un espacio de resistencia a las políticas que luego desencadenaron la crisis de 2001.
“El Simón Rodríguez”, impulsado por la organización social Fogoneros, fue el primer bachillerato popular de la provincia de Buenos Aires en 2004, y está situado en el partido de Tigre. Mientras que en la Ciudad de Buenos Aires, el CEIP comenzó la actividad el mismo año pero en la empresa recuperada IMPA, en la cual acudían adultos que no habían finalizado sus estudios secundarios.
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“La invalidez del gobierno de la ciudad por crear un plan educativo fue lo que permitió que nos dieran el reconocimiento oficial”, cuenta Basilico, con una mano en el mate y la otra moviéndose por el aire, cuando responde cómo consiguieron los títulos legitimados.
Todos los alumnos y las alumnas que egresan obtienen el reconocimiento que les posibilita seguir con sus estudios o poder conseguir un trabajo. La lucha por la obtención de estos títulos se remonta a las primeras prácticas que se daban en los comienzos del 2000. Recién ocho años después, “Vientos del Pueblo” logró obtenerlos junto con el colectivo de bachilleratos populares de la ciudad.
De acuerdo a los procesos burocráticos, a los cuales se debe enfrentar cualquier institución que busca un lugar en el sector público, la CBPL logró legitimarse como tal y obtener algunos de los derechos que les corresponde, como por ejemplo los títulos. Pero los tiempos de la burocracia para nada se comparan con las necesidades sociales.
Como un ente reconocido, el CBLP recibe sueldos para un profesor por curso, pero no para la totalidad de docentes, a pesar de que sus clases son con más de un educador. Aun así, la escasez más necesaria y que denota el estado de las escuelas populares es la falta de presupuesto en cuanto a la infraestructura de los lugares. Es decir, el Estado aún no asumió esa responsabilidad. Algo por lo que todavía están luchando.
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El reloj marca las siete y media de la tarde, y el primer recreo empieza. Parado a un costado de la puerta, al lado de un mural lleno de formas, colores y dibujos, está Juan Pablo Marinelli, licenciado en administración de empresas y la pareja pedagógica de Basilico, que con la tranquilidad y paciencia que lo caracteriza, expresa: “Cada profesor tiene que tener un cierto margen para plantear lo que da en el aula”. De esta manera, hace referencia al compromiso y al rol que debe cumplir cualquier docente en el marco del desarrollo de las clases.
En la misma línea, así como este tipo de formación rompe completamente con los esquemas de educación ya establecidos, también marca diferencias fundamentales a la hora de tener en cuenta la pedagogía con la que se desarrollan las clases.
En “Vientos del Pueblo”, así como en cualquier otro bachillerato popular, existen parejas o tríos pedagógicos donde los contenidos que se explican no recaen en una sola voz. Quizás la idea de la multiplicidad de voces a la hora de armar un equipo docente para un sólo curso parece raro, pero no lo es. La naturalización, a la que estamos acostumbrados, de tener sólo una voz que impone el saber es lo que día a día intenta deconstruir la educación popular, porque este concepto no busca sistematizar los contenidos en las y los alumnos, sino la transformación y el debate colectivo de lo que se va a aprender.
“No queremos que haya alguien en frente de los alumnos y las alumnas imponiendo una verdad”, subraya Basilico, mientras espera a que se termine el recreo para reanudar la clase.
Todos los que conforman el equipo docente tienen muy en claro, y lo remarcan en cada conversación, que no les interesa establecer una estructura verticalista, donde haya uno que decida por sobre los demás. Sino que prevalezca el espíritu horizontal en cualquier práctica que se dé, donde todos se ubican en un mismo lugar para relacionarse, dialogar y aprender. “Todos podemos aprender del docente y del estudiante. Así se genera un círculo virtuoso que empodera al conjunto”, expresa Pablo López, licenciado en administración de empresas, y docente de segundo año que está a cargo de Economía Popular.
Por “Vientos del Pueblo” pasan adolescentes y adultos que no pudieron adaptarse a la escuela tradicional, que no pudieron hacer frente a los horarios o a la modalidad que tenían, y buscaron otro tipo de formación. Algunas de las alumnas fueron madres muy jóvenes pero eso no fue un impedimento a la hora de optar por terminar el secundario. Es el caso de Tatiana Hernández, que tiene 22 años y está en su último periodo. Con una sonrisa y algo de timidez, cuenta que quiere seguir en el ámbito educativo, pero esta vez para estudiar enfermería. Está sentada en uno de los sillones de la entrada y cuando le toca decir qué es lo más lindo que se va a llevar del bachillerato, opta por mencionar la relación con los profesores y haber aprendido qué es la violencia de género.
Queda a la vista que este tipo de educación, aunque sea muy distinta a la impuesta, da resultados motivadores. De los setenta estudiantes que cursan todos los días, la mayoría optan por continuar con sus estudios. Además, un gran grupo finalmente decide seguir presente mediante la participación en marchas, talleres o actividades que estimulan la conciencia social, visibilizan problemas naturalizados y los analizan en profundidad.
Los métodos son distintos, el lugar es distinto. Es algo atípico para aquellos que están acostumbrados a visualizar instituciones con estructuras estandarizadas, donde la jerarquización es el rasgo principal para caracterizar su formación. Los Bachilleratos Populares exponen las fallas que vienen cometiendo las prácticas de la educación tradicional, y les da un giro para que sea un ámbito especial, donde el debate y la horizontalidad sean los principales puntos de referencia.