miércoles, marzo 19, 2025
Cultura

De amores y encrucijadas

Germán Duschatzky/El Furgón* – En el camino que me trajo hasta acá hay una larga fila -larga y sinuosa- de huellas que no reconozco. El camino, que tampoco identifico como el mío, acaba donde estoy ahora, hablando con mi sobrino sobre algo que tal vez sea, crea, cree o proyecte.

En fin, me senté frente a mi sobrino, que raspa los 16 años y desborda de hormonas, después del programado paseo cultural que nos distingue. Su mirada curiosa se perdió en alguna parte de mi rostro que no eran mis ojos. Me preguntó, cuando todavía no le habían consultado por los sabores del helado, por qué mi parábola amorosa tenía trazos tan cambiantes e inestables. Bueno, le dije, ante todo esta historia está más emparentada con el sentimentalismo que con la aventura, y, personalmente, no encuentro nada más denigrante que las excursiones comandadas por el pene.

Amor 2Hace incierto tiempo -comencé, palabras más o menos-, la voz permanente que resuena por detrás de los pensamientos dictó la sentencia de que tal vez nunca más aflorasen los tesoros del amor que supe sentir. Por otro lado, casi al mismo tiempo, el aire que luchaba por ensanchar mi torso me exigía desoír a ese permanente taladro de ideas que están basadas en la culpa y el miedo. Lo cierto es que, aunque el corazón se sienta agotado, aparecen excusas para amar sin control.

No puedo empezar a hablarte desde el primer amor, o del primer enamoramiento desbordado, porque creo que no hay evolución más que en la capacidad de sobreponerse a las derrotas y no hay más destino que aprender a soltar las explosiones de amor hacia un horizonte inimaginable, que no se encuentra donde el cielo y el mar se confunden, sino en el profundo infinito que también incluye esta mesa en la heladería.

Pese a que por un tiempo creí en el designio de mis culpas, seguí andando, porque de otra manera no hubiese bancado ni siquiera mi reflejo paralizado en los charcos fangosos de la garúa. La cuestión es que aunque no haya ninguna disposición al amor, el amor florece, y si de verdad no hay ninguna disposición, así como florece se marchita y cae. En cambio, si lo que se marchita y cae en vez de ser una flor fugaz y encantadora es el fruto de ese amor, digamos un abrazo o una piedra bien lanzada contra un cordón policial, entonces el fruto cae, se descompone y de él crece una planta que puede llegar a producir dos mil flores en una sola primavera.

Amor 1Pero, y esto es lo que me constituye -si puedo elegir-, siento una firme inclinación a amar pese a los picos umbríos desde los que surge esa voz -huracanada- que arrecia en el silencio de los pensamientos: el miedo y la culpa. En otras palabras, aún sin poder librarme de tan vanos cercos, salto convencido de que otra vez sí; siempre amar al cielo, a la piedra, al gato, a la mujer o al verano.

Es posible que estuviera exagerando, pero más exagero ahora que para no dudar de mí mismo transcribo. La ventaja de la oralidad, en mi caso, es la síntesis. Me avergüenzo si hablo demasiado. No voy a decir que mi sobrino estaba compenetrado con las palabras de este veterano que podría haber contado simplemente anécdotas, pero sí que guardaba un atento silencio y perseguía a mis gestos con el brillo tierno de sus ojos pardos.

Puede parecer una frivolidad -le aclaré, ante lo cual arqueó las cejas- eso de amar a cualquier cosa. Lo cierto es que es al contrario. Sucede que amar no es una acción focalizada, excepto cuando se exterioriza a través del embudo de la mente. A ver así: el amor en la práctica es la acción de uno hacia el entorno. En la idea, el amor busca un objetivo porque no es tolerable que desborde hacia todos lados. Por qué, no sé bien, pero arriesgo que es por el miedo. Resulta evidente que el mismo espacio -quiero decir la misma capacidad- que el amor expande cuando late, es el que puede ocupar el vértigo del desamparo llegado el caso. La triste realidad es que ese caso casi siempre llega y permanece, porque si la vida es un largo sendero de luces y sombras, lo único definitivo que podemos vislumbrar vivos es la tiniebla de la ausencia permanente. A nuestro favor juega que el tiempo transforma cualquier dolor en tierna dulzura. Pero antes que eso, el desamparo produce un vértigo que es del mismo tamaño que el amor. Entonces el amor se coarta por miedo. Y se coarta poniéndole un objetivo o con una claudicación más o menos permanente.

Amor 3El helado en el cucurucho se derretía sobre mis dedos hasta que decidí encajarlo en el agujero de la mesa donde cabría una sombrilla. Él, en cambio, comía a grandes bocados el dulce de leche mientras acompañaba mi pausado discurso con asentimientos suaves y alguna que otra tímida alegría.

No quiero desilusionarte, le dije, no sé bien qué escuchaste antes ni qué buscabas preguntando. Tengo anécdotas que pueden resultar entretenidas, aunque ponerme a contarlas me resulta tan presumido que renuncio al honor que siento cuando te hago sonreír.

Retomé diciendo que si al amor se le pone un objetivo porque la idea, que es hija de la voz que retumba detrás de los pensamientos, necesita limitarlo, entonces, esencialmente, al amor para ser pleno le sobran las palabras, luego el objetivo y, finalmente, al amor no le cabe el resultado. Ese terreno es de la autoestima, o de otra objetivación que es el amor propio.

Me preguntó algo sobre la culpa. Maldita culpa, ya torturando a un adolescente, reinando sobre la humanidad sumisa de occidente desde el tiempo sobre el que no hay memoria.

De todas las culpas, le dije, estoy convencido de que sólo dos sirven para algo más que limitar la capacidad de brindarse: lastimar a alguien (incluso a uno mismo) y desentenderse de la injusticia constante que condena a gran parte de la humanidad a una vida de subsistencia. Voy a arriesgar unos porqués, aunque tal vez me quede muy corto: la primera, porque no hay manera de dar amor con soltura sin una comprensión del dolor, porque el espacio de ambos sentimientos es el mismo, y porque cualquiera que ama ya conoce el sabor amargo del dolor, y para decirlo de manera más específica, repito: no se juega con el vértigo del desamparo. La segunda, porque la rebeldía creo que es la máxima expresión del amor, porque el amor siempre es la resolución de una encrucijada en el mejor de los sentidos y eso implica romper el orden establecido. Eso es así porque la sociedad que vivimos es injusta en su totalidad: en lo colectivo y lo íntimo. Amar es luchar con amor, sobre todas las cosas.

Amor 5

Ahora, antes de que se nos haga larga esta charla que no quiero que sea víctima de mi divague, dejame decirte que sentir dolor es parte constitutiva y hay que aprender a cargar con eso. No hay mayor dolor que la muerte, que no es injusta porque no hay justicia en la naturaleza. Somos un suspiro atrás del otro hasta que el último se prolongue desde la entraña, intentando alcanzar el infinito, hacia donde ya habrá partido la energía que supimos dar. La naturaleza es el reino del amor, y la muerte es parte. Nuestro sufrimiento, y esto quise decir desde el principio, no es producto de la capacidad de sentir; es hijo del pensamiento que busca la eternidad a través de la vida insignificante que somos. Es eterna la materia que nos da cuerpo, aunque cuando abandonemos el cuerpo será parte de otras formas. Es eterna la energía que reproducimos, ese es nuestro aporte original.

La mente, yo creo -vos podrás creer otra cosa, y cambiar de creencia cuando tu historia brinde más datos-, disputa el gobierno de la vida con los sentimientos, o las energías, en fin, contra el alma. En esa disputa, la mente plantea trampas constantes que se esconden en los rincones oscuros del camino que nos inventamos. No te quiero negar la magia del enamoramiento, porque yo creo en esa maravilla, pero la objetivación del amor es en definitiva un capricho y el encuentro de dos es pura coincidencia. Sucede, es mágica coincidencia y vale mucho sumergirse para disfrutarla. En mí, que estoy lejos de ser un experto, inmensos sentimientos de amor íntimo fueron provocados por personas que nunca me vieron con brillo en los ojos. No fueron pocas las veces en las que incluso guardé en riguroso silencio mi pasión, porque asumí que no cabía en la circunstancia -para desdicha de la magia que tanto me gusta-, porque podría haber provocado irreparable daño y encima no se habría coronado. ¿Para qué me sirvieron esos amores desalentados por mi propia realidad? Ojalá pudiese decirlo sin palabras, para que lo entiendas en la profundidad de tu propio pecho: para seguir amando, la maravilla es también un combustible; sin buscar un resultado, porque, por ejemplo, bailar desde el amor que explota adentro es muy superior a cualquier técnica. Es más (desvarié) la técnica es una herramienta para disimular el estado de ánimo. Con amor nada sale mal.

Amor 6

Igual no es cuestión de andar desprevenido -le advertí, porque a los adolescentes parece hay que advertirles-, porque en ese estado de amor abierto y desbordante, uno, aunque no lo creas ni lo percibas, genera cierto brillo que es la delicia de buitres, caranchos y gavilanes; personas carroñeras que se lanzan en picada para arrancarte un pedazo, como si fueses la tierna e indefensa cría de un zorzal. Bueno, indefenso hay que tratar de no estar nunca. Vivimos bajo el acecho de personas frustradas, acaparadoras y envidiosas que gustan de alentarnos a caer en su mismo pozo, como si eso los fuese a salvar del despilfarro que implica convertir los suspiros en graznidos.

Sentir dolor -continué-, pensar ausencia, angustiarnos, es otra gran parte de lo que somos, de lo que nos distingue como especie para bien o para mal. Tal vez resolver las encrucijadas desde esa angustia permanente sea lo que pervierte a las personas que se benefician del padecimiento de muchos.

Amor 7

Vos querés saber por qué no amé en línea recta, creo, y yo te digo que el sendero de la vida no es una línea que trazamos al andar sino las decisiones que tomamos en las encrucijadas. Creo que hice lo posible por optar siempre con amor, aunque muchas veces dejé que el más glorioso de los sentimientos se condene a levantar mi autoestima. En realidad -con esto ya nos vamos que se hace tarde y tu mamá nos espera a cenar-, el amor no tiene objetivo: eso es enamorarse. ¿Para qué sirve enamorarse? Para mucho: reconstruirse si hace falta. Aunque mucho mejor resulta cuando permite, por el ímpetu de la maravilla, el desborde del amor coartado por el miedo constante, entonces enamorarse es una fuerza de arranque y ruptura.

Pero también puede servir para condenarse, si el objetivo del amor frustra el anhelo y genera una obsesión burda. Para zafar del patetismo de los corazones rotos, te invito a no perder de vista nunca que el otro define sus propias encrucijadas entre lo que quiere y lo que puede, y que nada debería comprenderse desde el sostenimiento del ego, quiero decir, desde esa voz que retumba en las partes oscuras del pensamiento. El despecho es un mal pasatiempo. Sin amar, nuestra vida es un lento flujo espeso.

*https://morticio.wordpress.com